Todo lo que podría decirse sobre los otakus cabe en una línea: aman el anime, hacen cosplay de sus personajes favoritos, suelen estar entre los pasillos de cualquier frikiplaza del país y son muchísimos.
Pero la realidad es que esta subcultura juvenil es mucho más compleja: los que aman el anime no siempre se visten como los personajes que aparecen en esas series animadas, y los que sí lo hacen no siempre están interesados en coleccionar figurillas, cómics o tecnología.
Pero de que son muchos, son muchos. Basta asomarse a cualquier convención de cultura japonesa para darse cuenta de cuántas personas pueden ser consideradas otakus en México.
En Puebla, por ejemplo, hay dos convenciones que se realizan al año y a las que asisten miles de chicos de distintos estratos socioeconómicos: una es la Friki-Feria y otra la Expo Akai.
En estas convenciones se venden películas, juguetes, cómics y ropa. Los chicos acuden vestidos como sus personajes favoritos de anime, y hay concursos para ver quién ha hecho el mejor cosplay de todos.
Caminar entre los pasillos de las convenciones es entrar a un mundo en donde lo mismo hay seres de orejas puntiagudas, que heroínas de largos vestidos escarlatas, ángeles de alas brillantes que cuelgan de sus espaldas, y justicieros con báculos, espadas o mazos.
Según el Programa Universitario de Estudios sobre Asia y África de la UNAM, más allá de un simple disfraz, el cosplay es “un acto performativo y lúdico que se reproduce en los fandoms otakus en México, el cual permite la construcción de espacios sociales donde varios jóvenes utilizan sus cuerpos para darle vida a sus figuras favoritas de manga y anime, lo cual permite una mezcla de su realidad y emociones con las del personaje”.
En México, el terreno que preparó el auge de la cultura otaku comenzó a mediados de los 90, cuando en la televisión abierta se transmitieron series animadas de Japón como Sailor Moon, Los caballeros del zodiaco, Pokemon, Ranma ½ y Dragon Ball.
Pero la misma televisión abierta que difundía estas series comenzó, al mismo tiempo, a criticarlas en espacios de opinión donde se les vinculaba con el satanismo.

El resultado de toda la campaña negra contra las series japonesas alcanzó su punto más alto cuando un sacerdote de Hidalgo convocó a sus feligreses a una quema masiva de productos Pokemon.
Esto sólo fue evitado cuando varios intelectuales, entre ellos Carlos Monsiváis, criticaron la censura por parte de las autoridades eclesiásticas.
Con todo y la campaña negra contra lo otaku, en 2001 se realizó en Ciudad de México la “TNT”, la primera convención dedicada al anime y manga japoneses. A estas se sumaron la ConQUE (Convención Quetzalcóatl), en el Polyforum Siqueiros; y La Mole, en Expo Reforma Canaco.
Alejandra, una estudiante de Arquitectura de 20 años, no ha acudido a ninguna de las convenciones en Ciudad de México, pero sí a algunas de Puebla y Tehuacán. Las convenciones, está visto, se han expandido por todo el país.
Aunque cree que el término “otaku” se sigue usando de forma despectiva, Alejandra sostiene que el auge del anime en México ha acercado a muchas más personas a la cultura japonesa y al cosplay.

Ahora mismo, el anime más popular entre los otakus que conoce es Demon Slayer, una serie animada que aborda la historia de un chico cuya familia fue asesinada por demonios. Él, desde entonces, lucha contra ellos para buscar la justicia.
Y lo hace no sólo con armas, sino con su propio cuerpo: la historia recuerda constantemente que para alcanzar el bienestar es necesaria una buena postura física y una buena respiración.
Entre Pokemon y Demon Slayer hay una diferencia de más de 20 años que marca no sólo el avance del anime en México, sino la búsqueda nuevos valores entre las juventudes.