Por: Antonio Peniche García
Durante el Siglo XX se dieron tres importantes procesos de transformación: el paso de una sociedad primordialmente rural al predominio de lo urbano; un cambio estructural poblacional y el incremento de la importancia que cobraron la educación y el conocimiento. Todo esto contribuyó a que se diera un progreso sin precedente en las condiciones de vida de la humanidad.
El historiador inglés Eric Hobsbawm escribió: “Nunca antes la vida humana y las sociedades en las que se desenvuelven habían sido transformadas tan radicalmente en un periodo tan breve, como en la actualidad”.
Pruebas de esta afirmación las podemos encontrar en situaciones como que en los últimos siete lustros del siglo XX se prolongó la esperanza de vida de la población, pasando de 46 a 62 años; la tasa de mortalidad de los menores de cinco años se redujo a menos de la mitad; y la tasa de alfabetización de los adultos pasó del 48% al 70% entre 1970 y 1995.
Sin embargo, simultáneamente a este progreso se dio el mayor incremento en los índices de desigualdad de la historia. El siglo XX será recordado como el siglo de la profundización de las asimetrías y la agudización de las desigualdades. Al concluir el siglo pasado, ni África, América Latina, Asia en su conjunto, ni los países de Europa Oriental, es decir, tres cuartas partes de la humanidad, lograron superar los niveles de ingreso per cápita que tenían los países industrializados a principios del siglo XX.
Para ilustrar estas desigualdades me permitiré presentar unas cifras expuestas por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 1997: 840 millones de personas vivían en condiciones de desnutrición, 250 millones de niños participaban en el mercado laboral, 850 millones de personas eran analfabetas, 340 millones de mujeres no alcanzaron los 40 años y 880 millones de personas vivían sin acceso a servicios de salud básicos.
Hoy, después de 20 años estas cifras no han variado casi nada.
Todo esto ha contribuido a que desde los últimos treinta años del siglo XX, y los primeros del XXI, la participación en el ingreso mundial del 20% más pobre de la población disminuyera del 2.3% al 1%, mientras que la participación del 20% más rico aumentó del 70% al 86%; como consecuencia de esta desigualdad, la quinta parte de la población mundial, es decir, 1.6 billones de personas viven por debajo de la línea de pobreza, con menos de un dólar al día. Este es el escenario con el cual iniciamos este siglo.
Pareciera que los gobiernos y la humanidad siguen sin tomar todavía conciencia de estas graves desigualdades.
No es la primera ocasión en que la sociedad mundial se enfrenta al reto de la globalización; los historiadores reconocen por lo menos tres grandes etapas en las cuales dicho fenómeno ha irrumpido en el proceso de evolución de la civilización occidental:
- La primera globalización se dio a finales del siglo XIX y concluyó con el inicio de la Primera Guerra Mundial;
- La segunda inició al finalizar la Segunda Guerra Mundial y coincidió con el florecimiento del llamado Estado Benefactor. Esta etapa se prolongó hasta la década de los 70, cuando inició la crisis petrolera y financiera mundial;
- Actualmente nos encontramos en la que ha sido llamada la Tercera fase de la globalización, a la cual se le ha sumado el proceso de interdependencia entre los mercados y las naciones.
Esta interdependencia, que para muchos temas ha traído grandes beneficios, ha causado también una gran fractura social, a la cual es posible hacerle frente, construyendo una economía más humana. La desigualdad no debe ser vista como algo imposible de mitigar. Es sin lugar a duda, una elección. ELECCIÓN personal y, por supuesto, política.