Para el extinto escritor Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura, “el periodismo es el mejor oficio del mundo”. Hoy, al menos en México, es también el más peligroso.
La vulnerabilidad de quienes ejercen esta profesión quedó evidenciada una vez más el pasado domingo, cuando fue asesinada en Tijuana la comunicadora Lourdes Maldonado.
Este crimen es el segundo cometido en una semana en esa ciudad fronteriza y el tercero en el país en este incipiente 2022. Apenas el pasado 17 de enero, el fotoperiodista Margarito Martínez fue atacado a tiros cuando subía a su vehículo. Una semana antes en Veracruz fue acribillado el periodista José Luis Gamboa Arenas, director del medio digital Inforegio.
De acuerdo con un reporte de la organización Artículo 19, el gobierno de Felipe Calderón reportó 48 casos de periodistas asesinados en todo su sexenio, y 47 en el de Enrique Peña Nieto. En el actual gobierno de la 4T ya se rebasaron esas cifras, al llegar a 50.
Debe destacarse que los agresores, impunes en el 74% de los casos, están vinculados principalmente a servidores públicos municipales (43%), seguido por la delincuencia organizada (33.5%), mientras que los patrones de agresión que más predominan son las amenazas, agresiones físicas y robo.
La periodista Lourdes Maldonado ultimada el pasado domingo trabajó en Televisa, en el Primer Sistema de Noticias (PSN) y en el semanario Séptimo Día. Desde hace meses colaboraba en la emisora radiofónica Sintoniza sin fronteras y conducía un programa informativo por internet.
Ella había requerido hace tiempo protección por temor ante un problema legal que sostenía con el exgobernador morenista de Baja California, Jaime Bonilla, incluso acudió en marzo de 2019 a la conferencia diaria del presidente Andrés Manuel López Obrador, en la Ciudad de México, para denunciar que su vida estaba en peligro.
Tras escucharla, en ese entonces López Obrador pidió públicamente al coordinador de Comunicación Social que atendiera y apoyara a Maldonado “para que haga justicia, que no haya influyentismo y que se actúe en el marco de la ley”.
Hasta su homicidio, Lourdes Maldonado estaba adscrita al Sistema Estatal de Protección a Periodistas de Baja California, pero con restricciones. Una fuente confiable de aquella entidad nos reveló que a petición suya, sólo elementos policiacos se comunicaban con ella tres veces al día, la última por la noche para confirmar que estaba en casa y se sentía segura.
Apenas hace una semana, Maldonado había hecho pública su victoria sobre la demanda laboral que había interpuesto en contra de la empresa propiedad del exgobernador Bonilla.
Cuestionado sobre este crimen que ha levantado protestas del gremio en todo el país bajo el grito “Prensa, no disparen”, el presidente Andrés Manuel López Obrador pidió este martes “no adelantar ningún juicio y pidió que se investigue a fondo para que el caso no quede impune.
Habrá que esperar entonces a que avancen las indagatorias, pero en realidad son pocas las expectativas.
De lo que hay plena certeza es que actualmente son muy pocas las garantías en el ejercicio de la actividad periodística. Así lo aprecia también la Federación Internacional de Periodistas, que cataloga a México como uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer esta profesión.
De acuerdo con un reciente informe, la propia FIP reportó que en el 2021 se registraron en nuestro país nueve asesinatos, que se suman a los 148 que se han registrado desde el 2006, año en el que comenzó la llamada “guerra contra el narcotráfico”.
“Los periodistas y trabajadores de los medios de comunicación son asesinados en México con mayor frecuencia por denunciar la corrupción, el crimen y el abuso de poder en sus comunidades, ciudades y países”, refirió el organismo internacional.
Y por si eso fuera poco, al riesgo de ser victimado se ha sumado durante la administración de la 4T una feroz y dañina estigmatización contra comunicadores.
En voz del propio presidente López Obrador se acusa y ofende sistemáticamente a muchos medios de comunicación e incluso a periodistas y columnistas que no son afines. Se les llama mentirosos, tendenciosos, fifís, chayoteros y hasta conservadores, calificativos que luego se hacen extensivos con ataques concertados en redes sociales.
También a través de una sección semanal durante las conferencias mañaneras titulada “¿Quién es quién en las noticias falsas?” se desmienten versiones informativas y se recurre a denostar sin escrúpulo a periodistas.
Frente a los riesgos y amenazas y ante una creciente hostilidad proveniente desde lo más arriba, el único recurso a la vista parece ser el mejoramiento y eficaz aplicación del llamado Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, bajo responsabilidad de la Secretaria de Gobernación federal.
Dicho recurso, en teoría “es una garantía de protección a derechos humanos erigida dentro del Estado mexicano para salvaguardar la vida, integridad, libertad y seguridad, de quienes ejercen el periodismo, la defensa de los derechos humanos y la libertad de expresión”.
A decir de la propia Segob, dicho mecanismo cuenta actualmente con casi mil 500 personas beneficiarias –de las cuales una tercera parte son periodistas– de la mayoría de las entidades federativas, mientras que sólo seis estados del país cuentan con organismos locales de protección en esta materia: Ciudad de México, Veracruz, Colima, Guanajuato, Guerrero y Puebla.
La dependencia federal señala también que “existe una ruta muy clara para realizar acciones de fortalecimiento para el mecanismo, la cual expone en tres puntos: uno es “el cumplimiento de la totalidad de las recomendaciones emitidas por parte de la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas en México dentro del Diagnóstico para el Fortalecimiento del Mecanismo”.
Otro, “la revisión del marco normativo sobre la protección a periodistas, así como el establecimiento de mecanismos de coordinación entre la federación y los estados para la efectiva protección a periodistas”; y un último, “la promoción de diagnósticos estatales de prevención para identificar las agresiones por municipios y anticipar los fenómenos que las detonen”.
Es tiempo entonces de que la autoridad cumpla con su vital tarea para frenar los ataques contra la prensa, cualquiera que sea el modo y el recurso. Y si de verdad hay intención de hacerlo, el ejemplo debería ponerse desde la misma cúspide del poder haciendo efectivos los mecanismos necesarios y terminando con el hostigamiento que empaña hoy en día al “mejor oficio del mundo”.