Escapadas
ALEJANDRO CAÑEDO PRIESCA
Hay monumentos en el mundo cuya sola imagen es suficiente para ser reconocidos en cualquier rincón del planeta.
Son iconos, símbolos que trascienden el tiempo y el espacio, atrayendo a miles de visitantes cada año.
No siempre es la ciudad en la que se encuentran la que se roba la atención, sino la estructura en sí, aquella que se ha convertido en emblema de su historia y de su cultura.
Entre estos monumentos inconfundibles hay uno que se encuentra en Italia, en la región de la Toscana; esa tierra maravillosa donde lo natural y lo arquitectónico se funden en un paisaje de ensueño.
Ahí, en la ciudad de Pisa, se alza la famosa Torre Inclinada, una joya del arte y la ingeniería que, más de 800 años después de su construcción, sigue despertando admiración y asombro.
La historia de esta torre es tan fascinante como su peculiar inclinación. Construida en 1173 bajo la dirección del arquitecto Bonanno Pisano y siguiendo el diseño de Gerardo di Gerardo, la obra comenzó a inclinarse casi desde el principio.
El suelo, una combinación de arena, arcilla y depósitos aluviales, cedió bajo el peso de sus 14 mil 453 toneladas de mármol.
¿Cuánto es eso? Muchísimo, sobre todo si se considera que todo ese peso se distribuye en apenas 285 metros cuadrados.
Para el siglo XIII, la inclinación ya alcanzaba 90 centímetros, lo que provocó incertidumbre entre los habitantes de Pisa, que comenzaron a preguntarse si algún día su torre caería.
Los intentos por corregir su inclinación se sucedieron durante siglos.
En el XVIII y XIX, las propuestas fueron muchas, pero ninguna resolvía el problema sin arriesgar la estructura.
Fue hasta la década de 1990 cuando un equipo de ingenieros logró reducir la inclinación en 45 centímetros mediante un meticuloso trabajo en el terreno, asegurando así que la torre pudiera seguir en pie por muchos años más.
Pero Pisa no es sólo su torre. La plaza donde se encuentra, el Campo dei Miracoli –el Campo de los Milagros– es un conjunto arquitectónico excepcional.
La catedral, con su fachada de mármol y su interior decorado con frescos, es un magnífico ejemplo del arte románico toscano.
Frente a ella, el baptisterio destaca por su acústica sorprendente, un lugar donde hasta el más mínimo sonido se transforma en un eco envolvente. Y no muy lejos, la Piazza dei Cavalieri, con sus edificios renacentistas, recuerda la importancia que tuvo Pisa en la historia de Italia.
Recorrer la ciudad es una experiencia en sí misma.
Los paseos a orillas del río Arno muestran una Pisa distinta, más allá del turismo de su torre.
Ahí se encuentran cafés y pequeños restaurantes donde es posible probar la esencia de la Toscana en cada bocado.
Un simple pappa al pomodoro, esa sopa espesa de tomate y pan, nos transporta a la cocina casera italiana.
La cecina, un pan delgado de garbanzo, crujiente y dorado, se convierte en el compañero perfecto de un vino local.
Y para quien busca algo más sustancioso, el cinghiale alla cacciatora, un estofado de jabalí, es una muestra de la tradición gastronómica de la región.
Pisa es mucho más que una torre inclinada. Es una ciudad que ha sabido mantener su historia viva, donde cada calle, cada plaza y cada plato cuentan una parte de su legado.
Y, sin embargo, es imposible no volver la mirada a esa torre, que sigue en pie desafiando el tiempo, recordándonos que, a veces, las imperfecciones son las que hacen que algo sea verdaderamente único.
Viajemos juntos.