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¿Por qué ignoran el acuerdo de liberación de presos?

Crónica Puebla por Crónica Puebla
11 noviembre, 2021
en Opinión
¿Por qué ignoran el acuerdo de liberación de presos?
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Por: Ramsés Ancira @ramsesancira
Historias para armar la Historia

 

No hay estadísticas confiables de cuántas personas en México se encuentran privadas de su libertad. No importa, tenemos otros datos. En 2020 se hablaba de 210 mil. Sabemos que durante la pandemia de COVID, el porcentaje de nuevos presos en México creció en más de 13 mil personas, al contrario de países donde incluso los “pecados” se pagan con cárcel, como Afganistán, Turquía e Irán.

 

México tiene el segundo lugar con el mayor número de presos de Latinoamé­rica, solo superado por Brasil, lo que re­presenta corrupción por el monto de un billón de dólares cada 28 días. No en el Cal­deronato, no en el Peñato, sino en la has­ta ahora fallida cuarta transformación propuesta por López Obrador.

Si a los 210 mil presos de 2020, le agregamos los 13 mil que ingresaron a la cárcel durante la pandemia, y si a ellos les agregamos, en promedio, a siete fami­liares directos, sumamos una República de Presos integrada por un millón 784 mil personas.

Durante la administración de López Obrador, nadie se ha preocupado, ni si­quiera por presumir los avances del pro­grama Jóvenes Construyendo el Futuro, de publicar cuántos menores infractores se encuentran privados de su libertad. La Encuesta Nacional de Adolescentes en el Sistema de Justicia Penal se hizo aún du­rante el gobierno de Peña Nieto, en 2015.

Sin embargo, sí hay cifras oficiales que hablan de 5 millones de niños y adoles­centes con graves problemas de consu­mo de alcohol.

Vamos a ser condescendientes y su­poner que solo el 5 por ciento de ellos sea de internos forzados de los consejos tute­lares para menores. Tenemos entonces a 30 mil adolescentes en custodia y si su­mamos a los 220 mil presos aquí, en Mé­xico, y ahora, completamos la cifra que cierra el cuarto de millón. La buena no­ticia es que, sumados adultos y menores, tenemos una población privada de la li­bertad integrada por “solo” 250 mil per­sonas. Si consideramos que México tie­ne una población de 128 millones 900 mil personas y “sólo” el 0.19 por ciento está en la cárcel, López Obrador está en lo cierto. En su mayoría, México tiene un pueblo bueno.

Pero, lamento si tan pronto lo desen­gaño. Si sumamos a las 250 mil personas privadas de su libertad, sean chicos o sean grandes; y cada una de ellas tuviera siete familiares que se ocupan de ellos, nues­tra República de los Presos y sus familia­res asciende a dos millones de personas, esto significa que 1.55% de los mexica­nos, o está preso o tienn alguna persona familiar cercana privada de su libertad.

Basta este 1.55% de personas deteni­das (sin contar a los hijos huérfanos de padre o de madre ni a los cónyuges que se quedaron en la calle gracias a que sus parejas se autoincriminaron para que no encarcelaran a los primeros) para enten­der que este es un asunto que afecta la se­guridad nacional.

Cuando el 28 de agosto de 2021, el presidente López Obrador publicó el acuerdo para la liberación de sentencia­dos o para personas víctimas de tortura dio un paso gigantesco para México, pe­ro a muchos gobernadores no les da la gana cumplirlo porque perderían un ne­gocio que asciende a 250 mil millones de pesos a la semana, esto es tanto como 13 billones de pesos anuales, consideran­do que cada año tiene 52 semanas.

¿De dónde sale ese dinero? Cuando madres, hijos y hermanos llegan a las puertas de la prisión para una visita les rentan ropa en 15 o 30 pesos. Pero resul­ta que la señora le lleva al marido un po­llo empanizado. No entra ¿qué tal que lo enharinaron con cocaína o polvo de can­nabis? Claro que, en el Reclusorio Orien­te, o en el Norte este se puede comprar a muy bajo precio, pero solo a los “con­cesionarios autorizados”. Así que al que quiera comer crujipollo o “la receta secre­ta del coronel Sanders” le van a cobrar, si el custodio está de buen humor, 50 pesos.

Luego, otro preso de los que controlan los custodios va a llegar a avisarle al de­tenido que “tiene visita”, lo que represen­ta una propina de 15 pesos. ¿Pero cómo le va a hacer el detenido para comer? Ni mo­do que en el duro cemento. ¡No hay pro­blema! por módicos 15 pesitos le propor­cionarán una cobija para que la ponga en el suelo o en los penales de la Ciudad de México se ofrecen un combo de una me­sa de plástico y cuatro sillas por la módica cantidad de 100 pesos para que disfrute de sus alimentos en compañía de sus se­res queridos.

