Rubén Salazar / Director de Etellekt / www.etellekt.com [email protected] @etellekt_
Parece un marcador escandaloso de un partido de fútbol, sin embargo, es el resultado de la paliza que le propinó Morena a la alianza Va por México en los comicios del pasado domingo, al ganar cuatro de las seis gubernaturas en disputa. Es la segunda goliza consecutiva que se lleva la alianza opositora de parte de la coalición oficialista en los últimos dos años. Apenas en la elección del 6 de junio de 2021, para renovar 15 gubernaturas, el resultado fue
aún más contundente: 12-3.
De los 12 gobiernos estatales obtenidos por Morena, ocho se los arrebató al PRI (Colima, Campeche, Guerrero, Tlaxcala, Sonora, Sinaloa, Zacatecas y San Luis Potosí, este último dejándolo en manos de su aliado, el Partido Verde); dos al PAN (Baja California Sur y Nayarit); y uno al PRD (Michoacán).
Bajo la jurisdicción de Morena quedaban destinos de gran potencial turístico y generación de divisas, como San José del Cabo, pero también las aduanas fronterizas de Sonora, al igual que los puertos de Manzanillo y Lázaro Cárdenas, la segunda y cuarta aduanas que más contribuyen a los ingresos tributarios del gobierno federal (ANAM, 2022), puntos vitales para el comercio exterior y las finanzas públicas, que sirven paralelamente de vehículo al tráfico de mercancías ilegales o de contrabando, que ofrecen adicionalmente una fuente ilimitada de sobornos de la que disponen autoridades corruptas no solo para su enriquecimiento personal sino en actividades relacionadas con el financiamiento ilegal de campañas políticas.
De esta manera, la coalición oficialista llegaba a la elección de hace una semana gobernando 18 entidades de la república y aproximadamente un 20% de los 2 mil 471 municipios del país.
Lejos de los pronósticos que proliferaban en el círculo rojo de un empate 3-3, en el que Morena solo ganaba los Estados de Hidalgo (con el millonario negocio ilegal del robo de combustibles a cuestas), Oaxaca y Quintana Roo (con aduanas marítimas y aeroportuarias que al mismo tiempo funcionan como una mina de oro para la corrupción política), el partido del presidente Andrés Manuel López Obrador rompía su quiniela, y se llevaba el triunfo en Tamaulipas, la joya de la corona, que posee la aduana de Nuevo Laredo, la más grande de toda América Latina, y por la que fluye el 32.6% de las exportaciones totales de México (INEGI, 2022 marzo); un paso que resulta vital para los negocios de la delincuencia, que a cambio de protección, deja recursos ilegales inmensos a políticos corruptos, que pueden ser utilizados con fines electorales.
Así, a la espera de que los virtuales gobernadores electos tomen posesión de sus cargos, Morena estará gobernando, en compañía de sus aliados, 22 de los 32 estados. Sumando adicionalmente 20 de las 39 alcaldías en Durango, y la mayoría del Congreso estatal en Quintana Roo. De ese tamaño es el golpe asestado a los partidos de la oposición, los que no han terminado de darse cuenta que la presencia del PRI en sus filas más que un activo representa un pasivo electoral, que carga con una pésima reputación de marca por un pasado corrupto que Enrique Peña Nieto y sus gobernadores del “nuevo PRI” se encargaron de profundizar.
Lo único que puede aportarle el PRI de Alejandro Moreno (quien no pudo revalidar 10 gubernaturas para su partido, manteniendo solo Coahuila y el Estado de México) a Va por México, es el desprestigio social del que goza ese instituto político, al quedar reducido a un simple cascaron, porque sus estructuras, las que saben operar y ganar elecciones ya no están allí, y terminaron migrando a Morena, con el riesgo de que la militancia del PAN pueda sentirse incluso traicionada y desafiliarse al negarse a pactar contra aquello que lucharon por la transición democrática el siglo pasado, a costa de persecuciones y actos de represión política del régimen priista.
De poco ha servido a la alianza opositora justificar sus derrotas electorales culpando a los cárteles del narcotráfico de operar electoralmente a Morena. Así lo han hecho en casos como Sinaloa, al acusar que el cártel que opera en dicha entidad se decantó en favor del candidato morenista a la gubernatura. ¿Por qué entonces en Durango, aún con la presencia de ese grupo delictivo, no ganó Morena?
Si con esta campaña pensaban desprestigiar al presidente para ganar elecciones, fracasaron rotundamente, y expusieron aún más sus flaquezas, al demostrar que en muchos estados simplemente han dejado de ser una opción creíble de gobierno, sobre todo en entidades en las que la narrativa de combate a la delincuencia, o de guerra al narcotráfico, es sumamente impopular.
Si los aliados continúan dejándose llevar por el canto de las sirenas de los expertos en comunicación política, formados en los principios de la seguridad democrática y la guerra contra las drogas, seguirán perdiendo elecciones. Quienes realmente operaron en favor del oficialismo en los comicios de 2021 y 2022 no fueron los narcos, sino los propios gobernadores del PRI, los que muy probablemente replicarán la fórmula por lo menos en el Estado de México el próximo año, sin descartar que hagan lo mismo en Coahuila, invadidos por el temor de enfrentar posibles investigaciones por corrupción de parte del régimen morenista, en caso de sumarse a la alianza opositora, y perder en el camino. Lo que parece enfrentará el gobernador saliente de Tamaulipas.
No podemos hablar aún de que Morena sea un partido hegemónico, pero va marchando aceleradamente en esa dirección, al no haber una oposición genuina capaz de articular una narrativa que ponga el acento en los puntos medulares de la gestión del presidente como el nulo crecimiento económico, la inflación, los casos de corrupción en su gobierno y la impunidad.
La maquinaria político electoral de Morena parece invencible, y llegará al 2024 con 22 o quizá 24 gobernadores y gobernadoras que echarán la casa por la ventana, disponiendo de las finanzas públicas de forma ilegal, como lo hicieron de forma descarada en el proceso electoral que recién concluyó, y de otros recursos de procedencia ilícita, para garantizar el triunfo de Morena en la elección presidencial que se avecina.
Tampoco podemos hablar de una cuarta transformación de la vida pública, sino en todo caso de la cuarta transformación del PRI, que ha mutado en Morena. Tal vez sea el momento de que la oposición le tome la palabra al presidente, e inicie, de una vez por todas, su propia transformación, empezando por sacudirse a los dirigentes que la han llevado casi al punto de su extinción, lo que por ningún motivo es una buena noticia para el futuro de nuestra democracia.