La prevalencia de Morena en el poder, magnificada tras los comicios del pasado domingo en seis entidades, de las que se adjudicó cuatro, se explica en buena medida a la debilidad mostrada por los partidos de oposición.
A la llamada alianza “Va por México” integrada por PAN-PRI-PRD le debió quedar muy claro que salvo casos muy focalizados, está mucho muy lejos de representar una fuerza capaz de contener la oleada morenista en el país, con miras a los definitorios compromiso que se aproximan.
Ante tal evidencia, no deja sorprender la suicida expresión del dirigente nacional del PRI, Alito Moreno, cuando envalentado aseguró que para la crucial elección del 2024 “hay tiro”.
La frase no sólo conlleva una cuota de cinismo. Es ingenua y suicida en tanto que proviene de un personaje de muy escasa calidad moral y cuyo saldo al frente del tricolor está en números rojos.
¿Hay tiro para qué?
¿Con qué va a competir el año próximo en los comicios del Estado de México –fundamentales en términos numéricos y políticos– y Coahuila?
¿De verdad cree que contrarreloj pueda contener la oleada morenista para la contienda monumental del 2024, en la que se decidirá no sólo la Presidencia, sino también la totalidad del Congreso, muchas gubernaturas –incluyendo jefatura de gobierno en Ciudad de México– y Congresos locales, además de centenares de municipios?
¿Hay manera de pensar ahora en un frente opositor suficientemente compacto, amplio y con figuras políticas de prestigio capaces de atraer el voto mayoritario?
La respuesta contundente es: no, por supuesto.
Si acaso el PAN y Movimiento Ciudadano, por su lado, tienen alguna perspectiva de crecimiento y posibilidades aisladas en algunas regiones del país. Pero, ¿puede el PRI asumir una actitud retadora?
¿De cuál PRI, incluyendo Puebla, habla Alito?
¿Cuál oposición?
Tan mal andan los priistas, que hasta el propio presidente López Obrador les dio recetas para recomponer su precaria situación, al sugerirles cambiar estrategias y buscar convencer con propuestas para salir adelante.
AMLO consideró que los partidos de la alianza Va por México tienen mucho en qué trabajar. Los invitó a reflexionar y analizar lo sucedido en los comicios del pasado domingo, para así tomar decisiones sobre sus siguientes acciones.
“Todo lo tienen que tomar en cuenta e ir resolviendo quién va a ser candidato, quién podría ser, cómo lo van a elegir y el programa; que recuerden que la gente vota entre tres propuestas: el candidato, el programa y el partido”, les dijo.
No les dijo, por supuesto, que ante todo tendrían que pensar en fortalecer sus estructuras, proceso que incluye renovar a las dirigencias, especialmente en el caso del PRI.
Hoy, Alito Moreno es indefendible.
A sus magros resultados al frente del PRI se le han sumado durante los días recientes varias acusaciones que lo tienen contra la pared. Su única salvación parece ser una salida urgente por la puerta trasera del otrora partido mayoritario.
Recuérdese que desde su llegada a la dirigencia, el PRI ha perdido tres cuartas partes de los estados que gobernaba. De 2018 a 2022, el tricolor pasó de gobernar 12 estados a sólo tres. Sus tropiezos ante Morena se han dado en Tabasco, Colima, Tlaxcala, Zacatecas, Sinaloa, Campeche, Sonora, Guerrero, Oaxaca e Hidalgo.
A esas vapuleadas electorales les ha seguido una exhibición de audios más que comprometedores. En uno se le escucha negociar pagos millonarios mediante depósitos en Panamá al publicista español Antonio Solá, por presuntos trabajos en campañas electorales no reportados a la autoridad electoral.
En otro se le oye decir que a los periodistas hay que matarlos, pero de hambre, y en fecha más reciente, otros lo relacionan con presuntos obscuros manejos financieros para la adquisición de inmuebles. Este último caso, documentado por la organización Mexicanos contra la Corrupción, fue la puntilla.
Mediante una exhaustiva investigación se descubrió que el exgobernador de Campeche “utilizó su influencia política y poder para triangular dinero a través de la compra y venta de inmuebles con el objetivo de no dejar rastro en sus declaraciones patrimoniales ni ante la autoridad fiscal”.
Mediante una red de amigos y familiares, Alito habría comprado propiedades a precios muy bajos para donarlos a sus cercanos y luego revenderlos mucho más caros; en algunos casos el precio por metro cuadrado fue de unos pocos centavos o pesos, que luego multiplicó su valor en reventa.
Tras brutales embestidas, Alito se defiende como puede. Asegura que todo obedece a una campaña en su contra planeada y ordenada desde Palacio Nacional, debido a su oposición a la fracasada reforma energética impulsada por Morena.
Habla de una vil venganza y hasta de traición por parte de algunos gobernadores del PRI que cedieron sus plazas en la elección del domingo pasado, como es el caso de Omar Fayad, de Hidalgo, y Alejandro Murat, de Oaxaca, a quienes ya advirtió de su pronta expulsión del partido.
Alito se defiende con todo y, por lo que se percibe, ahí seguirá hasta sepultar al PRI. En su más reciente mensaje difundido en Twiter, tras una reunión con sectores y organizaciones, aseguró optimista que su partido “avanza sin descanso para devolverle el rumbo a México”. Patadas de ahogado.
Ya lo dijo bien Dulce María Sauri, quien sentenció que el PRI era como un millonario de años que le había tocado vivir una bancarrota. “No puede deshacerse de sus costumbres y posesiones e, incluso, juega a la lotería pensando que podrá recuperar su posición de antaño”.
De forma fratricida, Alito conduce al PRI hacia el precipicio.
Al grito de “hay tiro”, y sin que nadie parezca evitarlo, comandará las batallas que siguen y también la madre de todas las guerras en el 2024.
Ante el predecible pronóstico de derrota, cabe pensar tal vez que el “tiro” al que aludía, era el de “gracia”.
No hay más.