Joel González Mote aún era estudiante universitario cuando vio por primera vez el documental Ulama, el juego de la vida y la muerte, del director mexicano Roberto Rochín. Las imágenes de ese juego antiquísimo calaron dentro de él y por varios años estuvo aferrado a la idea de aprenderlo.
Había quedado prendido a la carga mítica del juego y a sus distintos significados, como el de escenario de representación de batallas cósmicas; pero también le había emocionado la grácil táctica de los jugadores, la manera en la que empleaban partes del cuerpo que no se utilizaban en ningún otro deporte para golpear una pelota de más de tres kilos de hule macizo.
En 2017, Joel conoció a uno de los pocos mexicanos que había preservado el legado del ulama de cadera, que se encontraba en peligro de extinción. Su nombre es José Lizárraga Covarrubias, descendiente de una familia de Sinaloa que atesoró la memoria oral del juego como un objeto brillante y único.
Ese año, José Lizárraga realizó una gira por el país para incentivar el juego a través de charlas teóricas y prácticas. Esa gira dio paso a la creación de distintos equipos en el país, entre ellos el de Joel: Ulama Chignahumictlan, ubicado en Chignahuapan, Puebla.
Joel también se convirtió en representante de la Asociación de Juego de Pelota Mesoamericana en Puebla, que junto a otras asociaciones del país agrupadas en una organización nacional llamada FEMUC-Ulama de cadera, planean encuentros y torneos nacionales cada año.
El aprendizaje del juego, sin embargo, no es sencillo. Existen al menos ocho golpeos básicos a la pelota y tácticas particulares de juego creadas a partir de las dimensiones de la cancha, el número de jugadores o el puntaje.
Según una investigación de Manuel Aguilar-Moreno, académico de la Universidad del Estado de California y director del Proyecto Ulama, la marcación en el juego no es lineal sino oscilatoria. Esto se debe a que el marcador simboliza una dualidad entre fuerzas contrarias y complementarias, como la luz y la oscuridad, el día y la noche, la vida y la muerte.
La investigación también señala que el ulama tiene una historia de aproximadamente 3 mil 500 años y se han encontrado más de 2 mil canchas entre el suroeste de Estados Unidos y El Salvador.
Para Joel, practicar el ulama de cadera es ser portador de una herencia invaluable. Le gusta imaginar cuántas cosas pasaron entre aquellas personas que supieron resguardar la tradición. Y cuando entra la cancha se siente osado y ágil y fuerte, y sólo hasta que el juego termina se da cuenta de los moretones que la gruesa pelota le dejó en todo el cuerpo.
Cuando realizan exhibiciones, suelen acompañarlas con representaciones prehispánicas de un grupo de danza en el que Joel participa desde hace ocho años. Es usual que escenifiquen el mito de Hunahpú y Xbalamké, los dioses gemelos que descendieron al inframundo. Esa es también una de las grandes metáforas del ulama: la vida que surge de la muerte.
Con la pandemia, tanto la exhibición del ulama como la enseñanza fueron pausadas. Sin embargo, el equipo de Joel pudo impartir clases teóricas a distancia a un grupo de personas en Tepeaca, donde se ha conformado otro equipo: el Ulama Texipehkeh Tepeaca.
A manera de rito de iniciación, en diciembre del año pasado Joel les llevó una pelota de hule y se realizó un encuentro de preparación con otros jugadores de Ciudad de México.
Con todo eso, hasta ahora no hay más de dos docenas de personas en Puebla que sepan jugar ulama de cadera. Para seguir incentivando el juego, Joel tiene algunos planes, como incluir el ulama en las primarias de la Sierra Norte y seguir buscando a personas interesadas en aprenderlo.
“El ulama es un compromiso. Saber que hemos heredado algo tan maravilloso, tan grande, saber que las personas que lo resguardaron tuvieron que pasar muchas cosas, es algo que no tiene descripción”, dice