Notas para una defensa de emergencia
Silvino Vergara Nava / correo: [email protected] / web: parmenasradio.or
“Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto”.
José María Morelos y Pavón
(1765-1815)
En estas fechas de septiembre, en que se celebra nuevamente la independencia de varios países de América, como México, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Costa Rica, Guatemala y Chile del imperio de España acontecimiento que, propiamente, debería ser llamado aniversario de la descolonización proveniente de Europa), habría que hacer la pregunta: ¿qué faltó a la independencia de México e, incluso, de los pases de América Latina?
A lo largo de estos años (ya pasando los dos siglos de esas fechas históricas), en lugar de celebraciones suntuosas, bien que debería haber un espacio para poner en la mesa esa pregunta, sobre todo en México, que se encuentra tan cerca de Estados Unidos de América, el país más poderoso en los últimos casi cien años de la historia de la humanidad.
Ante las celebraciones periódicas de estas fechas, queda al margen esa pregunta y, sobre todo, el intento de darle una respuesta. ¿Qué fue lo que hizo falta para la independencia de nuestros países?
Al respecto, el profesor Eugenio Zaffaroni, juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ha sostenido que: “Nos libramos del colonialismo originario de hace dos siglos para vivir ahora un tardo colonialismo: una etapa avanzada del colonialismo” (América y su porvenir jurídico, Buenos Aires, Ediar, 2016).
Esa fase avanzada del colonialismo que se ha vivido por 300 años es, ahora, un colonialismo económico y, desde luego, cultural; pues, después de la colonización de España y Portugal, en esta región del mundo, el poder económico se dividió entre dos naciones: por un lado, Estados Unidos de América se apropió de los países de la parte norte de Latinoamérica, léase México, los países de Centroamérica, incluso Colombia y Ecuador, y la región sur le correspondió a Inglaterra, como Chile, Argentina, Uruguay.
Es evidente que la dependencia económica y cultural que hay en esta gran región es una de las razones del retraso y la pobreza que se vive en sus naciones; que ha provocado no solamente la sumisión con el pago de intereses por deudas externas, sino, también, condicionantes en los sistemas jurídicos, imposiciones de leyes, reformas legales, hasta aceptación o rechazo de gobiernos, presidentes y gobernadores de estos países, como ha sucedido en Chile, Nicaragua, El Salvador e, incluso, Cuba, cuyo gobierno de Fulgencio Batista –según la historia sostiene– no era del total agrado para Estados Unidos de América, aunque la situación de dicho país no haya terminado nada ortodoxamente para el país del norte con el gobierno de Fidel Castro.
La dependencia que existe, principalmente con la deuda externa –como sostienen muchos escritores– es la principal presión que tienen los países latinoamericanos ante sus acreedores. A tal deuda, Eduardo Galeano la denominaba la “deuda eterna” de los países de América Latina (Las venas abiertas de América Latina, Ciudad de México, Siglo XXI, 2009).
Por su parte, Slavoj Žižek sostiene que resulta absurdo afirmar que la deuda externa está para que los países deudores la paguen, pues los mismos acreedores saben que nunca será pagada; que, por el contrario, el objetivo principal de esas deudas es la permanente dependencia de estos países con respecto de sus acreedores (Pedir lo imposible, edición de Yong-june Park, Madrid, Ediciones Akal, 2015).
Pues bien, parece que, después de 200 años, es oportuno, incluso demasiado tarde, para iniciar un debate en torno a la pregunta incómoda de ¿qué le faltó a la independencia de nuestros países?, y responder a por qué seguimos dependiendo económica, cultural, tecnológica, científica y, desde luego, políticamente de Estados Unidos de América; ya que cada día se confirma más el dicho del abogado Martín Luis Guzmán a principios del siglo XX: “Las elecciones en México se inician en Washington”.