Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB IvánMercado
Sin mayores elementos que las mediciones internacionales del World Hapinness Report, que promovió de manera muy conveniente la Organización de las Naciones Unidas, nuestro país ha exhibido el verdadero rostro que en realidad guarda desde hace muchas décadas en el escenario internacional y en la cotidianidad de sus habitantes.
Una vez más, la impertinente realidad de la que constantemente escribo se ha impuesto a los intereses económicos y políticos que por mucho tiempo apostaron a la simulación, ignorando intencionalmente la pesada carga que representa la desigualdad con la que este planeta se mueve de manera veloz.
Como cada año, el pasado 20 de marzo se “celebró” el Día Mundial de la Felicidad, una fecha que antes de la pandemia quedaba marcada como un referente de los niveles de satisfacción supuestamente experimentada por las poblaciones abiertas de 149 naciones del mundo.
Sin embargo, en este doloroso 2020, el COVID-19 vino a desnudar la realidad y a mostrar con profunda crudeza el verdadero nivel de desequilibrio, vulnerabilidad y necesidad que países como el nuestro han vivido por generaciones enteras.
El velo de las falsas percepciones se vino abajo en cuestión de semanas, cuando una misma enfermedad llegó para sacudirnos a todos por igual, pero con la grave diferencia de que millones y millones en el planeta ya experimentan consecuencias mucho más devastadoras.
En esta fecha, sin un propósito basado en la realidad, México pasó del lugar número 23 al 46 en la tabla internacional.
El factor de la desigualdad y la brecha socioeconómica que antes de la pandemia ya existía claramente en el territorio mexicano abrió de manera inesperada el real abismo que ha existido hace mucho años entre habitantes acostumbrados a sobrevivir y aquellos adaptados a una vida de amplias posibilidades en un país de tercer mundo.
La enfermedad se ha encargado en tan sólo un año de colocar a todos los países en la misma circunstancia: sacudir hasta los cimientos los sistemas económicos, políticos y sociales al grado de evidenciar las brutales fallas de una serie de sistemas ineficaces, que representan muy alto riesgo para cualquier sociedad.
En México, la pandemia se ha manejado desde un inicio bajo la lógica de la política, menospreciando a una ciencia, sometida pero cada vez menos callada, ante la cantidad de fallas que los responsables de las decisiones han mostrado en tan sólo unos cuantos meses.
Los números son implacables con cada hora que pasa en un territorio donde las cifras no corresponden a la realidad oficial expuesta. Tan sólo durante el último fin de semana, México reporta casi 2 millones y medio de infectados y prácticamente 200 mil muertes “oficiales” derivadas del COVID-19.
El escenario no pinta nada bien cuando las vacunas siguen administrándose de manera lenta por una circunstancia ajena, pero conveniente, para la clase gobernante.
La curva ascendente de nuevos contagios se proyecta peligrosamente por Semana Santa. Sin embargo, ni los políticos ni los gobernantes populistas se atreverán a mover nada de esas costumbres que comprometa o ponga en riesgo sus proyectos, aun cuando esta omisión cueste la vida de cientos o miles de personas.
El miedo, la angustia, el cansancio y la irresponsabilidad se presentarán irremediablemente durante la primera y segunda quincenas de abril, con una nueva crisis de contagios, hospitalizaciones y muertes que los especialistas la llaman “La tercera ola mexicana”.
No, no hay razones para seguir midiendo en este momento los niveles de “felicidad” de una especie sometida a parámetros de estrés sin precedente y a un cúmulo de intereses económicos y políticos cada vez más evidentes.
Hoy está más claro que nunca México y sus 128 millones de habitantes han dejado de ser, de la noche a la mañana, ese “pueblo feliz, feliz, feliz…” que se afirmó desde el poder hace apenas año y medio.
Así, la cruda realidad de un país adormilado, en donde su pueblo sigue soñando con un cambio que lo saque de una crisis provocada hace más de 40 años, pero que hoy se cataliza dramáticamente por una pandemia que no perdonará ni a los incautos ni a los fanáticos.