Álvaro Ramírez Velasco
Es brutal el escalofrío que invade al paciente de COVID-19 que ve morir al compañero de la cama de al lado.
Cuando se ve golpeado por la realidad de que ese fallecimiento fue de súbito.
Que le llegó el último respiro en soledad, sin despedirse de ninguno de sus seres queridos, a quienes dejó de ver apenas entró, infectado de coronavirus, en ese hospital códice, en el que la muerte se ha convertido en un huésped permanente.
“El horror de todo eso se ve en sus ojos”, dice Daniela, médica que combate en la primera línea a la pandemia, en un nosocomio público de una capital de un estado, que puede ser cualquiera del país, pues en todos se vive la misma terrible historia ya tan repetida, de “muchísimas muertes y pocos que salen”, esa que “desanima tanto”.
“La gente no tiene ni idea de lo que es estar infectado y terminar como paciente. Veo el horror en los ojos de mis pacientes, cuando se dan cuenta de que se murió el de al lado.
“Les llega entonces la percepción de ‘me voy a morir también y ya no vi a nadie, de nadie me despedí, me voy a morir solo’, porque en esto te mueres solo”, describe ella que, a pesar de la convivencia diaria con el SARS-CoV-2 y sus estragos, no ha alcanzado a acostumbrarse.
Vive también el miedo cotidiano en estos días aciagos de la pandemia, la preocupación por ella misma, por los suyos, por sus hijos menores de edad.
Su único deseo es que “esto se acabe, que llegue una vacuna, porque de otro modo nunca terminará y debemos acostumbrarnos a una vida completamente distinta a la que disfrutábamos como seres sociales”.
LA INCONSCIENCIA
La muerte ronda, como nunca en su carrera, los pasillos del hospital en que hoy trabaja Daniela y a todos roza, si no en el cuerpo, en la mente.
“Es un pensamiento terrible, cuando tienes la duda de si te contagiaste”.
“Si todos hiciéramos ese ejercicio, de qué me anima a salir y pensar que nadie me va a ver más, una vez que esté infectado, te detendrías a salir de tu casa”.
—Pero no lo hacen…
—No lo hacen.
La irresponsabilidad colectiva, dice Daniela, tiene que ver con la ignorancia. No hay precaución, “porque no saben la dinámica de un paciente en el hospital”.
Son pocas las historias de éxito, pero todas dejan enseñanzas y ofrecen esperanza.
“Hace unos días dimos de alta a una joven embarazada, con unos cinco meses, que estuvo con nosotros unos 15 días o más. Hicimos todo lo posible para no intubarla, y ella muy consciente siguió al pie de la letra las indicaciones, porque veía cómo se morían otros pacientes.
“Eso le pegó de manera terrible, psicológicamente. Tanto, que el psiquiatra tuvo que sedarla, porque el mismo estrés de ver todo lo que estaba pasando y de pensar que su bebé, del que tanto le había costado embarazarse, se podían morir, la tenía súper asustada.
“Cuando le dije ‘te vas a ir, ya estás dada de alta’, casi se me echa encima y llorado me dijo ‘gracias doctora’… Lloraba y lloraba, como si le hubiéramos perdonado la vida. Y ella lo reconoció, fuimos irresponsables y salimos.
Y el marido y ella estaban súper arrepentidos de no haberse cuidado”, narra Daniela del otro lado del teléfono, con voz que, por momentos, pareciera hacérsele astillas.
AÑORAR EL CONTACTO HUMANO
Daniela dice que, a pesar de las duras jornadas, del hartazgo y el miedo que se asoman cada día en el hospital, “tratamos de darles lo mejor que tenemos, que podemos”.
Reflexiona sobre la soledad del paciente y asegura que “les hace mucha falta el contacto humano, quién se les acerque y quién les platique, porque de verdad tenemos tantos pacientes que a veces no nos da tiempo”.
En las notas que se levantan del área de psiquiatría -agrega en entrevista-, los pacientes lamentan que “nadie me habla, no existo en este hospital”, pero se debe a la carga de trabajo.
