Y no se ha repetido el susto en la historia moderna para quienes vivieron ese día: un brincoteo de piso y luego jalones en horizontal hicieron caer a pedazos a colosos de la arquitectura colonial y porfiriana en el centro de Puebla, de Acatlán y Tehuacán. Y casas de adobe en San Mateo Ozolco, a un lado del Popocatépetl.
A los 96 minutos, el Ejército salió de la Zona Militar con su DN-III cuando las familias habían hecho lo que habían podido con manos, uñas, coches y sus propios medios de curación porque estaban colapsados, entre la confusión y los daños, los servicios de los hospitales IMSS.
En San Alejandro, unas 120 camillas aguardaban alguna ayuda para los más graves que fueron llevados a la calle, por si el edificio se venía abajo.
El gobernador, entonces Melquiades Morales, estaba de gira en Libres y ahí el piso estaba inmóvil.
Se enteró por teléfono que el estado se le había derrumbado en 41 segundos.
Emblema de la negligencia y la irresponsabilidad, el conjunto de edificios amarillos de la 3 Oriente 615.
Recientes, porque eran apenas quinceañeros, los edificios hechos en suelo irregular no aguantaron la sacudida.
Un módulo se hizo sángüich. “Error de construcción” se leyó en todos los dictámenes.
Hoy, el sitio está habitado.
Porque los vecinos no se quedaron callados. Porque no se cansaron de exigir, de luchar. No, hasta que vieron en pie su edificio, su patrimonio.
San Mateo Ozolco, el otro sitio de la tragedia, velaba a sus tres difuntos y levantaba pedazos de adobe entre vecinos.
En Puebla capital, las rocas de tonelaje inmenso bajaban con grúas, se llevaban con maquinaria pesada. En Acatlán, se quitaba el escombro a mano pelona.
Y en Tehuacán y Atlixco los vecinos cooperaban para unir los pedazos.