Mario Galeana
Fotos: Museo Amparo
El lomo de una enorme serpiente yace al fondo de uno de los patios del siglo XIX del Museo Amparo. La piel escamada tiene el color de la talavera poblana, el azul cobalto, y serpentea por debajo de una fuente y de los árboles, avanzando en la profundidad del subsuelo.
Dentro del museo, a lo largo de tres galerías, parece que el vientre azulado de la serpiente zigzaguea a través de los muros, que se achican y oscurecen como si se tratara de una tráquea que engulle cuadros, vasijas, objetos y fotografías de artistas de distintas épocas.
El montaje sobre el patio y la adaptación de las galerías son una metáfora sobre la oscilación del pasado y del presente. Se trata de una exposición que lleva por título Serpentear: lecturas entre lo antiguo y lo moderno, que fue elaborada por la artista Sarah Crowner, con la curaduría de Ana Elena Mallet.
Es una exposición atípica, porque no sólo incluyó parte de la obra de la estadunidense, sino de otros artistas mexicanos como el pintor Fernando García Ponce, los escultores Juan Soriano y Ana Pellicer, la fotógrafa Graciela Iturbide y más piezas de personajes anónimos de la época novohispana.
Las piezas de estos artistas mexicanos se encontraban en poder del Museo Amparo y de otras fundaciones. La labor de Crowner consistió en realizar una reinterpretación sobre su significado, su narrativa, y la forma en que podrían transformarse bajo la adaptación arquitectónica del Museo Amparo.
La artista revisó el acervo, platicó con curadores e historiadores, aprendió sobre la historia del arte en Puebla y el resto del país, y con base en ese trabajo eligió las piezas que se adaptaran al discurso del viaje entre el pasado y la modernidad, lo artesanal y lo artístico, lo local y lo internacional, y lo femenino y lo masculino.
Por eso Serpentear estableció una conversación no sólo con el inmueble, sino con su historia y con el acervo de la institución.
La idea, según expuso Crowner en un diálogo con el público, era sembrar la noción de que los museos nunca dejan de ser lugares de aprendizaje, “Lo que me propuse es que la gente venga a hacer preguntas pertinentes, como ¿por qué hay piezas tan diferentes una al lado de las otras? Hay toda una telaraña de significados. Y la unificación de esta exposición es que todo está hecho a mano. Esa idea unifica el grabado sobre piedra con las pinturas, con los vestuarios, con las fotografías, con los dibujos”, expuso.
EL SERPENTEO A LO LARGO DEL MUSEO
La intervención más amplia de Serpentear fue la adaptación del patio del Museo Amparo, sobre el cual se instaló una plataforma y 4 mil mosaicos de terracota que fueron diseñados por Crowner y fabricados en Jalisco.
A partir del color –un azul cobalto brillante que va oscureciéndose casi hasta llegar al negro–, la artista reflexionó sobre el papel de la ciudad de Puebla de los Ángeles como capital industrial y comercial en la Nueva España.
“Hace cuatro años, cuando me invitaron a hacer esta intervención al patio, observé que la fuente al centro del patio tenía una presencia enorme y el agua fluía maravillosamente. Pensé en el color azul y en la serpiente, una serpiente gigantesca que se mueve hacia adentro, que regresa a la cueva donde se esconde. Una idea de lo antiguo y lo moderno”, explicó.
La continuación del viaje de esta serpiente se extiende hasta las salas de exposiciones del Museo Amparo, cuya estructura también fue modificada con el fin de sembrar la idea del interior de este ser vivo.
“Dentro de las galerías, la misma arquitectura es algo que va serpenteando, como si fuera un cuerpo: algo que se va moviendo, que se extiende y que después se hace angosto. Un viaje a través de esta exploración”, expuso.
Es en estas salas donde se exhiben un par de cuadros de Crowner y el trabajo de García Ponce, Soriano, Pellicer e Iturbide.
En “el corazón de la exposición”, como lo consideró la artista, se encuentran un tapiz de tonalidad azul cuya fecha de manufactura pudo ser el siglo XVII, acompañado de un par de fotografías pequeñísimas de la reconocida Graciela Iturbide. Es allí donde comienza a tejerse la red de significados lanzada por la artista estadunidense.
En la segunda galería están expuestos algunos bocetos que el pintor Juan Soriano realizó para una puesta en escena, acompañado del vestuario de cobre que la escultora Ana Pellicer fabricó a martillazos para la mítica Nahui Olin.
La curadora Ana Elena Mallet, quien explicó a Crowner el peso histórico de las obras expuestas, observa que estas piezas a su vez dialogan con la obra de la artista, quien también ha participado en montajes teatrales a través de la escenografía y el vestuario.
“A Sarah le mandé mil textos sobre muebles poblanos, sobre museografía mexicana, y ella lo leyó todo. Fue un gran placer trabajar con ella. Ella asegura que utiliza la intuición, pero no estoy completamente de acuerdo porque cada obra se relaciona con sus intereses, su práctica. Como en la cuestión del vestuario”, abundó.
En un pasillo intermedio de las galerías, colocaron una pintura de La virgen de Aranzazú, una pieza popular anónima novohispana cuyo misterio había estado preservado, durante muchos años, en una de las galerías del museo.
“La primera vez que la sacamos nos dijeron que de esa obra no se sabía nada, que había estado ahí mucho tiempo. Pero era la más extraña y curiosa, y una de mis cosas favoritas de ser artista es estar frente a una pintura que no entiendo”, señaló Crowner.
Este diálogo entre el autor y lo anónimo se complementa con la tercera sala, donde la artista expuso dos cuadros y colocó un par de vasijas de talavera –hechas por un artesano anónimo– y un par de grabados prehispánicos en piedra de un jaguar –también anónimos–.
“El concepto de la autoría es algo que me estoy preguntando todo el tiempo. Eso y el concepto del arte: ¿qué hace a una pintura ser considerada como tal? ¿Porque está en un lienzo, colgado en una pared, o porque tiene mi firma? Esa clase de preguntas son las que me interesan”, dijo.
La muestra se encuentra abierta al público y permanecerá en el sitio hasta el próximo 17 de abril.