Daniela, particularmente, ha intentado que no sea así y ha aparecido en alguna de esas relatorías de los pacientes como “la única doctora que me habla”.
“El contacto humano, que teníamos tan normal, tan cotidiano, ahora es tan indispensable y tan añorado por los pacientes”.
LAS DISTINTAS REALIDADES
“En el hospital ha sido muy difícil adaptarte (como profesional del Sector Salud), porque te pega tu trabajo en el lado familiar. Tengo compañeros que sus hijos no están viviendo con ellos; los tuvieron que mandar a otro lado, para poder ellos estar tranquilos, en caso de que se contagien”.
Aunque Daniela sigue en la misma casa con sus hijos, menores de edad los dos, niño y niña, ha tenido que tomar muchas precauciones que, finalmente, duelen.
“Venir con mis hijos y no poder abrazarlos, no poderme acercar, no poder estar como antes, a eso no te adaptas.
Nos ha pegado en cuestiones muy profundas en los sentimientos. Por eso creo que seguimos esperanzados a que esto termine”.
—Suponemos que vamos a regresar a la normalidad, ¿pero estamos equivocados?
—Yo creo que sí. Es lo que más queremos, pero la realidad es que van pasando los días y no se ha visto algún cambio contundente, que nos pudiera abrir esa esperanza. No lo estamos viendo.
“Al contrario, en el hospital los ánimos no están muy tranquilos, porque las muertes han sido muchas… Hay pacientes que han salido y muy bien, pero han sido demasiadas muertes. Se siente frustración sobre cómo vamos a detener esto, qué estamos haciendo mal o qué tenemos que hacer.
“En el hospital es muy difícil de asimilar y sales a la calle, a tu casa, y sí te da miedo que tu familia se infecte… es vivir también con temor afuera”.
—¿Tus hijos te ven con miedo de contagiarse?
—No –responde de botepronto, pero luego rectifica–… No sé cómo me ven. Es raro.
Sí me hacen preguntas, pero no con miedo. Ven que me levanto, que hago mi vida normal. Tal vez por eso no le tienen tanto miedo, por eso. Lo han entendido como ‘a mamá no le ha pasado nada’.
Eso ocurre en casa, aunque en su todavía infancia que evoluciona, a los hijos de Daniela “les ha cambiado la perspectiva, porque han sabido de casos de papás de compañeritos que se han infectado; es cuando más se acercan y me preguntan, porque sí ven alterado su mundo”, cuando antes “difícilmente se involucraban en mi trabajo”.
“Ahora me dicen: fíjate que la mamá y el papá de un compañerito tienen Covid, por qué no les llamas, mami, por qué no les aconsejas”.
—Tu demás entorno, tus papás, tus hermanos, ¿qué te dicen?
—Me mandan mensajes, me dicen cuídate, qué estás haciendo. Me dicen que si necesito algún equipo especial, nosotros lo compramos. Me preguntan si ya me hice pruebas, cómo me siento, cosas así… Siempre están preocupados, pero trato de tranquilizarlos.
Aunque agradece la bendición de su buena salud, Daniela se ha realizado pruebas, sobre todo cuando pareciera aparecerle algún síntoma.
“El otro día comencé con un poco de tos y sentía algunos cambios, y mejor me hice una tomografía y todo salió negativo y entonces les dije (a sus familiares), que todo estaba bien. Y me tomé la prueba por tranquilidad de ellos y mis compañeros, más que la mía”.
—Cuando sales del hospital y en la calle ves a tanta gente que está como si nada, ¿qué piensas?
—Yo creo que, en automático, pienso que hay una suerte de “tú vives, tú mueres”. Cómo pueden estar tan contentos y despreocupados y cómo puedo ver esas mismas caras afuera del hospital, cuando me piden informes, con rostros de desesperación; es un contraste tremendo.
—¿Qué deseo tienes en la mente y en el corazón en estos días?
—Que ya se acabe. Que esté disponible la vacuna en el mundo y en México. Es horrible y no va a haber forma de que nos adaptemos de una manera inmediata y pronta, pero parece como un sueño, porque ni las grandes potencias no han podido…