Por: Jesús Peña
En la Sierra Norte de Puebla, la región de mayor influencia totonaca tiene estructura especial y un calendario diferente al del resto del estado, el más largo para esta festividad.
Aunque en gran parte de Puebla y en Oaxaca, la ofrenda puede constar hasta de siete pisos y tres arcos, para la región veracruzana sólo de sólo tres niveles y un arco.
En el nivel más alto van las fotos de los seres queridos porque es el cielo; el de en medio representa el momento de su transición y se colocan objetos personales para que las almas reconozcan su hogar. En el de abajo, la vida terrenal, se coloca la comida que les gustaba; para que se alimenten del olor, los alimentos se ponen destapados.
El altar se monta la mañana del 25 de octubre y se retira la mañana del 4 de noviembre.
La creencia de allá tiene este orden de llegada de los difuntos:
25: almas de los que tienen menos de un año de fallecidos.
26: las de quienes tienen más de un año y menos de tres de muertos
27: “los muertos de nuestros muertos”, los que no conocimos
28: llegan los que murieron en accidentes, de forma repentina, violenta o sin comer
29: aquellos que fallecieron ahogados
30: quienes tienen más de tres años y menos de siete de fallecidos
31: almas de los niños no nacidos o los bebés no bautizados y las mascotas, consideradas como niños
1: niños bautizados
2: adultos cuyo deceso tiene más de siete años
3: el ánima sola, aquellos que no tienen quién los recuerde; entran a cualquier casa atraídos por el camino de cempasúchil, la luz de la veladora y el olor de la comida, pues no reconocerán nada de ellos mismos en el altar.