Notas para una defensa de emergencia
Silvino Vergara Nava / parmenasradio.org
Pareciera que hemos llegado a esa sentencia que dictaba Martín Heidegger, el filósofo alemán que describía nuestra realidad del siglo XX, pero sobre todo que era un crítico agudo de lo que sucedía con la técnica, la ciencia y el capitalismo.
Cuando se haya conquistado técnicamente
y explotado económicamente hasta el
último rincón del planeta…
Cuando las cifras de millones en asambleas
populares se tengan para un triunfo…
¿para qué?, ¿hacia dónde?, ¿y luego qué?
Martín Hiedegger
Quizá en esa frase celebre de su libro Introducción a la metafísica, le faltó hacer más énfasis a la corrupción, que es hoy el verdadero cáncer de la sociedad mexicana, al grado que la lucha y el combate contra la corrupción se dejó para mejores tiempos, es decir, habrá otras administraciones públicas federales que se tomen en serio el problema de la corrupción.
Sin embargo, es de conocimiento de todos y muy evidente que la corrupción está por todos lados, sobre todo en estos tiempos se ha agudizado aun más que en otras épocas y en otras administraciones públicas federales, algo de lo que no se quiere reconocer, porque seguramente no hay capacidad de afrontarla.
Y es que en los cuentos felices que se dan desde los estrados del Palacio Nacional, es muy fácil sostener que se ha acabado la corrupción. Pero, esto no se termina sólo con buenos propósitos, ni con el simple deseo de combatirla.
El país se está minando y deteriorando con el exceso grosero de la corrupción, no hay límite, está en todos los niveles, que no se puede resolver por estar pensando cada día que se va a terminar, como por telepatía o alguna de esas ondas sonoras que permitan darle fin.
La corrupción se combate con trabajo jurídico de las instituciones del Estado, pero si estas instituciones no tienen rumbo, su personal será incapaz e ignorante de lo que se debe de combatir y verán en sus puestos la oportunidad de obtener ganancias propias.
Además que, sigue el modelo de combate a la corrupción que implementó la administración pública federal anterior, para “tapar el Sol con un dedo” de sus problemas al final del sexenio, como “la casita blanca”, pues hay muy poco interés en estos tiempos de 2022 de terminar con la corrupción; es más, simplemente no hay voluntad y esto no se resuelve de dientes para afuera, que es lo que se aprecia todos los días por la mañana.
El problema no es nada más reformar las leyes de responsabilidades de los servidores públicos, para hacer más efectivas a las instituciones que pretenden combatir la corrupción, sino también el sistema jurídico en su totalidad, pues está cundido de corrupción.
Es incuestionable que, toda norma jurídica que establece la facultad de cualquier autoridad de usar el vocablo “podrán”, es indiscutible que en el fondo es corrupción. Y, quien cierra el círculo al respecto son los precedentes y criterios del Poder Judicial Federal, que ha escudado la impunidad de esas normas, bajo el argumento de que el uso de las facultades discrecionales no debe de motivarse, lo cual permite que a un particular se le pueda multar y a otros no, que a uno se le inspeccione y clausure y otros miles no.
No es otra cosa más que instituir la corrupción desde la propia norma jurídica y, después, blindado por los tribunales.
Por ello es que el combate a la corrupción no es cualquier cosa, ni se puede resolver desde la palestra, dictando discursos llenos de buenos propósitos, el problema es más profundo. Para esto se debe de tener conciencia que no se está tomando el camino correcto y ese es el principal problema desde el Palacio Nacional: minimizar la corrupción.
Desde luego que la afirmación de que es corrupto tanto el que recibe como el que ofrece, es una verdadera estupidez, pues es una forma de justificar la corrupción, ya que quien la ofrece es porque sabe que las leyes así lo obligan, es del conocimiento de todos que los permisos, concesiones, autorizaciones, regulaciones de las autoridades, hasta para una simple cita en el SAT, todo está sustentado en disposiciones legales que cuentan con complejidades.
Una serie de procedimientos y trámites a veces imposibles de cumplir. Por ello es que, no había otra opción más que ofrecer al servidor público su dádiva, pues es sabido que la gran mayoría de sujetos instalados en cargos públicos es por esa oportunidad de corromperse. Otros más se contaminan de esa corrupción, tanto los que se acostumbran con el paso del tiempo a formar parte de ella, como los que simplemente se quedan observando lo que sucede en las oficinas gubernamentales sin denunciarlo.
La pregunta a los que ejercen cotidianamente la corrupción en sus cargos públicos, en las oficinas “privadas” dedicadas a esos movimientos, sería esa misma que se hacía Martín Hiedegger: “¿Y después qué?”
Es decir, ¿y después de la corrupción qué sigue? Porque si se permite la corrupción, está permitido todo, tanto para beneficio de los corruptos, como para su perjuicio. La corrupción es una especie de cuchillo de doble filo, que puede perjudicar al mismo que lo usa.