Hugo Arquímedes González Pacheco M.
El presidente Andrés Manuel López Obrador, en los disparates mañaneros, minimiza la pandemia llamada violencia en los hogares”. Ahora se dice “domador de la pandemia” y la palabra domar es hacer dócil a un animal para obedecer. El coronavirus no lo ha obedecido; continúa matando a los mexicanos con toda su fiereza ocultándose la verdad.
Señor gobernador, no queremos más casos como el de Nenetzintla, Puebla, donde torturaron, asesinaron y después calcinaron a una madre de 26 años y a su hija de 11. Esto es indignante; ambas tenían mucho por vivir.
¿Quién es tan cruel para asesinar así? Desgraciadamente, vivimos una crisis de valores en todos los ámbitos de la sociedad.
Para AMLO, tanto la violencia de género como el abuso infantil son situaciones que siempre han existido y nada ha hecho para evitarlas. Estas acciones reprobables son una de las manifestaciones más claras de la desigualdad de las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres y los infantes, que la 4T contempla sin responsabilidad.
La violencia de género se basa y se ejerce en la diferencia subjetiva entre los sexos. En pocas palabras, las mujeres sufren violencia por el mero hecho de ser mujeres.
Las víctimas son mujeres de cualquier estrato social, nivel educativo, cultural o económico. La escuela de la violencia de género y de los infantes empieza en el hogar. Las mujeres tienen “el don divino de crear vida”. Qué ingratos y mal agradecidos somos con la mujer que posee ese maravilloso don que Dios le dio. Reflexionemos por amor y respeto a nuestra madre, hermana, esposa, hijas o novia.
Llevamos a cuestas una cultura de violencia donde a la mujer y a la niñez les ha tocado un papel de sujeción al hombre. Esto hace que la mujer conserve toda su vida una situación semejante a la de minoría, impedida a tomar decisiones. Ni siquiera las grandes decisiones de su vida. De niña y de joven depende de la voluntad de sus padres; cuando se casa, depende de la voluntad del esposo.
Respetar a las mujeres y a las niñas no es, ni debe ser, un acto de altruismo presidencial del hombre que quiere mostrarse como un ser superior. Rescatar la dignidad de la mujer y la niñez es un hecho de justicia social y de humanidad, señor presidente.
El hogar debe ser la escuela del respeto a la mujer. Si damos a las hijas las mismas oportunidades de crecimiento que a los varones y no se hace de la hermana una servidora de sus hermanos, estamos educando equitativamente. Enseñando a los hijos el respeto a sus hermanas y a la novia. Además, se educa a los niños cuando ellos observan que la esposa toma decisiones junto con el esposo y no viven escenas violentas por alcoholismo, consumo de drogas, enfermedades mentales, etcétera. Si hacemos esto, entonces sí estaremos educando en valores, con responsabilidad y amor por la vida.
Esta desigualdad estructural que existe entre mujeres y hombres se perpetúa a través de la cultura y la economía.
Si gozamos de los mismos recursos económicos y pudiésemos criar a nuestros hijos en comunión, compartiendo espacios de calidad, no tendríamos relaciones basadas en la necesidad de soportar los malos tratos.
Creo que nos amaríamos con mucha más libertad, sin intereses económicos de por medio. Con ello disminuiría favorablemente el número de adolescentes que creen que embarazándose van a asegurarse el amor del macho, o al menos una pensión alimenticia durante veinte años de su vida.
A los hombres también los enseñan amar desde la desigualdad. Lo primero que aprenden es que cuando una mujer se casa contigo es “tu mujer”, algo parecido a “mi marido” pero peor para los varones cuando les mencionan tienen dos opciones: o se dejan querer desde arriba (machos alfa), o se arrodillan ante la amada en señal de rendición (calzonazos). Los hombres parecen mantenerse tranquilos mientras no sean amenazados sus espacios de diversión, incluidas las infidelidades, ya que en la tradición del machismo es lo primero.
Toda esta contención se rompe cuando la esposa decide separarse e iniciar sola su propio camino. En nuestra cultura vivimos el divorcio como un trauma total; la inteligencia de la que disponemos se atrofia con las emociones: al no poder resignarse, se autodestruyen. Algunos se suicidan, otros se enzarzan en alguna pelea a muerte, algunos se conducen a toda velocidad con violencia contra la mujer y deciden quitarle la vida.
El amor romántico es una herramienta de control social y también una anestesia que se ocupa para dominar a la otra persona cuando se tienen dos caras. Ahí es cuando entra en juego la maldita cuestión del “honor”, el máximo exponente de la doble moral: los machos de manera natural persiguen hembras, las hembras deben morir asesinadas si no acceden a sus deseos. Para los hombres tradicionales, la virilidad y el orgullo están por encima de cualquier meta: se puede vivir sin amor, pero no sin honor. Un solo rumor puede matar a cualquier mujer.
Y estas mujeres no pueden emprender una vida propia fuera de la comunidad: no tienen dinero, no tienen derechos, no son libres, no pueden trabajar fuera de casa.
No hay forma de escapar, sean mujeres pobres o analfabetas, mujeres ricas y cultivadas: la violencia de género no distingue entre clases sociales, etnias, religiones, edad u orientación sexual. Son muchas mujeres en todo el país las que se someten a la tiranía del “aguante por amor”.
La familia es el pilar fundamental de nuestra sociedad. Cuando el amor acaba o se rompe lo vivimos como un fracaso, llegando en ocasiones a ser un trauma. Nos desesperamos completamente: no sabemos separar nuestros caminos ni tratar con aceptación al que se quiere alejar de nosotros o a quien ha encontrado nueva pareja. No sabemos cómo gestionar las emociones: por eso es tan frecuente el cruce de amenazas, insultos, reproches y venganzas entre los cónyuges.
La cultura mexicana nos ha enseñado a utilizar la fuerza para imponer mandatos y controlar a la gente. Se vive la venganza como mecanismo para gestionar el dolor. Los secuestradores matan para conseguir dinero y tienen el derecho de vivir. Los políticos son tan humanos, más los de Morena, que ven mal la eutanasia y la pena de muerte, y solo promueven pitorreándose “el amor y paz” de su líder espiritual porque “es un honor robar por Obrador”.
Además, debemos proteger a los niños y las niñas que sufren en casa la violencia machista, porque han de soportar la humillación y las lágrimas de su heroína mamá.
Es necesario un cambio político, social, cultural, económico y sentimental. El amor no puede estar basado en la propiedad privada; tampoco la violencia puede ser una herramienta para solucionar problemas.
Después de la cuarentena, tendremos en aulas a estudiantes que han visto escenas multiplicadas de violencia en casa.
Tenemos que aprender a romper las cadenas de la violencia, de la deshumanización, de imposiciones de cualquier inepto presidente o secretario de Educación que mienten ante los asesinatos, violencia y el maltrato que viven las niñas, niños, adolescentes y maestras en todos los niveles educativos sin disfrutar la mal llamada excelencia educativa que tanto se dice en las mañaneras.
Se tiene que aplicar la ley ejemplarmente a estas lacras dizque humanas que asesinan.
La violencia, así como el maltrato en el hogar, son la pandemia que no solo mata la libertad, la felicidad, sino que asesina en la cuarentena o sin ella. Estos actos deshumanizados son una abominable violación a los derechos humanos.
Usted, ¿qué opina?