Texto y fotos: Mario Galeana
En 2018, la curadora Itzel Vargas Plata se encontraba haciendo una investigación para el Museo Universitario del Chopo sobre el estado del arte contemporáneo indígena.
Pero sólo unos días después de empezarla, desechó las dos categorías principales de su investigación, “indígena” y “arte contemporáneo”. ¿Por qué? Porque lo indígena se explica en función de lo colonizado, del sometimiento. Y porque el arte contemporáneo es un valor occidental, colonial.
Así concluyó que, en realidad, lo que estaba buscando era la producción reciente de artistas relacionados a comunidades originarias.
La investigación arrojó que la producción de aquellos artistas no podía englobarse exclusivamente en dos categorías. Algunos trabajaban con el bordado y el grabado; otros hacían instalaciones robóticas y pinturas. Había quienes replicaban la cosmovisión de sus comunidades y, en cambio, otros estaban interesados en reescribir sus propios relatos de origen, sus identidades.
Los huecos del agua es el resultado de ese profuso trabajo de investigación. Se trata de una exposición que reúne 88 obras de artistas y colectivos originarios de distintas localidades de Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Yucatán, Michoacán y Ciudad de México.
Tras haberse exhibido en 2019 en el Museo del Chopo, la exposición llegó al Museo Amparo a partir del 25 de marzo, donde permanecerá hasta el 17 de julio de 2023.
LA LENGUA, EL TERRITORIO Y EL DESPLAZAMIENTO
Las obras están cruzadas, sobre todo, por la denuncia sobre la castellanización forzada y el lingüicidio; la destrucción ambiental por las concesiones del Estado en territorios originarios; la anulación de su autonomía, el desplazamiento forzado y la migración y la violencia racista que se ha perpetrado desde la Conquista.
“Fue muy importante acercarnos a las obras a partir de la individualidad de cada artista, no asumirlos como un bloque homogéneo. La investigación arrojó estas temáticas persistentes que nos aquejan como país y nos pareció importante no caer en la idealización o la folclorización de las comunidades, porque las estaríamos despolitizando”, explicó Itzel Vargas Plata, curadora de la exposición, en una conferencia realizada desde el Museo Amparo el pasado 23 de marzo.
La muestra es fértil en cuanto a técnicas y los artistas transitan con gran destreza de un medio a otro: hay video, escultura, bordados, instalación, fotografía, pintura, grabado, libros de artista, entre otros.
Una de las piezas cuya crítica resulta más evidente fue elaborada por Andy Medina, un artista oaxaqueño: un pupitre que se sostiene de tres libros de texto y, frente al pizarrón, se lee en letras grandes la oración LII QUI GANNALU’, que entre las comunidades zapotecas del Istmo de Tehuantepec puede interpretarse como “Tú no sabes”.
Su ironía es, al mismo tiempo, una denuncia en contra del sistema educativo que privilegia el español y aniquila las lenguas maternas.
También destaca la obra de los Tlacolulokos, un colectivo integrado por Darío Canul y Cosijoesa Cernas, quienes son originarios de Tlacolula de Matamoros, en Oaxaca.
Su obra se posiciona en contra de la idealización y folclorización de Oaxaca, mediante pinturas hechas en blanco y negro donde las mujeres son protagonistas de escenas que muestran el intercambio cultural de los pueblos originarios en la modernidad.
En sus obras también denuncia el tráfico de armas y drogas que comete el crimen organizado en su región, y que ha contribuido al desplazamiento forzado de los pobladores.
A decir de Vargas Plata, las 88 obras se insertan en el concepto del pensamiento-archipiélago acuñado por el poeta y ensayista Édouard Glissant, quien planteó la necesidad de abordar una geografía en toda su diversidad, desde todos sus resquicios.
Este enfoque hizo posible, por ejemplo, una colaboración entre las panteras negras, una organización política en defensa de los derechos de personas negras que tuvo su auge en la década de los sesenta, y un puñado de artistas zapatistas.
Ambas organizaciones realizaron un bordado monumental que coloca a los panteras en el contexto de la lucha zapatista y viceversa. Entre flores coloridas y lemas de protesta, la pieza dota a ambos movimientos del don de la ubicuidad: no son islas, ni continentes, sino archipiélagos.
ARTISTAS PARTICIPANTES
Octavio Aguilar (Santiago Zacatepec Mixe, Oaxaca); José Chi Dzul (Dzam, Yucatán); Abraham Gómez (San Juan Chamula, Chiapas); Sabino Guisu (Juchitán de Zaragoza, Oaxaca); Ana Hernández (Tehuantepec, Oaxaca); Carlos Martínez González (Ciudad de México); Noé Martínez (Morelia, Michoacán); Andy Medina (Oaxaca de Juárez, Oaxaca); Fernando Palma Rodríguez (San Pedro Atocpan, México); Baldomero Robles Menéndez (San Pedro Cajonos, Villa Alta, Oaxaca); José Ángel Santiago (Juchitán de Zaragoza, Oaxaca); Maruch Santiz Gómez (San Juan Chamula, Chiapas); Maruch Méndez (K’atixtik, San Juan Chamula, Chiapas); Tlacolulokos (Darío Canul y Cosijoesa Cernas, Tlacolula de Matamoros, Oaxaca); Martha López López (San Juan Chamula, Chiapas); Humberto Gómez Pérez (San Andrés Larráinzar, Chiapas); Mauro Pech (Yaxkukul, Yucatán); Reyes Joaquín Maldonado Gamboa (Sinanché, Yucatán); Colectivo de Mujeres Fotógrafas Indígenas, Juana López López (San Juan Chamula, Chiapas); Colectivo Transdisciplinario de Investigaciones Críticas; y César Catsuu López (Xochistlahuaca, Guerrero).