Rosa María Lechuga / Fotos: EFE
Mi vuelo, el AF439 a París del 12 de noviembre de 2015 saldría sin contratiempos de la Ciudad de México. Nunca imaginé que, sólo seis horas después de mi llegada aquel viernes 13, se viviría una masacre en mi destino, la capital francesa.
El estadio de Francia, el Bataclán, el restaurante “Le Petit Cambodge”, el local “Belle Équipe”, el bar “Le Carillon” y el boluevar Fontaine fueron objetivos de atentados terroristas islámicos; 137 muertos y 413 heridos, una tragedia no vista desde la Segunda Guerra Mundial.
Los ojos del mundo voltearon hacia París.
La Plaza de la República estaba tomada por los medios internacionales, nacionales y locales.
Los lugares atacados quedaron intransitables por la cantidad de flores y mensajes. Solidaridad en palabras, pétalos, lágrimas.
Mis pasos se escuchaban en Denfert-Ronchereau. Recuerdo el sonido, gigante. Nadie, absolutamente nadie estaba en la calle. Caminé desorientada en la ciudad que ahora es mi hogar.
Recuerdo una sociedad llena de furia, de tristeza, de lágrimas y de un desconcierto total. Pero al mismo tiempo me di cuenta de su solidaridad auténtica, pura, avasalladora, el punto de honor, la fiertè francesa, brilló en lo más alto. La inscripción que se lee en los listones del escudo de París bajo el barco plateado, “Fluctuat nec mergitur” (“Sacudido por las olas, pero no hundido”) fue el lema a recitar, a beber, a escribir, a producir, a gritar, a soñar, a amar.
La fierté pour la liberté! Nunca había visto una París tan gris a pesar de los rayos del sol que la iluminaban. Nunca había llorado tanto lejos de mi tierra.
A cinco años, he aprendido algunas lecciones tras vivir un periodo intempestivo en el corazón de Europa, y tal vez eso –no lo sé– hace la diferencia entre los dos continentes.
Aprendí que la solidaridad no se dice, se demuestra; pero, sobre todo, se aprovecha para avanzar en la vida. No se aprovecha “por” el momento; lo que se recibe es la base de un nuevo proyecto, no para estancarse sin afectar a terceros.
La solidarité en temps de crise! Aprendí que las fronteras desaparecen ante el crimen y se unen para hacer frente a eventos tan dramáticos, porque “si se va a la guerra, nunca hay que ir solos”.
Aprendí que la sociedad francesa y en general las europeas sólo tienen la fachada de ser frías y distantes, pero dentro he visto un corazón vivo, que late, y que las comunidades se baten codo a codo para salir adelante y en la misma dirección.
A la unidad no se le mira como una obligación, es un deber. Un espíritu que se construye, se mantiene y se enseña desde la sociedad civil en equipo con el gobierno.
He sido testigo de cómo la sociedad cuestiona si no está de acuerdo con el discurso manejado por el gobierno.
Se exige, se lucha, pero también se trabaja para que no se olviden las experiencias dolorosas y se recuerda que vivir en plena libertad y seguridad es un derecho.
Aquí, la gente un día se manifiesta para inconformarse y al otro también hasta obtener lo que, piensa, es justo. Ya lo vimos en diciembre pasado: 37 días de huelga consecutivos.
Corroboré que el respeto se manifiesta y que esta palabra tiene un enorme sentido en Francia. Se demuestra con el programa especial de protección a los afectados por los atentados, que les da seguimiento médico y psicológico, que les brinda ayuda y respeto desde un sentido legal pero también moral.
“Life for Paris”, “13onze15”, “Génération Bataclan”, asociaciones creadas para familias y personas impactadas por los atentados terroristas, son un medio de presión para el gobierno, que ayuda en su resiliencia y empuja para hacer justicia a quienes lo perdieron todo –y no hablo de cosas materiales– a manos de terroristas islámicos.
Alexis de Tocqueville decía que “una conexión entre asociaciones y el funcionamiento de un verdadero sistema democrático es esencial para quien realmente busca el bienestar común”.
The famous vicious circle! Otros atentados de menor impacto se han vivido en ciudades como Niza, Estrasburgo, Lyon, Carcasona, Trèbes y Avignon. Aunado a ello, el movimiento social “Chalecos amarillos”, el incendio de Nôtre Dame, la decapitación de Samuel Paty, en fin, una serie de eventos que cimbran han marcado al país en los últimos años.
Élise (nombre ficticio) recuerda haber buscado a su hijo de 19 años –quien salió a cenar con sus amigos– desde la noche del viernes y todo el sábado y la madrugada y mañana del domingo; al medio día, encontró el cuerpo que observó y reconoció a través de un cristal: “Fue lo más cerca que pude estar; me llevaron una vez que comprobaron que era mi hijo bajo una seguridad extrema. No lo volví a ver”.
Por estas marcas, a cinco años de la masacre, el 13 de noviembre no se cierra el 13 de noviembre.
Es una lucha que trasciende en la vida, en el tiempo.