Por: Rubén Salazar/Director de Etellekt/ investigawww.etellekt.com [email protected] @etellekt_
Casi a regañadientes, en su conferencia mañanera del viernes, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) confirmó que su gobierno votaría a favor de la resolución impulsada por Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), para condenar la invasión militar de Rusia en contra de Ucrania, no sin antes solicitar al canciller Marcelo Ebrard, que propusiera anexar una nota de pie de página en ese reclamo –así de pequeña la encomienda–, que condenara “cualquier invasión, de cualquier potencia”, refiriéndose no solo a Rusia, sino adicionalmente a China y particularmente a los Estados Unidos.
Argumentó que esa postura se fundamentaba no solamente en los principios de resolución pacífica de los conflictos, autodeterminación de los pueblos y no intervención, plasmados en la Carta Magna, sino principalmente porque México ha padecido el mismo problema en el pasado, recordando las intervenciones armadas de los ejércitos de España, Francia y Estados Unidos.
Al hacerlo, no sólo recogió parte de los sentimientos de la nación, que guarda aún en su memoria las amenazas contantes a la soberanía procedentes del exterior, gracias a una narrativa oficial que no perdía oportunidad de despertar la catarsis antiestadounidense para apaciguar los ánimos y desánimos del pueblo ante crisis políticas internas (el presidente José López Portillo, aniquilado por su corrupción e incompetencia, inauguró el Museo de las Intervenciones en Coyoacán, apelando a ese sentimiento); agregó, a la par, sus resentimientos personales del presente, enfatizando que la “no intervención” implicaba “que no haya financiamiento de países extranjeros a grupos que se oponen a gobiernos legal y legítimamente constituidos” –como el suyo– y a “que no haya espionaje” –es decir, en contra de sus hijos–.
Lo anterior en clara alusión al gobierno de Joe Biden, a quién en varias ocasiones le ha solicitado dejar de subvencionar a Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), coautora de la investigación de la “casa gris” o “mansión del bienestar”, que desnudó de pies a cabeza –con videos de por medio– los lujos de su hijo mayor José Ramón López Beltrán, viviendo en una residencia con una alberca de 20 metros y un posible conflicto de interés, al descubrir que la propiedad le pertenecía a un alto ejecutivo de Baker Hughes, empresa contratista de Pemex.
Un escándalo que, de acuerdo con datos de Consulta Mitofsky, le ha costado hasta ayer más de cuatro puntos porcentuales en sus niveles de popularidad y que le representa una prueba fehaciente de que detrás del marcaje personal a sus hijos existe una actitud golpista, promovida por Washington para descarrillar su proyecto, similar a la que enfrentó Francisco I. Madero.
Sin embargo, lo que deja leer entre líneas su galimatías antiyanqui es que la situación que enfrenta tras la revelación de la casa de Houston, es más parecida a la que vivió Enrique Peña Nieto con la casa blanca de Polanco, presumida voluntariamente por su esposa Angélica Rivera, en una entrevista con la revista española Hola, convirtiéndose en la principal crisis del sexenio, cuando la periodista Carmen Aristegui halló que la propiedad había sido vendida a la exprimera dama por una empresa contratista del gobierno del Estado de México, durante la gestión de su esposo.
La historia se repite, esta vez como comedia, ahora con López Obrador de figura estelar, pues tampoco ha sido el único en descalificar a la sociedad civil –según él– por su marcado servilismo político al Tío Sam.
El primero en hacerlo fue Peña Nieto, a finales de 2017, en un evento organizado por la asociación civil Causa en Común, en el Alcázar del Castillo de Chapultepec –“en la política como en los bienes raíces, el lugar importa”–, con la presencia de la embajadora de la Unión Americana, Roberta Jacobson, y acorralado por la investigación de la “estafa maestra”, realizada por MCCI y el portal Animal Político, que documentaron presuntos desvíos de recursos públicos en su gobierno, al hacer un regaño a las organizaciones de la sociedad civil allí presentes por criticar, condenar y “hacer bullying sobre el trabajo que hacen las instituciones del Estado mexicano”.
Era tal el convencimiento de Peña Nieto de que Barack Obama y la candidata a sucederlo, la demócrata Hilary Clinton, planeaban llevarlo a la cárcel al finalizar su mandato, que terminó invitando a Los Pinos al candidato republicano Donald Trump para impulsar su campaña. No sólo eso, promovió una persecución judicial por presunto enriquecimiento ilícito en contra del candidato del PAN, Ricardo Anaya, abiertamente opuesto a Donald Trump y partidario de Hillary Clinton, lo que terminaría por dejar el camino libre a López Obrador.
No es coincidencia que este último haya seguido un libreto parecido, al visitar a Trump a la Casa Blanca para impulsar en vano su reelección y hacer un uso político de la justicia contra sus adversarios, como instrumento de extorsión para obligarlos a aprobar sus reformas legislativas o bloquear las aspiraciones políticas de opositores en estados y municipios, a través de gobernadores de Morena y sus fiscales, lo que podría repetir en la campaña presidencial de 2024.
La intención de López Obrador de que el Consejo de Seguridad de la ONU equiparara la situación de Ucrania a la de México, no sólo porque ambos han sido víctimas de agresiones de parte de ejércitos foráneos (aunque del lado mexicano, es algo que no ocurre desde 1916), sino porque considera que la investigación de Latinus y Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, sobre la inexplicable vida de lujos de su primogénito, es un ataque a nuestra soberanía auspiciada por Estados Unidos, fue completamente ignorada en el documento sometido a votación por ese organismo, al igual que su plan de combatir la pobreza mundial con un impuesto especial a los más ricos.
¿En qué momento López Obrador decidió que la mejor política exterior era exhibir la podredumbre de la política interior en la llamada cuarta transformación y hacer el ridículo?