Por: Guadalupe Juárez
Las llamas de las veladoras titilean. Y ahí está Aldo sonriendo en la foto junto a su madre. Aunque ella ahora solloza frente a esa imagen, rodeada de sus tres hijas y de cincuenta personas más, entre vecinos y extraños que tratan de consolarla. Hay luto e indignación.
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— ¿Tú lo conocías?
—No, pero me duele como si así fuera.
Hay rostros ajenos a la familia de Aldo, pero la mayoría lleva una flor blanca: una rosa arreglada, un manojo de nube con los tallos bien recortados, claveles y pensamientos que rodearán esa fotografía en la que él sonríe.
Los más cercanos, los compañeros de la preparatoria, sus vecinos y primos pegan cartulinas en la reja verde de la iglesia exigiendo justicia.
El sacerdote que lo había visto ir los domingos a misa, oficia una ceremonia improvisada detrás del portón de la iglesia donde sus seres queridos lloran la muerte de Aldo. Ahí mismo, donde lo encontraron sangrando, en donde su madre lo tomó entre sus brazos después de esperar la ambulancia que nunca llegó, donde logró subirlo a su camioneta ante los ojos atónitos de los policías que no sabían cómo verificar si seguía con vida o no.
A unas cuadras del Hospital Universitario, donde le confirmaron a Alicia, su madre, que Aldo de 18 años de edad, bailarín, hermano menor de tres mujeres, egresado de la preparatoria Emiliano Zapata, futuro fisioterapeuta, había fallecido.
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Donde su madre pensaba que nada malo le pasaría a su hijo, porque en esa colonia vivía. Fuera de esa reja, la calle suele estar iluminada por los puestos de tacos. Aldo recorrió varias veces esa misma acera solo.
Sus hermanas, ni pensarlo; “pero él sí porque, siendo hombre, creíamos que iba a estar seguro en la calle”. Eso creían. En esa reja era imposible, pero pasó: le intentarían robar y, al no tener su cartera, un agresor lo acuchillaría en el abdomen.
Eran las 21:20 horas, la noche de un lunes festivo, la del 16 de noviembre, en la calle 17 Sur y 35 Poniente, en la colonia Volcanes, plena zona universitaria de la ciudad, la noche que la calle no estaba iluminada ni transitada como otros días.
Esta noche sí está iluminada. La alumbran veladoras que prenden quienes caminan codo a codo con la familia de Aldo que, a su vez, ha entrelazado sus brazos para recorrer esa calle para exigir que ni uno más. Ningún estudiante más asesinado por el crimen en el estado. Ninguno tan joven.
“Nuestras mamás merecen que regresemos vivos”, dice una de las tres hermanas de Aldo con la voz desgarrada. Aldo había marchado ocho meses antes junto a miles de jóvenes para exigir justicia por los estudiantes de Medicina de la Buap y de la Upaep asesinados en marzo el día de carnaval en Huejotzingo. Por eso, prometen sus tres hermanas que seguirán exigiendo justicia por él y por que ningún estudiante más sea víctima de la inseguridad en el estado.
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“Basta de impunidad, basta de injusticia. ¡Justicia para Aldo!”, resuena en la Volcanes, mientras los que se encuentran ahí aplauden y vitorean a Aldo. Al joven de sonrisa de oreja a oreja, el que baila con su prima en su fiesta de 15 años, el que baila con su mamá y con sus hermanas en todos los ritmos.
Aquel del que ahora, dicen, sigue bailando en el cielo. Aldo, cuyo asesinato revivió la indignación por la inseguridad, que ha sacado al menos a sus vecinos, compañeros, amigos y familia a protestar en medio de una pandemia, por el que se corta la sana distancia para consolar y abrazar a una madre y tres hermanas. La muerte que obliga a salir a las calles codo a codo con otros, para exigir que así no.