¿No quiso cargar con el refresco? En la súper tienda de cada reclusorio podrá adquirir su coquita de lata, edición espe­cial por la mínima cantidad de 30 pesos. Pero, espere, ¿tiene que llamar a su abo­gado? En la misma tiendita, aunque sea a precio de narcotiendita, venden tarje­tas de 100 pesos (por las que tendrá que pagar 130) además de darle una propina de 10 pesos, a otro preso, para que se en­cargue de ofrecerle privacidad en su con­versación. De todas maneras, el director del reclusorio recibirá una copia fiel de su charla con el defensor. Si acaso alguien se enterara de que ya va a salir libre, pron­to recibirá una oferta para que le sea más rápido librar las seis exclusas que en pro­medio tiene cada cárcel, para que el trá­mite sea más rápido, claro, previo pago de por lo menos 200 pesos.

El preso, si tiene la suerte de ser del se­xo masculino, le susurrará a la esposa que “ya tiene muchas ganas” y que ya se apalabró con el custodio para que le dejen una celda durante 20 minutos para cele­brar el coloquio al que se refirió Salomón en el Cantar de los Cantares. Por lo que pro­cure, dirá a su pareja el preso química­mente inhibido de deseos sexuales, que la próxima vez se acuerde de traer unos mil pesos adicionales. Las habitaciones para la visita conyugal no están disponibles. Hay reservaciones hasta el año 2025, o antes, claro, siempre y cuando pueda pa­gar a cambio el equivalente a dos boletos de avión a Acapulco.

La visita termina, el recluso regresa a su celda preguntándose cuándo va el juez a tomar en cuenta el Protocolo de Estam­bul que le practicó la Comisión de Dere­chos Humanos del entonces Distrito Fe­deral, después de que estuvo un mes ais­lado en la fiscalía antisecuestro.

Está muy emocionado, necesita rela­jarse. Hay presos a los que les dan per­miso para estar fuera de las jaulas desde las 6 de la mañana hasta las 5 de la tar­de. Le entrega 20 pesos y le pide un ciga­rro de mariguana y el papelito donde vie­ne el número de cuenta de Banco Azteca y el nombre de la persona a cuyo nom­bre está.

Por lo menos tres veces a la semana se cambia el número de cuenta. Nuestro na­da imaginario personaje, recordemos que representa a 250 mil personas que esta noche pernoctarán en centros federales o estatales de reclusión, pide un teléfono celular para tomarle una foto a la ficha.

Al día siguiente su madre le deposita­rá mil pesos a esa cuenta, lo que le servi­rá para comprar una pasta de dientes, un carrujo de mariguana para lograr conci­liar el sueño las próximas seis noches y poder bañarse con una cubeta de agua calentada por dos cables eléctricos pela­dos, este servicio también es barato, unos 10 pesos, incluye vigilancia para no ser violado.

De los mil pesos, le van a entregar 850, el resto es por el servicio de banco. Ade­más, para que no se preocupe de estar­lo cuidando en la celda, se lo distribuirán en cómodos pagos de 120 pesos diarios.

Esta semana habrían logrado darle en mano otros 500 pesos. Pronto se acerca otro preso para pedirle los 50 pesos, “pa­ra el comandante”, que amablemente le permitió ver a sus familiares. Claro es­to no incluye ni el paracetamol, ni los re­frescos. Más tarde pagará 300 pesos pa­ra el alquiler de la raída cobija que le per­mitirá aguantar el frio. Por ahora ya tiene pagados los mil 500 pesos semanales que le dan derecho a una litera, y los 300 pa­ra que le permitan escuchar un radio de bolsillo. Si tiene teléfono inteligente den­tro de la celda, el alquiler vale alrededor de 10 mil al mes.

Empieza el coro de tos que se prolonga­rá desde las 6 de la tarde hasta las 10 de la mañana. A algunos les da carraspeo por el tabaco o el “churro”, a otros una tos nerviosa y muchos cientos más expecto­ran, simplemente porque están enfermos y no pueden pagar el derecho de cruzar el reclusorio para visitar al médico.

Esta semana, sin embargo, le salió ba­rato, solo pagó mil pesos, menos del pro­medio de otros 249 mil 999 colegas de in­fortunio. Ese día en el Reclusorio Oriente se juntaron sólo 270 mil pesos, pero si se suman los de todas las cárceles del país ya son 250 mil millones, de tal manera que a fines de semana se complementa­rá el billón.

Etiquetas: AMLO latinoamericaMéxico

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