Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB IvánMercado
El preludio de la tragedia ocurrió la noche del 7 de septiembre del 2017, cuando un poderoso sismo con magnitud 8.2 sacudió a más de seis estados del centrosur de la república mexicana. A 133 kilómetros al suroeste de Pijijiapan , Chiapas. Casi a la media noche se liberaba una poderosa onda sísmica que despertó y estremeció a varios millones de habitantes.
Las señales de que el país navega en aguas turbulentas ahí están y la orden de mantener el “rumbo” se mantiene a pesar de que la dirección que lleva la nave es perfecta para adentrarse aún más a lo peor de la tormenta.
Después de cumplir con el simulacro obligado por la fecha, todos desarrollaban sus actividades normales cuando la tierra nuevamente nos recordó, en la misma fecha, que habitamos un planeta vivo y que somos extremadamente vulnerables. La mirada desorbitada de muchos e incrédula y desesperada en la gran mayoría confirmaba lo imposible: se repetía un poderosos sismo en un 19 de Septiembre.
El “temblor” quedaría registrado en los límites de los estados de Puebla y Morelos. La magnitud fue de 7.1 grados, pero el epicentro quedó consignado a 120 kilómetros de la Ciudad de México, lo que generó inimaginables daños para los grandes polos urbanos de la región como la capital del país, del Estado de México, Morelos, Puebla, Tlaxcala, Guerrero, Oaxaca e incluso Chiapas.
La entonces Secretaría de Gobernación federal emitiría declaraciones de “emergencia extraordinaria” para 325 municipios afectados en diferentes niveles y proporciones por el choque entre las placas de “cocos” y la “norteamericana”.
El sismo del 2017 tuvo una duración de 90 segundos, sin embargo, el movimiento telúrico se sintió por una “eternidad” a decir de los afectados, los reportes de inimaginable destrucción tardaron horas en llegar a las autoridades responsables del estado quienes ocuparon más de dos semanas en cuantificar con cifras reales la cantidad de afectaciones ocasionadas en toda la entidad.
El terremoto nuevamente fue una dolorosa experiencia para los poblanos. El saldo: 45 muertos, cientos de heridos y miles de edificios semiderruidos o destruidos en su totalidad, así fue hace 4 años.
Sin embargo, la tragedia sigue viva hoy, cuando decenas de pueblos aún no logran su reconstrucción, numerosos templos aún muestran su vulnerabilidad y cuando la gente sigue esperando los recursos “liberados” de un Fonden que hoy solo existe en la memoria colectiva.
Las autoridades estatales y federales de ese 2017 reportaron poco más de 27 mil inmuebles afectados en más de 100 municipios del estado. El entonces coordinador de Protección Civil del gobierno federal, Luis Felipe Puente, reconocía públicamente el tamaño de la desgracia y, por la tanto, la necesidad de ayudar a los poblanos con programas “urgentes” para una rápida reconstrucción.
Cuatro años después, ya sin Fonden, la reconstrucción vive un virtual estado de abandono con un gobierno federal que no sólo no investigó el destino final de miles de millones de pesos destinados a las entidades mas dañadas, sino que hoy atiende bajo sus propios mecanismos y censos, las necesidades de nuevas tragedias, fatalidades que literalmente sepultan en el olvido los daños de ese terremoto del 2017.
Por si no fuera suficiente, los recursos recabados por la federación también tienen que hacer frente a una pandemia sin precedente en la historia moderna de México, por lo que destinar dinero fresco a tragedias “viejas” no solo no es rentable políticamente, sino que además es inviable financieramente.
Aun así, y con la experiencia política que lo precede, el Gobernador de Puebla, Miguel Barbosa Huerta, declaró en días recientes que la entidad sigue recibiendo el apoyo de la federación para impulsar el programa nacional de reconstrucción en el territorio poblano.
El ejecutivo del estado puntualizó que fueron 105 los municipios con daños, que resultaron afectados 454 monumentos históricos de los cuales, 270 continúan en procesos de reconstrucción.
Barbosa Huerta añadió: “se trata de un proceso largo, no es proceso fácil por la reconstrucción de los materiales originales e impedir que se utilicen otro tipo de elementos que pueden afectar el estilo original de cada uno de los sitios dañados… no siempre hay la especialidad de esta materia”.
Al referirse a los avances, afirmó que en Puebla se han entregado 1 mil 800 escuelas que resultaron afectadas en diferentes proporciones; otras muchas más, aún están en proceso de recuperación.
En materia de infraestructura hospitalaria en Puebla se reportaron 11 nosocomios dañados y de estos 9 están restaurados y el resto en operaciones, sin embargo necesitan diferentes niveles de reconstrucción.
Según el Plan Nacional de Reconstrucción, desde el 2017 se destinaron más de 27 mil 800 millones de pesos para implementar diferentes frentes de atención y recuperación de viviendas, infraestructura y edificios históricos.
Los números oficiales indican que hasta ahora se han desarrollado más de 54 mil obras en 8 estados afectados por el terremoto, sin embargo, en Puebla aún se pueden encontrar con mucha facilidad municipios donde sus templos están prácticamente abandonados por falta de recursos y de personal “especializado” del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
A cuatro años del sismo, el estado de Puebla es testigo mudo del olvido y de las promesas incumplidas por parte de políticos y funcionarios que no aplicaron de forma transparente y eficaz los recursos destinados a una supuesta actividad de reconstrucción.
A mil 460 días, la verdadera tragedia son el abandono y el retroceso que en materia de pobreza, patrimonio histórico e infraestructura perdimos desde ese día los poblanos.
El mejor ejemplo de ello es el monumento a la dejación, ese que un día fue el emblemático hospital de especialidades de San Alejandro, el mismo que cuatro años después sigue a la espera de ser demolido por el “elevado nivel de riesgo”, que representa para los poblanos.