Notas para una defensa de emergencia
Silvino Vergara Nava
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La epidemia del coronavirus sirve para justificar y legitimar medidas de control y regulación de la gente, medidas que hasta ahora eran impensables en una sociedad democrática occidental
Slavoj Zizek
Estamos por cumplir tres años de que inició la pesadilla de la pandemia por COVID-19 que cambió el mundo, tanto por los millones de muertos, enfermos y con secuelas, como por el giro que dieron las actividades económicas. El quehacer diario de miles de personas se modificó considerablemente.
En el plano de la educación, se convulsionó con el uso de los medios electrónicos. Cualquier estudio en universidades, escuelas o centros de estudios ofrece las clases, seminarios, diplomados, licenciaturas, especialidades, maestrías y hasta doctorados tanto en forma presencial como por medios electrónicos.
Las denominadas videollamadas, plataformas digitales y aulas digitales hoy son una realidad. Desde luego que esto acercó el conocimiento a las personas; permitió que se pudiera contar con un profesor del otro lado del mundo, con el ahorro en costos que eso representa.
Por otro lado, para el correcto aprovechamiento de las sesiones por medio remoto es necesaria la disciplina, pues de lo contrario es un fracaso asegurado para los alumnos. Ahora más que nunca depende del alumno aprovechar estos medios o tirarlos por la borda.
Así como la educación va a permitir una educación de calidad, con profesores de vanguardia, el otro extremo con esta pandemia de la lejanía corresponde a los empleos fuera de las oficinas, talleres y fábricas; es decir, el trabajo diario que se lleva a cabo en la casa del empleado; el denominado home office, en donde el hogar es el espacio en el que se desarrolla la vida de las personas, desde la convivencia familiar –si es que cuentan con ella– hasta la vida laboral.
Atendiendo a esta transformación, se acabaron en muchas empresas –sobre todo de las transnacionales– los centros de trabajo denominados corporativos, donde se aglutinaban cientos o miles de personas para realizar su trabajo diario.
Hoy no hay físicamente más compañeros de trabajo; menos, reuniones presenciales. Todo se volvió virtual: Para las empresas, negocios y corporativos ha sido una “bendición”, pues se acabaron los gastos de mantenimiento de cientos de conceptos que debían absorber, como los espacios físicos en lugares “emblemáticos” de miles de ciudades del mundo; es decir, las oficinas que permitían demostrar la existencia y presencia de las empresas.
Adicionalmente, se acabaron los gastos de consumo de energía eléctrica, de internet, y mantenimiento de edificios, como limpieza, agua e insumos. Estos gastos son absorbidos por los empleados en sus hogares.
¿Cuántas empresas contaban incluso con servicios de comedor? Esto tarde o temprano va a desaparecer.
Todo esto se está mudando al empleado, a los gastos de su vida cotidiana; a que deba de considerar el espacio para trabajar en su propio hogar, para reportar sus trabajos, para reunirse con sus superiores o con los clientes de la empresa a la que presta sus servicios. Su hogar se ha convertido en su centro de trabajo.
Los daños ocasionados por este fenómeno se verán con el tiempo, aunque no muy prolongado. Es cuestión de un lapso muy corto para acreditar que se ha perdido la distinción entre el escritorio y la cama del empleado de una compañía.
La vida se ha vuelto más rutinaria que en los tiempos previos a la pandemia, en los que era necesario estar presente en los centros de trabajo, despertar temprano, considerar el tiempo de traslado, la vestimenta, el refrigerio, etcétera.
Hoy, con el home office, no es así; se acabó todo eso. Es más; es del conocimiento de muchos que empleados de países del primer mundo se han trasladado a los países mas cercanos al trópico, atendiendo al clima y a la forma de vida, para poder seguir con sus empleos versión home office, pero vivir en mejores condiciones climáticas .
Los salarios que perciben de las empresas del primer mundo les permiten un mejor nivel de vida en esas ciudades del tercer mundo.
El problema principal es que se pierde el contacto físico de las personas. No es lo mismo ver a los compañeros de trabajo por un pantalla que de manera física y real. Por otro lado, el que se tenga la disciplina de acudir en un horario determinado a los centros de trabajo se ha perdido; por tanto, se puede laborar sin la necesidad de salir de casa.
No es necesario apresurase para estar puntual en un centro de trabajo.
Se pierde la distinción de los espacios.
Es más, se puede trabajar desde la recámara, desde la cama. No es necesario poner atención al arreglo personal, salvo lo que se ve en la pantalla, que bien puede ser única y exclusivamente el rostro.
No hay más distinción entre la cama y el escritorio. De todas formas, se labora en ambos lugares.
El efecto psicológico de ello se verá en pocos años. No hace falta que transcurra mucho tiempo para demostrar de qué forma se está minando la salud de los miles o millones de empleados que hoy pierden la distinción entre la cama y el escritorio.