Por: Ramsés Ancira @ramsesancira
Historias para armar la Historia
No hay estadísticas confiables de cuántas personas en México se encuentran privadas de su libertad. No importa, tenemos otros datos. En 2020 se hablaba de 210 mil. Sabemos que durante la pandemia de COVID, el porcentaje de nuevos presos en México creció en más de 13 mil personas, al contrario de países donde incluso los “pecados” se pagan con cárcel, como Afganistán, Turquía e Irán.
México tiene el segundo lugar con el mayor número de presos de Latinoamérica, solo superado por Brasil, lo que representa corrupción por el monto de un billón de dólares cada 28 días. No en el Calderonato, no en el Peñato, sino en la hasta ahora fallida cuarta transformación propuesta por López Obrador.
Si a los 210 mil presos de 2020, le agregamos los 13 mil que ingresaron a la cárcel durante la pandemia, y si a ellos les agregamos, en promedio, a siete familiares directos, sumamos una República de Presos integrada por un millón 784 mil personas.
Durante la administración de López Obrador, nadie se ha preocupado, ni siquiera por presumir los avances del programa Jóvenes Construyendo el Futuro, de publicar cuántos menores infractores se encuentran privados de su libertad. La Encuesta Nacional de Adolescentes en el Sistema de Justicia Penal se hizo aún durante el gobierno de Peña Nieto, en 2015.
Sin embargo, sí hay cifras oficiales que hablan de 5 millones de niños y adolescentes con graves problemas de consumo de alcohol.
Vamos a ser condescendientes y suponer que solo el 5 por ciento de ellos sea de internos forzados de los consejos tutelares para menores. Tenemos entonces a 30 mil adolescentes en custodia y si sumamos a los 220 mil presos aquí, en México, y ahora, completamos la cifra que cierra el cuarto de millón. La buena noticia es que, sumados adultos y menores, tenemos una población privada de la libertad integrada por “solo” 250 mil personas. Si consideramos que México tiene una población de 128 millones 900 mil personas y “sólo” el 0.19 por ciento está en la cárcel, López Obrador está en lo cierto. En su mayoría, México tiene un pueblo bueno.
Pero, lamento si tan pronto lo desengaño. Si sumamos a las 250 mil personas privadas de su libertad, sean chicos o sean grandes; y cada una de ellas tuviera siete familiares que se ocupan de ellos, nuestra República de los Presos y sus familiares asciende a dos millones de personas, esto significa que 1.55% de los mexicanos, o está preso o tienn alguna persona familiar cercana privada de su libertad.
Basta este 1.55% de personas detenidas (sin contar a los hijos huérfanos de padre o de madre ni a los cónyuges que se quedaron en la calle gracias a que sus parejas se autoincriminaron para que no encarcelaran a los primeros) para entender que este es un asunto que afecta la seguridad nacional.
Cuando el 28 de agosto de 2021, el presidente López Obrador publicó el acuerdo para la liberación de sentenciados o para personas víctimas de tortura dio un paso gigantesco para México, pero a muchos gobernadores no les da la gana cumplirlo porque perderían un negocio que asciende a 250 mil millones de pesos a la semana, esto es tanto como 13 billones de pesos anuales, considerando que cada año tiene 52 semanas.
¿De dónde sale ese dinero? Cuando madres, hijos y hermanos llegan a las puertas de la prisión para una visita les rentan ropa en 15 o 30 pesos. Pero resulta que la señora le lleva al marido un pollo empanizado. No entra ¿qué tal que lo enharinaron con cocaína o polvo de cannabis? Claro que, en el Reclusorio Oriente, o en el Norte este se puede comprar a muy bajo precio, pero solo a los “concesionarios autorizados”. Así que al que quiera comer crujipollo o “la receta secreta del coronel Sanders” le van a cobrar, si el custodio está de buen humor, 50 pesos.
Luego, otro preso de los que controlan los custodios va a llegar a avisarle al detenido que “tiene visita”, lo que representa una propina de 15 pesos. ¿Pero cómo le va a hacer el detenido para comer? Ni modo que en el duro cemento. ¡No hay problema! por módicos 15 pesitos le proporcionarán una cobija para que la ponga en el suelo o en los penales de la Ciudad de México se ofrecen un combo de una mesa de plástico y cuatro sillas por la módica cantidad de 100 pesos para que disfrute de sus alimentos en compañía de sus seres queridos.
