Por: Lesly Mellado May
— ¿Quién es tu nuevo amigo?
— El del cubreboca morado…
E sta es una de las nuevas estampas escolares producto de la sindemia. Los niños que han vuelto a la escuela no se miran y poco se escuchan por culpa de los cubrebocas y las caretas. Se diluyó la ilusión de conocer (como lo hacíamos antes) a la maestra y los nuevos compañeros de clase porque sólo se miran los ojos.
Las escuelas dejaron de sonar. Los pocos estudiantes que se animaron a volver no logran hacer bullicio suficiente para dar identidad al edificio escolar, se “pierden” en los patios y en los salones.
Con la llegada de la era digital, los expertos comenzaron a cuestionar si esta generación estaba atinando a educar a nuestros hijos para un mundo que no logramos imaginar.
Ese mundo que no imaginamos llegó con la COVID-19, los niños están ya en una nueva era impedidos para respirar con libertad.
Esta primera semana de clases presenciales ha servido para palpar las historias de cada niño que hace parte de una “generación que se puede perder”, a excepción de quienes crecen en familias con capital monetario y cultural.
El trato homogéneo quedó finalmente sepultado, no se puede hablar más en general, se tiene que mirar a cada niño, maestro y escuela con sus características.
La reapertura de escuelas es el arranque de nuevos modelos de enseñanza que parten del impacto desigual y la inclusión de tecnología para el nivel básico. Es un reto para la autoridad educativa pero también para los padres que de un día a otro nos convertimos en maestros sin más herramienta que la buena voluntad.
El especialista español Fernando Rey declaró en una conferencia auspiciada por la Organización de Estados Iberoamericanos que la educación tendrá que ser inclusiva para los alumnos desfavorecidos, pues de lo contrario habrá un retroceso democrático: “La libertad personal es el fruto de la educación. La pobreza se hereda y lo único que pueda evitarla es la educación. Sin educación no hay democracia, sino un sistema de castas”.