Por: Rubén Salazar
La cultura de la gestión del riesgo ha avanzado a pasos agigantados en el sector privado, sobre todo en los grandes corporativos, incluso a mayor velocidad que en el sector público.
Desde hace mucho tiempo, por cuenta propia, o con la asesoría de agencias del sector de análisis de riesgos, las organizaciones empresariales han incorporado el monitoreo de alertas tempranas de eventos críticos en su toma de decisiones, así como la actualización periódica de su agenda de riesgos, entre ellos, factores relacionados con crisis biológicas y sanitarias, lo que les permitió implementar planes preventivos con mucho tiempo de anticipación, con objeto de asegurar, primero, la salud de su personal y, con ello, la continuidad de sus operaciones en medio de la pandemia.
Desde antes que la autoridad federal decretara la fase 3 de la contingencia por el COVID-19, muchas empresas, que han desarrollado ampliamente su olfato por el riesgo, habían emprendido la reconversión digital de procesos para los cuales no era indispensable el trabajo presencial de su personal en la oficina, optando por el home office.
A principios de marzo, cuando el presidente y el mismo subsecretario federal de Salud señalaban que era innecesario el aislamiento, organizaciones del sector financiero y aseguradoras ya habían enviado a la mayor parte de su plantilla administrativa a laborar desde casa; en la mayoría de los casos, el sector privado se mostró más responsable que el propio gobierno, pues la visión del riesgo entre los empresarios no está amparada en demagogias sino en el análisis de sus efectos y proyección de sus costos.
Desde ahora, el teletrabajo se ha convertido en otra herramienta valiosa para contener al virus, y es probable que se establezca de forma permanente, no sólo para impedir la propagación del patógeno, sino también para generar ahorros en medio de la incertidumbre económica desatada por el SARS-CoV-2.
A partir de ahora, los empresarios empezarán a darse cuenta que no era necesario arrendar oficinas lujosas para operar, con los costos asociados de servicios de luz, internet, agua, estacionamiento, entre otras erogaciones que ahora comenzarán a verse como gastos innecesarios.
En toda crisis, siempre habrá oportunidades para hacer ajustes. Adicionalmente, esta visión les ha permitido reinventar sus negocios en aras de la subsistencia, y tener que adaptarse al uso de las tecnologías, para la entrega y envío de sus productos, y no perder ventas y clientes ante la suspensión de actividades no esenciales ordenada con motivo de la pandemia.
Una visión que no han entendido emporios como Grupo Salinas, que pudiendo intensificar y hacer viable el comercio online, optó por poner en riesgo la salud de lo más preciado que existe en una empresa: su capital humano; lo que, sin duda, puede restarle ventajas frente a otros competidores que han evolucionado y respondido con resiliencia a la crisis.
No es fácil cambiar, su clientela es de bajos recursos, sin internet, pero podría ser la oportunidad de transformar las cosas, de solicitar apoyos al gobierno para ampliar esa cobertura, en costos accesibles o gratuita para zonas que lo requieran, incluyendo la distribución de dispositivos para hacer transacciones online.
Esto podría dar pie a que las prácticas burocráticas también se agilicen y transparenten, por ejemplo, el sistema de justicia y muchos servicios de gobierno siguen rezagados en digitalizarse y ofrecer su atención ininterrumpida vía online.
Una realidad digital que podría extenderse más allá de la duración de la enfermedad, pues llevará más tiempo aplanar la curva de desconfianza de los consumidores para reactivar sus viejos hábitos de compra, sobre todo por el temor latente del contagio, lo que podría significar un duro revés para sectores productivos como el restaurantero, el turístico, el hotelero, la aviación comercial, el de espectáculos masivos: cine, teatro, musicales, deportes, etcétera; el arrendamiento de inmuebles, las agencias automotrices, el transporte privado de pasajeros: taxis, Uber, Cabify, y las ventas al menudeo, sólo por señalar algunos.
Previo a la emergencia sanitaria, corporativos extranjeros ya se habían adaptado a la era digital para ofrecer una experiencia inédita al consumidor sin necesidad de salir de casa, ya sea para adquirir series o catálogos de películas, vía streaming, en el caso de Netflix, HBO, Amazon y otras plataformas o para pedir comida de sus restaurantes favoritos que no contaban con servicio a domicilio, entre las que destacan los servicios de Uber Eats y Rappi, esta última, por ejemplo, para conservar la confianza de sus clientes ante el temor de contagio, ha incorporado la opción de entrega sin contacto alguno con su repartidor.
En el caso del cine, empresas como Cinemex y Cinépolis bien podrían empezar por ofrecer sus películas vía streaming, pues las empresas que comercializan contenidos propios o de terceros a través de esta tecnología han resultado las más beneficiadas en esta emergencia para entretener a millones de personas en el encierro.
Y a todo esto, ¿qué está haciendo el gobierno federal y la secretaria de Economía, Graciela Márquez, para asesorar a las empresas pequeñas, medianas y grandes en la innovación digital de sus procesos que les permita navegar con rumbo y certidumbre frente a la marea del coronavirus? Es momento que el presidente emplee sus conferencias mañaneras para ofrecer soluciones técnicas que permitan a nuestras empresas ser competitivas en un mercado que seguirá dominado por la desconfianza y la cautela del consumidor, no sólo por el virus, sino también por la crisis económica en curso. Es momento de asesorar y no polarizar, señor presidente.