Por: Jorge Alberto Calles Santillana
Es en el marco de las elecciones del año próximo donde adquiere más sentido la guerra mediática que se ha desatado entre el presidente y sus críticos. Por eso se hace necesario referir el supuesto acuerdo político entre Enrique Peña Nieto y el hoy presidente, signado según la opinión pública, durante el mismo proceso electoral del 2018.
Aunque no se sabe si efectivamente el presidente saliente y su adversario pactaron, el trato recibido hasta hace poco por Peña Nieto de parte de López Obrador abonaba a favor de la hipótesis.
Supuestamente, Peña no operaría en contra de López Obrador durante el proceso electoral y, a cambio, éste no indagaría los manejos financieros de Peña y sus funcionarios. Si tal acuerdo existió, debía necesariamente de tener por fundamento un equilibrio de poder entre las partes; de otra manera, carecería de sentido, pues la ventaja de Andrés Manuel en la competencia electoral fue amplia desde siempre.
Ni Peña Nieto ni su gente podrían confiar en un “pacto de caballeros” en el que su seguridad careciera de garantías. Por supuesto, la parte aparentemente débil, Peña Nieto, tendría que haber demostrado que tal debilidad era sólo aparente.
De lo contrario, su reto habría sido tomado como un blof. Así, López Obrador llegó a la Presidencia sabiendo que su antecesor y su grupo político contaban con material suficiente para contraatacar en caso de que él iniciara alguna persecución.
El canje por la paz resultaba ampliamente favorable al hoy presidente. Mientras que Peña sólo conseguía carta de impunidad, no poca cosa, por cierto, el beneficio para López Obrador resultaba triple: el aparato estatal no jugaría en su contra durante toda la contienda, asumiría el poder con la espalda cubierta y, sobre todo, podría dedicar toda su energía y tiempo, además de recursos, a realizar su proyecto, de frente, sin incómodas y estresantes distracciones.
Pero los inesperados resultados negativos de su gestión, y el tiempo jugaron, al parecer, en contra del presidente. Seguro de que su lucha, verbal, contra el neoliberalismo y la corrupción le granjearía un reconocimiento amplio, López Obrador dio por sentado que la elección intermedia le resultaría tan favorable como aquella del 2018.
No obstante, la fuerte caída de la economía y el mal manejo de la pandemia terminaron por hacer dudar acerca de su decisión a buen porcentaje de esos 30 millones que por él votaron. No sólo sus niveles de aprobación descendieron sino que la crítica en medios y redes sociales se incrementó y adquirió mayor virulencia.
De esa forma, a pesar de que sus múltiples voceros afirman que Morena lleva la delantera en la mayoría de los estados en los que habrá elecciones el año próximo, es posible que el presidente sepa que esas son cuentas alegres.
De ahí que se haya visto urgido a abandonar el probable pacto. Optó, entonces, por jugar fuerte: decidió ir tras Emilio Lozoya. La elección del 21 es, a todas luces, importante para el presidente. Si esto es así, debemos prepararnos para vivir un proceso electoral en el que las descalificaciones, los golpes bajos y el juego sucio prevalecerán más que en cualquiera de las otras contiendas que hemos tenido, ninguna de los cuales ha sido ejemplo de competencia democrática.
Dos aspectos del contexto y dos características de la personalidad apuntan a que, en adelante, veremos una refriega entre el presidente y sus críticos que será cruenta. Por un lado, la crisis provocada por la estrategia para enfrentar la pandemia de COVID-19 no puede ser más evidente. Hemos rebasado ya el “muy catastrófico escenario” de sesenta mil muertes, reconocido así por el mismo Dr. López-Gatell.
Aun cuando oficialmente la curva parece estar aplanada, el número de contagios diarios continúa siendo alto, cinco mil en promedio. No hay ya manera de maquillar esta realidad.
Por otro, los ataques a los medios críticos. La multa impuesta a la revista Nexos y la toma de W Radio por parte de empresarios afines al presidente y la muy posible eliminación del programa de Carlos Loret de Mola de la barra de programación dejan ver que a López Obrador ya le empieza a incomodar la crítica y que podría empañar su marcha propagandística durante los meses previos a la elección.
A todo esto habrá que agregar que la tenacidad del presidente y su convicción de ser un personaje histórico viviente, con una misión clara por cumplir, lo conducirán a profundizar la opción de guerra que hubo de tomar.
Sobre todo porque el primer golpe que recibió fue más duro y contundente que los que él propinó. Sus enemigos mostraron al hermano Pío recibiendo dinero y señalando explícitamente que éste sabía de esas entregas.
En cambio, los videos supuestamente proporcionados por Lozoya sólo muestran a un funcionario menor entregando bolsas de dinero pero sin que quede claro a quién. El presidente sabía que había evidencias en su contra y seguramente sabe que peores ataques le esperan. De ahí que irá con todo, decidido a no perder la guerra.
Podemos adelantar que viviremos un proceso electoral muy sucio. Qué tan sucio será y qué tan grave es difícil saber, pero en la medida que en el 21 se estará jugando una lucha por el poder desde una perspectiva de todo-nada, los hechos futuros podrían hacer ver pálido el más oscuro de los pesimismos actuales.