¿No quiso cargar con el refresco? En la súper tienda de cada reclusorio podrá adquirir su coquita de lata, edición especial por la mínima cantidad de 30 pesos. Pero, espere, ¿tiene que llamar a su abogado? En la misma tiendita, aunque sea a precio de narcotiendita, venden tarjetas de 100 pesos (por las que tendrá que pagar 130) además de darle una propina de 10 pesos, a otro preso, para que se encargue de ofrecerle privacidad en su conversación. De todas maneras, el director del reclusorio recibirá una copia fiel de su charla con el defensor. Si acaso alguien se enterara de que ya va a salir libre, pronto recibirá una oferta para que le sea más rápido librar las seis exclusas que en promedio tiene cada cárcel, para que el trámite sea más rápido, claro, previo pago de por lo menos 200 pesos.
El preso, si tiene la suerte de ser del sexo masculino, le susurrará a la esposa que “ya tiene muchas ganas” y que ya se apalabró con el custodio para que le dejen una celda durante 20 minutos para celebrar el coloquio al que se refirió Salomón en el Cantar de los Cantares. Por lo que procure, dirá a su pareja el preso químicamente inhibido de deseos sexuales, que la próxima vez se acuerde de traer unos mil pesos adicionales. Las habitaciones para la visita conyugal no están disponibles. Hay reservaciones hasta el año 2025, o antes, claro, siempre y cuando pueda pagar a cambio el equivalente a dos boletos de avión a Acapulco.
La visita termina, el recluso regresa a su celda preguntándose cuándo va el juez a tomar en cuenta el Protocolo de Estambul que le practicó la Comisión de Derechos Humanos del entonces Distrito Federal, después de que estuvo un mes aislado en la fiscalía antisecuestro.
Está muy emocionado, necesita relajarse. Hay presos a los que les dan permiso para estar fuera de las jaulas desde las 6 de la mañana hasta las 5 de la tarde. Le entrega 20 pesos y le pide un cigarro de mariguana y el papelito donde viene el número de cuenta de Banco Azteca y el nombre de la persona a cuyo nombre está.
Por lo menos tres veces a la semana se cambia el número de cuenta. Nuestro nada imaginario personaje, recordemos que representa a 250 mil personas que esta noche pernoctarán en centros federales o estatales de reclusión, pide un teléfono celular para tomarle una foto a la ficha.
Al día siguiente su madre le depositará mil pesos a esa cuenta, lo que le servirá para comprar una pasta de dientes, un carrujo de mariguana para lograr conciliar el sueño las próximas seis noches y poder bañarse con una cubeta de agua calentada por dos cables eléctricos pelados, este servicio también es barato, unos 10 pesos, incluye vigilancia para no ser violado.
De los mil pesos, le van a entregar 850, el resto es por el servicio de banco. Además, para que no se preocupe de estarlo cuidando en la celda, se lo distribuirán en cómodos pagos de 120 pesos diarios.
Esta semana habrían logrado darle en mano otros 500 pesos. Pronto se acerca otro preso para pedirle los 50 pesos, “para el comandante”, que amablemente le permitió ver a sus familiares. Claro esto no incluye ni el paracetamol, ni los refrescos. Más tarde pagará 300 pesos para el alquiler de la raída cobija que le permitirá aguantar el frio. Por ahora ya tiene pagados los mil 500 pesos semanales que le dan derecho a una litera, y los 300 para que le permitan escuchar un radio de bolsillo. Si tiene teléfono inteligente dentro de la celda, el alquiler vale alrededor de 10 mil al mes.
Empieza el coro de tos que se prolongará desde las 6 de la tarde hasta las 10 de la mañana. A algunos les da carraspeo por el tabaco o el “churro”, a otros una tos nerviosa y muchos cientos más expectoran, simplemente porque están enfermos y no pueden pagar el derecho de cruzar el reclusorio para visitar al médico.
Esta semana, sin embargo, le salió barato, solo pagó mil pesos, menos del promedio de otros 249 mil 999 colegas de infortunio. Ese día en el Reclusorio Oriente se juntaron sólo 270 mil pesos, pero si se suman los de todas las cárceles del país ya son 250 mil millones, de tal manera que a fines de semana se complementará el billón.