Puedes confrontarte, en el Museo Amparo, con piezas de la artista mexicana que se ocupó de hacer espacios, ambientes para vivir la obra
Mario Galeana
La oscuridad de la sala es profunda y vacía, y en la cadencia del viento que genera un ventilador se adivinan los pasos de aquellos fantasmas: una docena de figuras que flotan sobre la grava, avanzando hacia alguna parte en medio de la noche.
Son Los mojados, de la artista multidisciplinaria y gestora cultural Helen Escobedo, una de sus últimas obras de arte instalación y quizá, también, la más bella.
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Porque en el movimiento de aquellas figuras volcó no sólo su preocupación por el devenir social, como la migración, sino también su propio desplazamiento a través del mundo del arte: si hubo alguien que siempre llevó su trabajo hacia las fronteras, esa fue Helen Escobedo.
Nació en Ciudad de México en 1934.
A los veinte años ya era alumna de las escuelas más prestigiosas de escultura.
Vivió en Londres, de donde era originaria su madre, y ahí estudió en el Colegio Real de Arte.
De esa formación se desprende su etapa artística más temprana, dedicada a la escultura de bronce.
Pero durante los siguientes cuarenta años, Escobedo cultivaría un estilo nómada en el que conjuntó la arquitectura, el diseño, la fotografía, los juegos visuales, el ready-made, la instalación y la institución, porque fue, sobre todo, directora de algunos de los museos más importantes de México.
Y distingue una constante a todo ese peregrinaje:
“Lo que siempre hay en su obra es eso, el humor. Helen fue una persona muy divertida, alguien que cambiaba mucho de lugar; pero, eso sí, con una necesidad de tener un estilo reconocible. Los modelos de su trabajo van evolucionando, van cambiando, pero con su estilo”.
Lo manifiesta Lucía Sanromán Aranda, curadora de la exposición “Helen Escobedo: ambientes totales”, una revisión del trabajo de la artista y gestora que involucra obra realizada entre 1968 y 2010.
La exposición es organizada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), a través del Laboratorio Arte Alameda (LAA), que dirige Sanromán. Es una colaboración entre el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (Marco), el Fondo Artístico de Helen Escobedo, el Museo Cabañas y el Museo Amparo en Puebla, donde la muestra se exhibe.
En este último, por ahora, Los mojados recorren la tierra en el silencio de una sala profusa.
El desplazamiento
Hacia finales de los años 60, la artista abandonó la solidez del cobre y comenzó a descolocar en partes el espacio en sí mismo, a deconstruirlo.
Sanromán lo explica con una imagen:
Solemos pensar en el espacio como si fuese un cubo, un sitio con bordes definidos. Pero ¿qué pasaría si ese espacio se descompusiera no en un cubo, sino en un movimiento, una figura con bordes dinámicos? Para aquella época, como ahora, aquella idea de Escobedo fue una revelación.
“Es como si el volumen de la escultura de bronce, algo sólido no permeable, comenzara a romperse, a hacerse huecos, a espaciarse, a convertirse en estructuras que generan un espacio. ¿Por qué es importante el espacio? Porque entonces ahí puede haber otro cuerpo: un cuerpo en movimiento”, apunta la también historiadora en arte.
Quizá la pieza más representativa que vio la luz en esa idea sea Cóatl, una escultura monumental hecha con 20 marcos de vigueta de hierro que, a través de distintas tonalidades que van del amarillo al rojo, representan a la mítica serpiente y su movimiento.
Pero, en realidad, la deconstrucción del espacio permeó toda la obra de Escobedo desde finales de los sesenta y hasta principios de los ochenta.
En ese mismo periodo, fue una de las poquísimas artistas mujeres a las que el gobierno del PRI encargó piezas de arte urbano para acompañar el desarrollo inmobiliario que se gestaba en la capital del país: parques, fraccionamientos, colonias, conjuntos habitacionales en los que pronto hubo una escultura descolocada con la marca de Escobedo.
Hasta que todo eso comenzó a hastiarla y decidió emprender un recorrido al país. Así creó sus Contramonumentos.
“Si eres una artista del sistema priísta, todo se convierte en una pesadilla. Lo afirmo así porque ella misma lo dejó escrito en sus diarios. Sabía que era una artista del oficialismo y, liberándose de la tensión de esos proyectos de arte público, se fue por México tomando fotos de los imaginarios heroicos de la nación”, relata Sanromán.
Monumentos mexicanos: de las estatuas de sal y de piedra fue un libro publicado en 1992 en coautoría con el fotógrafo Paolo Gori, en que, a través del collage y la fotografía, la artista ideaba homenajes al taco, a la leche materna, al cigarro y otros símbolos, en una clara crítica a la tendencia gubernamental de llenar el país con monumentos de políticos.
Quizá de esa tendencia a ironizar sobre lo solemne, lo estático, haya surgido su siguiente movimiento artístico.
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El último paso de una artista nómada
A principios del nuevo siglo, Helen Escobedo era uno de los rostros más importantes de la institución cultural en México.
En 1961 fue jefa del Departamento de Artes Plásticas en Difusión Cultural de la UNAM; entre 1981 y 1982 fue directora técnica del Museo Nacional de Arte. Y entre 1982 y 1984 dirigió el Museo de Arte Moderno.
Tenía un sitio plácido en el horizonte artístico y, de cualquier modo, decidió seguir desplazándose, nomadeando.
Hasta el 16 de septiembre de 2010, el día de su muerte, la artista cultivó su último acto: el arte instalación.
Incluso dejó escrito una especie de manifiesto para explicar en qué consistía para ella este despliegue artístico.
“Número uno: debía ser efímero, es decir, un antídoto a la perdurabilidad absoluta del monumentalismo mexicano. Número dos: debía ser hecho con materiales también pasajeros , como la basura. Número tres: la obra debía responder al espacio donde se iba a realizar”, enlista la curadora Sanromán, quien revisó minuciosamente los diarios y libros escritos por la artista.
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Uno de estos proyectos fue Moda papalotera, una instalación de 2001 con la que, a partir de pedazos de PVC, Escobedo simulaba una línea de diseño de ropa.
La instalación denunciaba el fast fashion, la producción en masa de ropa desechable que terminaba convirtiéndose en basura.
En los años 90, Escobedo había recorrido Tijuana y había observado con preocupación la industria textil que crecía en la frontera con Estados Unidos, junto con el drama de la migración de mexicanos en busca del languideciente sueño americano.
“Cuando ella decide migrar al arte instalación no había una academia artística en el norte, había objetos, basura, desechos. Todo el norte era el sitio en el que los gringos lanzaban sus basuras. Es el primer sitio en el que empieza a existir una fusión del arte internacional y del gremio artístico”, apunta.
Allí, en la última punta del territorio mexicano, Escobedo miró el rastro fantasmal de Los mojados y su nómada andar a través de la noche.