Mario Galeana
Fotos: Francisco Mendiola
El peyote es la planta enteógena más conocida en el norte del país y el suroeste de Estados Unidos. Su consumo en rituales religiosos ha estado asociado históricamente al pueblo de los wikárikas, que habitan los estados de Jalisco, Nayarit, Durango, Zacatecas, San Luis Potosí y Nuevo México.
Por eso el investigador Francisco Mendiola Galván se llevó una sorpresa mayúscula cuando en 2021 encontró varios grabados rupestres con la imagen del peyote en una cueva en el sitio de Montecelli, en Hueytamalco, a más de 500 kilómetros del norte del país.
Para Mendiola, quien ha estudiado el arte rupestre en el norte y el centro del país durante los últimos 30 años, el hallazgo es otra prueba irrefutable de la inexistencia de fronteras en el pasado, del fenómeno de la migración humana y del intercambio de ideas y cosmovisiones que existía aquí antes de la llegada de los europeos.
El investigador del Centro en Puebla del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) llega a esta conclusión, tras realizar una investigación como parte de un grupo interdisciplinario que reunió a siete artistas, seis estudiosos en campo, universidades, institutos y las embajadas de ocho países en torno al análisis del arte rupestre.
El grupo estuvo coordinado por la Unión Nacional Europea de Institutos por la Cultura (EUNIC, por sus siglas en inglés), además del Instituto Nacional de Pensamiento Latinoamericano, la Pontificia Universidad Católica de Chile, la Universidad de París, la Universidad Nacional de Río Negro, el INAH y las embajadas de España, Argentina, Chile, Colombia, Francia, Italia, México y Portugal.
En realidad, el hallazgo de peyotes grabados y pintados en el sitio de Hueytamalco ha sido el último en una larga cadena de descubrimientos que suponen la ubicuidad del arte rupestre entre Aridoamérica y Mesoamérica.
Francisco Mendiola investigó por 25 años este tipo de manifestaciones en Sinaloa, Chihuahua y el suroeste de Estados Unidos. Hace sólo nueve se mudó a Puebla y sus exploraciones le llevaron a encontrar otros símbolos y elementos que presuntamente correspondían por exclusividad a los chichimecas, y no a culturas de Mesoamérica.
Por ejemplo, registró el grabado de una manifestación de Tláloc con cabeza en forma de trapecio, grandes ojos y cuerpo con diseños internos, tan distinta a la forma del Dios del Agua en regiones de Mesoamérica, en los sitios de San Vicente, en Sinaloa; en Samalayuca, Chihuahua; Hueco Tanks, en Texas; y Three Rivers, Nuevo México.
Y, sin embargo, a su llegada a Puebla descubrió que en la Cueva de los Muñecos, como se conoce a un subterfugio rocoso en el sitio de Tejalpa, en la Sierra Norte, también había grabados y pinturas rupestres con el Tláloc trapezoidal del norte.
En el sitio de San Pablo Ameyaltepec, en el municipio de Tepexi de Rodríguez, también descubrió pictografía donde se representaba a mujeres hopi, con sus inconfundibles peinados que inspiraron a la caracterización de la princesa Leia de Star Wars.
El dato sería sólo un apunte al margen de no ser porque las mujeres hopi habitan en el sureste de Estados Unidos, y sólo se habían encontrado pinturas rupestres alusivas en el sitio Rincón de los Apaches, en Chihuahua.
Y el último vínculo fue el descubrimiento de pinturas rupestres de katchinas, unos seres de cabello alborotado que en la cosmovisión hopi son hacedores de las nubes de lluvia y fungen como intermediarios entre los dioses y los seres humanos.
Además del sitio de Hueco Tanks, en Texas, Mendiola descubrió grabados de estas entidades elaborados hace 20 mil años en la comunidad de Carreragco, en el municipio de Tetela de Ocampo.
LA BÚSQUEDA DE LA PERMANENCIA
Para el investigador del INAH, estos descubrimientos prueban que hubo una interacción cultural entre el norte y el centro del continente americano, pero también una búsqueda de permanencia en el tiempo a través del arte rupestre.
“Si oyes la palabra mano, puede que pienses en la imagen de una, pero cuando ves una mano dibujada, ésta se convierte en una imagen permanente. Los antiguos tomaban pigmento para eternizar esas imágenes. Les daban un lugar permanente en el universo”, señaló.
Estos vestigios son, a decir de Mendiola, el único remanente que podemos percibir sobre la abstracción de los primeros seres humanos.
“Seguramente hubo lenguas, sonido y música… pero no la oímos, no suena. Lo único que ha quedado plasmado ha sido en material rocoso, del que provenimos, por cierto, porque somos polvo de estrellas, como afirmaba Carl Sagan”, señaló.
SOBRE ROCA
La antropóloga social Zuleica Rodríguez Gutiérrez, quien acompañó al investigador en la presentación de dos videos donde se resume la labor del grupo interdisciplinario que reflexionó sobre el arte rupestre en el mundo, coincidió en que la manifestación material del arte rupestre otorga a la sensibilidad humana una manera permanente de existir en el tiempo.
“Lo que vemos en el arte rupestre son cuerpos en desdoblamiento, cuerpos danzantes, en caza, pero cuerpos. El arte tiene esa capacidad de agencia sobre lo humano, una función esencialmente contemplativa que, en el caso de estos materiales, puede tener una génesis distinta: una función en un sistema social determinado”, concluyó.