Dulce Liz Moreno
Antonio Vicuña García: Director de los Centros de Integración Juvenil en Puebla
Psiquiatra de niños y adolescentes
Experto en prevención de adicciones
Trabaja en atención a jóvenes con adicciones desde hace 21 años
Es un convencido de los resultados favorables de la atención a las personas que padecen adicciones, basado en las cifras de los Centros: 6 de cada 10 externos se recuperan; internos, 8 de cada 10
José María Velázquez Giles: Psicólogo y terapeuta
Director de Gabinete Integral Psicoeducativo (GIPSE)
Catedrático universitario para diferentes instituciones de educación superior
Asesor especializado externo del Tribunal Superior de Justicia de Quintana Roo
Divulgador científico en diferente plataformas de comunicación
Especialista en Programación Neurlingüística
Al conductor, ni un rasguño. Pero el copiloto, muerto o herido grave. Y los ocupantes del asiento trasero, igual de dañados. El que maneja, a veces ni recuerda qué pasó de tan intoxicado de alcohol que manejaba.
Moreno: ¿Qué nos pasa por la cabeza cuando, sabidos los riesgos, subimos al auto que maneja una persona ebria o narcotizada?
Vicuña: La ilusión de que vamos a cuidar al adicto. Que podemos hasta protegerlo. Pero no es tan sencillo; hay detrás toda una fenomenología con el adicto, sobre todo si se trata de la pareja, la persona que tiene una relación sentimental directa.
Moreno: ¿Dejamos de ver el peligro?
Vicuña: Perdemos la percepción del riesgo.
Y lo hacemos todos: el que bebe, los que consumen alcohol a su lado, la familia.
Pero, vamos por partes. El que consume alcohol hasta emborracharse, o no se cae de embriguez, pero no puede detener la acción de beber, no es un vicioso ni una mala persona; es un enfermo. No puede controlarse aunque quiera. Lo mismo pasa con quienes son adictos a otras sustancias.
Beber alcohol es una costumbre tan antigua, tan presente en la convivencia del grupo humano, que se ha normalizado. Desde siempre y en todo el mundo y aquí desde que las culturas prehispánicas preparaban pulque y lo consumían con tintes rituales, luego el tinte social que le impusieron los españoles.
Desde el bautizo hasta el velorio, el alcohol está en copas y vasos.
Y, con el trago de compañía estándar en las fiestas, la percepción del riesgo está casi desaparecida.
Moreno: Porque el peligro existe, es sabido, se evidencia en cada video, foto y post de “nota roja”: la triple tragedia de mujeres que viajaban en el mustang rojo con un hombre ebrio al volante, el automovilista multifracturado, grave, que sólo circulaba por ahí.
Vicuña: Y hay quienes dicen: “yo manejo mejor con unos tragos encima”. Pero eso no es cierto. La sustancia afecta el cerebro. Y lo que envalentona al bebedor es un factor adicional: la tolerancia al alcohol, que es el fenómeno adictivo instalándose en la persona que lo consume.
Cada vez se necesita más cantidad para obtener la sensación placentera que hay al inidio y cada vez más fuerte el síndrome de abstinencia, es decir, la imperiosa necesidad de más, tanto para “curarse” la borrachera anterior como para repetir la experiencia agradable.
Y, también, la intoxicación se agudiza, el efecto que retarda las respuestas: el habla, los reflejos.
Redunda todo esto en la dependencia, cosa que no sucede de un día para otro, sino al paso del tiempo.
Luego, en el mismo tobogán, llegan las alteraciones cognitivas y la afectación al juicio, en simultáneo. Y se nubla y reduce la capacidad y lucidez para tomar decisiones, solucionar problemas.
Por eso, el que quiere orinar ya no espera a llegar a un baño. Y el que se siente hábil para manejar provoca dolor y muerte.
Y aquellos que se preguntan “¿qué fue lo que hice?” o afirman “no me acuerdo de nada” dicen la verdad. Porque el estado de la conciencia se apaga y el juicio –sana razón, sensatez– se desechufa.
Estos espacios perdidos en la memoria comienzan cada vez más temprano: a los 25 o 26 años ya hay adictos a alcohol o narcóticos con estas lagunas. Hace una década, se presentaban a los 30-35.
La adicción es enfermedad familiar. Ataca a todo el grupo que convive con el que bebe o se narcotiza.
Moreno: ¿Y establece patrones?
Vicuña: Los altera todos. En casa de un padre adicto, la realidad se altera todos los días. El hombre no puede ir a trabajar y el hijo miente: “está enfermo”. Los roles y hasta los hechos se trastocan.
Pleitazo y “aquí no pasa nada”. Gritos e insultos y “no estoy peleando”.
Pareja e hijos están sometidos todo el tiempo a estos estímulos contradictorios, y también a violencia provocada por la alteración del juicio. Y se genera ansiedad, depresión, trastornos de personalidad. Niños y adolescentes tienen déficit de atención en todo y se nota más en las clases. Y, luego, llegan los pensamientos de muerte, las ideas suicidas.
Además, se nutre y se inicia o se cicla la codependencia patológica.
Velázquez: Pero veamos bien la codependencia. En todas las relaciones sentimentales la hay. No es posible que, en una pareja, uno ande muy enfermo y el otro pasándola a todo dar; ahí hay codependencia. Lo que es negativo y hace mal es que uno abandone su propio proyecto en la vida, pongámoslo así: que yo no pueda tomar decisiones sobre mi vida si no te consulto a ti. Que deje mis decisiones en tus manos, que tú decidas por mí.
