Por: Adolfo Flores Fragoso
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En Estados Unidos, civiles disparan contra civiles. En México, lo habitual es que malos disparen contra malos, aunque a veces equivoquen algunas balas contra desafortunados inocentes.
Ya es lo común en ambos países, con la diferencia de los portadores y destinatarios de la maldad. Lo que alarma es esa habitualidad a la violencia de los malos. Y de quienes somos cotidianos testigos de su actuar.
Estamos más preocupados por la salud de una actriz, mientras nos desvinculamos de la salud física y mental de los nuestros, expuestos a tantas modalidades de la violencia. Nos convertimos, entonces, en malos sin saberlo y sin reconocerlo.
La maldad dejó de ser la carencia de bondad. La maldad es hoy un ya ídolo venerado en la indiferencia, con un escondido respeto y miedo.
“Como la bebida y la prostitución, las formas primitivas de idolatría son toleradas, pero no aprobadas. Su lugar, en la acreditada jerarquía de valores, está entre los más bajos.
¡Cuán distinto es lo que ocurre con las formas de idolatría desarrolladas y más modernas! Éstas han logrado no solamente la supervivencia, sino el más alto grado de respetabilidad”, describe Aldous Huxley.
En aquel memorable texto encasillado en su libro La filosofía perenne, el escritor británico habla así de la maldad: “dureza, fanatismo, falta de caridad y orgullo espiritual, he aquí los ordinarios productos secundarios de un curso de estoico mejoramiento de sí mismo por medio del esfuerzo personal sin asistencia o secundado tan sólo por las seudogracias concedidas cuando el individuo (malvado) se consagra a la consecución de un fin que no es su verdadero fin…”
Thomas Arnold, pedagogo anglicano y cuya mayor virtud fue ser fundador y promotor de equipos de futbol soccer en el periodo victoriano del siglo XIX (entre ellos el Newton Heath, hoy reconocido como Manchester United), nos aproxima a una particular versión de la maldad: “Niños y jóvenes son malos por naturaleza y necesitan una guía fuerte y cautelosa; infancia y juventud deben pasarse lo más deprisa posible con ejemplo fortalecido (…)
A la maldad hay que desvincularla del joven, antes de que éste sea convertido en siervo del idolatrado materialismo”. En alguna tarde de otoño, al matemático A. Stanley le vino al cerebro una estadística: “¿que por cada tres muertos haya sólo dos asesinos? Esos no son actos de malditos, sino de imprecisiones morales de quienes provocaron en ellos esa maldad”.
Tal vez haya algo certero en la cita anterior. Lo cierto es que “en esta vida tan solo es cuestión de irle agarrando el lado/ mañana no sé si amanezca vivo ya para contarlo”, como lo cantan puntualmente Los 2 de la S y la Banda MS. Somos los que somos, y no somos tan malos.