Jorge Alberto Calles Santillana
Tras anunciarse la derrota de Donald Trump en la elección del martes pasado, en México se empezó a dar por hecho el triunfo de la oposición el año próximo. La caída del populista mentiroso, arrogante e ignorante del norte anunciaría, según los críticos del presidente López Obrador, la caída del populista, mentiroso, arrogante e ignorante del sur.
Muchos analistas políticos han reproducido la creencia popular: la caída de Donald Trump vaticina con alto grado de certeza la derrota electoral de Morena el año próximo.
¿De verdad la derrota de Donald Trump propiciará una reacción similar en el electorado mexicano que conducirá a impedir el triunfo de los candidatos del partido del presidente?
Ciertamente hay en la personalidad de López Obrador y en su actuación muchas coincidencias con las del presidente estadounidense. Como Trump, López Obrador niega los problemas más serios del país. Al igual que él, agrede verbalmente a sus críticos sin refutar con argumentos. También, ha desmantelado una serie de instituciones que limitaban el poder presidencial y que fungían como su contrapeso. Su personalidad egocéntrica no es distante de la del presidente del norte. Todo esto permitiría pensar que el electorado mexicano replicará el comportamiento del electorado norteamericano.
Hay además, cuestiones específicas que contribuyen a reafirmar la creencia.
Una de ellas, el comportamiento político del presidente en estos días, en relación con las inundaciones que han afectado seriamente a Tabasco y Chiapas. Otra, la forma que ha adquirido la política del gasto para el año próximo, asentada en un presupuesto que ha sido fuertemente criticado por los grupos minoritarios del Congreso, tanto por su contenido como por la forma arrogante con que fue aprobado. Material suficiente para pensar que sí, efectivamente, habrá una fuerte respuesta de castigo por parte de un buen sector del electorado el año próximo.
No obstante, habrá que ser cautelosos. La respuesta de castigo podrá concretarse, pero no será una respuesta automática o de réplica a la norteamericana. En primer lugar, porque a diferencia del sistema político estadounidense bipartidista, el nuestro es pluripartidista. El problema principal no es matemático, sino político. La presencia de varios candidatos divide el voto y termina por favorecer al candidato oficial.
Recuérdese que la reforma política que propició el pluripartidismo, la de 1977, ideada por Jesús Reyes Heroles, perseguía mantener la hegemonía priísta y reducir la presión que sobre el sistema ejercían los cada vez más numerosos grupos opositores. Ciertamente, los principales partidos de oposición, PRI, PAN y PRD, han acordado con Sí por México evitar presentar múltiples candidatos.
Si estos partidos decidieran unirse en torno a un candidato para cada una de las posiciones en juego, o por lo menos para la gran mayoría de ellas, las posibilidades del triunfo morenista estarían seriamente amenazadas. Este acuerdo bien podría no sostenerse y no sería sorpresivo que tal fractura ocurriera. Una cosa es firmar acuerdos en tiempos de crisis cuando todos los opositores coinciden en la crítica al poder, y otra muy distinta, sostenerlo en tiempos cercanos a los procesos electorales.
No olvidemos que a la gran mayoría de nuestros políticos, del partido que se quiera, le interesa el poder por el poder mismo. Definir quién será el candidato de unidad en qué posición podría suscitar verdaderos desencuentros. De ser así, los candidatos morenistas tendrán menos problemas para conseguir sus triunfos.
En segundo lugar, porque las estructuras partidarias en uno y otro país son enteramente diferentes en lo referente al manejo de los comportamientos electorales de sus miembros. Los partidos Demócrata y Republicano no controlan esos comportamientos, tal como lo hacen los partidos mexicanos, práctica aprendida al PRI. Incluso cuando en algunas localidades, especialmente mexicoamericanas, grupos de votantes de bajos niveles educativos han sido engañados en casa con votos postales y aun cuando miembros de esas mismas comunidades reproducen la práctica del “carrusel” a través de organización de desayunos que concluyen con un acarreo grupal de votantes, lo cierto es que los electores estadounidenses gozan de bastante libertad para votar por los candidatos de su preferencia.
En 2021 estos controles jugarán un papel importante. Muchos críticos creen que buena parte de los ciudadanos que votaron por López Obrador están decepcionados y que no volverán a votar por Morena. Tal vez.
Pero, por contraparte, hay que tomar en cuenta que en 2018 los programas sociales estaban controlados por el PRI y en buena medida sus beneficiarios fueron usados para votar en contra de López Obrador. Este escenario, hoy, es completamente diferente. Los programas sociales los maneja el presidente, tienen una base de cobertura amplia y, por si fuera poco, los montos entregados a sus afiliados serán incrementados el año próximo.
El voto duro morenista será mayor esta vez. Pero, además, si los partidos opositores terminan por no ponerse de acuerdo y propone cada uno de ellos a sus candidatos, las estructuras partidarias opositoras no podrán movilizarse en un mismo sentido. De esa manera resultará difícil impedir el triunfo de la gran mayoría de los candidatos del partido presidencial.
Hasta el momento, Donald Trump está derrotado. Morena aún no. Pero empezar a asumir que el partido de López Obrador será derrotado porque Donald Trump, muy parecido a él, perdió su elección, puede resultar un craso error. La oposición no debe asumir nada. Debe ponerse a trabajar con claridad y convicción en un plan serio que le permita contener el avance del partido oficial.