Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB IvánMercado
Se han cumplido ya dos años de la indiscutible victoria del obstinado político que prometió, una y otra vez, cambiarlo todo en un país sacudido por los abusos, los escándalos y la dolorosa impunidad que, aún hoy y por mero cálculo electoral, sigue protegiendo a una larga lista de personajes que hicieron desde el poder un sinfín de barbaridades que terminaron por adormecernos y acostumbrarnos a las más grandes arbitrariedades sin consecuencia alguna.
Adormecidos estamos, atolondrados y prácticamente acostumbrados ya al escándalo sistemático, sin importar si éste tiene como protagonistas a los enemigos favoritos del pasado o a los nefastos actores del presente, quienes en muchos casos han resultado ser peores a los anteriores, tan solo por el hecho de haberse vendido diferentes y haber resultado iguales.
Los ejemplos de las inconsistencias sobran y son cada vez más difíciles de ignorar y justificar.
Se debe reconocer que el discurso del gran líder aún alcanza para seguir acusando, una y otra vez, al pasado y con ello evitar observar y calificar un presente peligroso, que lo rebasa y que nos acecha a todos y no sólo a un movimiento político.
Los 45 minutos del mensaje denominado “2º Año del Triunfo Histórico Democrático del Pueblo de México” dicen mucho de cómo han cambiado no sólo las expectativas del presidente López Obrador en el poder, sino de muchos y muchas que, a 19 meses de gobierno, esperaban ver claramente las bases de un México más justo, menos violento, menos corrupto y, sobre todo, menos impune.
El discurso oficial sigue siendo el de un optimista desbordado, que ya rompe con la realidad al tratar de imponer de manera permanente “sus datos”, a fin de convencer a los mexicanos que la nación va mejor que nunca, que la transformación se está dando y que éste cambio ya brinda una realidad más generosa para millones de hombres y mujeres, que contradictoriamente y por circunstancias externas hoy comienzan a experimentar una condición peor a la que la vivían hace apenas unos meses atrás.
La estrategia de hablar con una incuestionable capacidad de comunicar sigue siendo la herramienta más importante de quien ha llegado al extremo de advertir que quienes no están con su realidad, sus datos y su visión, están abiertamente en contra de él y de su movimiento transformador.
Por lo pronto, la conflagración avanza en un país atrapado en las peores circunstancias de inseguridad, desempleo, economía, salud, división, impunidad, corrupción, confianza y más recientemente de una soberanía profundamente cuestionada por una visita a los Estados Unidos.
Un viaje claramente impuesto desde el escritorio de un presidente que no pregunta, que no sugiere, que curiosamente no acepta un punto de vista que sea diferente al suyo.
Un mandatario que busca afanosamente la reelección pero que, en la realidad, hoy se encuentra urgido de validación popular y de más puntos en las encuestas.
Es así que una vez más, cercado por la crítica de quienes le cuestionan su congruencia, el presidente hace uso de su recurso más efectivo y manda un mensaje para salir al paso de la percepción pública, al afirmar que acude a la Unión Americana para reunirse con su homólogo con “decoro y mucha dignidad”.
A estas alturas, dudar de que el Ejecutivo está convencido que su complicada y costosa visita a la Casa Blanca será con “decoro y mucha dignidad”, resulta un claro despropósito: sin duda que él está convencido de la necesidad y conveniencia de presentarse a una cita convocada (incluso anunciada, primero, por el vecino del norte…).
El problema no es lo que piensa y cree fervientemente el presidente, sino lo que percibe una sociedad agraviada y ofendida sistemáticamente desde el otro lado de la frontera.
Muchas son las cartas y opiniones de excancilleres que le sugieren y hasta le explican al mandatario mexicano la poca o nula conveniencia de presentarse a una convocatoria impuesta desde los Estados Unidos.
Sin embargo, el mandatario mexicano no los escucha, ni a ellos ni a los suyos.
El evidente manejo electoral del encuentro y su incuestionable conveniencia para el actual gobierno republicano queda en segundo plano para una representación mexicana que quiere concentrarse en la entrada en vigor del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).
Y ésa, justamente, parece ser la justificación ideal para evitar un encuentro con el otro candidato, el demócrata Joe Biden (por cierto, puntero en todas las encuestas).
Tratar de insistir que la visita es sólo por la extensión del tratado comercial no alcanza, no es suficiente, mucho menos para un mandatario apostado por la equidad y la democracia.
En la política se deben tomar riesgos y decisiones a decir del propio ejecutivo y está claro que desde la muy particular visión presidencial, en la 4T aún hay capital político para tomar una decisión mal vista por una mayoría de los gobernados por el actual régimen.
El manejo del cálculo político está en su cancha, sin embargo, lo que resulta francamente incomprensible es por qué se ha tomado la decisión de NO encontrarse con grupos de mexicanos radicados en la unión americana, mexicanos que apoyaron incondicionalmente al actual presidente durante su campaña y que hoy son ignorados en sus múltiples peticiones, al saberse de la visita.
Lejos quedaron las promesas de campaña en las que afirmó que de llegar a la Presidencia de México respondería de manera directa a todos los insultos que el presidente norteamericano propinó a los mexicanos radicados en ese territorio y a quienes vivimos aquí.
Borrado del discurso oficial, la promesa de “ponerlo en su lugar” y defender la dignidad y soberanía de un pueblo avergonzado por la patética representación y entreguismo que en su momento mostró el intocable, Enrique Peña Nieto.
Este martes, López Obrador parte con destino a la Casa Blanca y atrás deja, sólo por unas horas, los más de 30 mil muertos (multiplicados por tres) que el COVID-19 ya registra en México, los más de 252 mil contagios por el coronavirus, los más de 53 mil homicidios que la violencia reporta a lo largo y ancho del país y los más de millón y medio de desempleados que reporta el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) por la pandemia… entre otros indicadores.
Seremos testigos, pues, de una jugada sumamente arriesgada y de una decisión que no tendrá marcha atrás en sus consecuencias externas y sobre todo, internas.
Veremos después de la “visita”, hasta donde se deteriora esa gran capacidad de comunicar y convencer a los mexicanos de que en nuestro país, todo marcha “requetebién”.