Moreno: ¿Cómo renuncio a mí y considero más importante tu vida que la mía?
Velázquez: Todo empieza muy bonito. Te pregunto, ¿ya cenaste?, ¿quieres algo? Y la relación avanza y, cuando tenemos sexo, eres mía, ¿verdad? Pero resulta que yo alucino que de veras eres mi posesión. Y, entonces, yo considero que deberías llevar una vida distinta; te digo qué hacer, cómo debes ser.
¿A dónde vas, ¿por qué te vistes así? El amor es una construcción. Tú y yo decidimos qué es el amor, cómo le hacemos para demostrar que nos amamos: esperarte para cenar o ir por ti al trabajo depende de lo que acordemos. Si uno llega cansado y quiere que se le deje en paz, habrá que distinguir el momento y respetarlo.
Cortázar dice que deberíamos “querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter y su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad”.
Pero ¡no!, nosotros nos tenemos el amor del perro. Le decimos “ven aquí”, “tienes que estar conmigo”.
Vicuña: La pareja dice “ya no bebas”, “ya es la última”; hay mujeres que incluso se inducen ellas mismas a beber alcohol para “entender” a su pareja. Y ayudarla.
Velázquez: Trato de salvarte por la fuerza vendavalesca de mi amor, vas a entender que las cosas deberían ser como digo yo.
Moreno: ¿Nos pasa por telenoveleros?
Velázquez: No, porque idealizamos el amor; no sabemos qué es el amor y nos creemos las películas: el chispazo del amor se encenderá en tu cabeza y lo cambiará todo. Pero la gente cambia sólo si quiere, no porque se lo ruegues.
La dinámica es así: yo siento que te amo; entonces, tú deberías amarme. No te gustaría verme sufrir, ¿verdad? Pero así como te portas, con lo que haces, me vas a matar y eso te va a hacer daño.
Vicuña: Y somos muy contradictorios: en casa, se regaña al alcohólico, se le reclama a gritos, a insultos su conducta. Pero se le considente con su caldito picoso para curarle la cruda. y esto se repite y se agrava.
Velázquez: Nos pasa con los niños: les prohibimos decir groserías, pero un día, nos oye que le decimos “puto” al tío y el niño repite: “tío puto” y nos morimos de risa. Pero días después, frente a invitados, para llamar la atención repite la frase y ahí lo cacheteamos.
¡Lo volvemos loco! Y no ponemos límites. Y nos hace un berrinche y le damos lo que quiere; de mayor, vive haciéndole berrinche a su pareja para obtener todo.
Moreno: ¿Se puede “curar” el ciclo de berrinches, rescates, pensamiento mágico del amor y puesta en riesgo?
Vicuña: Sí, pero necesitan ayuda profesional todos: adicto, pareja, hijos.
Velázquez: Ojo: si necesitas que el otro te ayude a decidir o que tome decisiones por ti, estás entregándole el volante de tu vida.
Moreno: Y, como me enamoro, ¿le dejo mi corazón en sus manos?
Vicuña: Todavía peor: aunque no te mueras, pierdes tu vida.
De amor y cuidado propios ni hablamos
Vicuña: No sabemos cuidarnos a nosotros mismos; tenemos mucha práctica en ocuparnos de otros, de todo el mundo menos de nuestra salud, nuestro bienestar.
Moreno: Hay aplauso generalizado para las personas que se desviven por otras, ¿no?
Velázquez: La creencia de que hay que sacrificarse por los demás hace daño. Las mujeres que la pasan mal con el esposo adicto o violento dicen a todo mundo: “No lo dejo por mis hijos”, para no desampararlos o porque creen que les quitan al papá; pero en esos casos, el mensaje que les dan a los hijos es: “Yo no valgo, tú no vales”.
Moreno: ¿Y así se programa el chip para que los hijos repitan el modelo?
Velázquez: Y se suma a las incongruencias de las que hablamos con la educación.
Moreno: ¿Y proteger la vida en el auto que conduce una persona alcoholizada?
Vicuña: Ahí también interviene la falta de cultura urbana; no tenemos educación vial.
Cuando abordamos la parte de atrás de un auto, nos tienen que recordar que debemos buscar y abrochar el cinturón. Y sucede con todos los hábitos de cuidado. Pasamos por alto nuestra propia vida.
Cada vez son más jóvenes
Prueban alcohol a los nueve años. Hasta porque se equivocan de vaso. O porque lo ven está al alcance de la mano, en la despensa. Y apenas están en edad de primaria, pero beben por primera vez.
Ese es el diagnóstico que tiene el experto en adicciones en niños y jóvenes, Antonio Vicuña García, director de Centros de Integración juvenil en Puebla.
En orden de impacto y número de adictos es: alcohol, tabaco, mariguana, cocaína y metanfetaminas, de las que el cristal es la favorita.
Y el grupo más numeroso es el que va de 15 a 19 años de edad, luego los de 20 a 29 y, en seguida, los preadolescentes, de 10 a 14 años, de acuerdo con los registros de los más recientes cinco años.
Y las sustancias adictivas están muy al alcance de los más jóvenes, enfatiza
Vicuña García: los hábitos familiares incluyen bebidas alcohólicas “casi en la lista del súper” y en la tienda de conveniencia o la vinatería, por ocho o diez pesos se puede conseguir un embriagante fuerte.