Por: Dulce Liz Moreno
Una fila, otra, una más. Esa sala, regularmente, es punto de encuentro de amigos y familia que despiden con los honores de rituales privados a sus difuntos queridos en Nueva York, antes capital del mundo, hoy capital del contagio de COVID-19.
Hoy, la omnipresencia del coronavirus y su poder letal ha sustituido a gente en duelo por cajones.
Los cuerpos fueron tratados en las morgues móviles: tráilers-congeladores estacionados fuera de los hospitales desbordados desde hace casi un mes.
Los cajones esperan en salas vacías porque amigos y familia de quienes esta pandemia ha devorado no pueden congregarse para despedirlos. Tienen turno para entrar al crematorio.
Así es el destino final, en Nueva York y Nueva Jersey, de quienes, de pronto, sintieron asfixia de sólo toser.
Ayer, cruzó el cielo de Manhattan el escuadrón militar de piruetas en honor del personal médico que en un mes ha visto el rostro de la muerte como nunca antes.
Los caídos se fueron entre la gente de azul y blanco.
Nadie de su gente pudo tomarles la mano los últimos minutos que tuvieron los ojos abiertos.
Sus amores no pueden besar los restos, ni darles un abrazo, ni vestirlos como pidieron.
La peste pulverizó los rituales para decir adiós.