Jorge Alberto Calles Santillana
El pasado jueves 28 de enero, Mariana Sánchez Dávalos, pasante de Medicina de la Universidad Autónoma de Chiapas, fue hallada sin vida en el cuarto que tenía por recámara, al lado de la clínica en la que prestaba su servicio social, en la comunidad de Nueva Palestina, municipio de Ocosingo, Chiapas.
El caso ha adquirido relevancia porque, a pesar de que la Fiscalía General del Estado calificó inicialmente de suicidio la muerte al no encontrar en el cuerpo huellas de violencia o de agresión sexual, familiares, amigos y compañeros de Mariana sostienen que fue asesinada y su muerte es un caso más de feminicidio. Como resultado de la presión social, la misma Fiscalía anunció un día después que seguiría el protocolo de feminicidio.
Según lo ha informado su madre, Lourdes Dávalos Ábrego, su hija era acosada por un médico que aún labora en la clínica, a la que fue asignada para cubrir sus horas de servicio social y que frecuentemente se presentaba en estado de ebriedad. Cansada del trato recibido, Mariana había solicitado un cambio al municipio de Teopisca, pero su petición fue rechazada.
De acuerdo con otras informaciones, Mariana denunció ante la Fiscalía el acoso que sufría, pero su querella no fue atendida. Tampoco la Secretaría de Salud del estado ni la universidad misma prestaron atención a sus peticiones de cambio de sede. Mariana fue ignorada una y otra vez.
El número de feminicidios en México es alto, las estadísticas son claras al respecto: desde 2015 al 2020 su número creció casi 130 por ciento. Mientras que en 2015 se registraron oficialmente 411 feminicidios, el año pasado el número de registros se elevó a 942. La gravedad de la situación que enfrentan las mujeres en México queda ilustrada también con el cruce de datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública y la CEPAL: en 2017, uno de cada cuatro feminicidios registrados en toda América Latina ocurrió en nuestro país.
Tres asuntos requieren reflexión. En primer lugar, de nueva cuenta y por enésima ocasión, la violencia de género ocupa la agenda pública gracias a que familiares, amigos y compañeros de la joven estudiante levantaron la voz y lanzaron acusaciones contra individuos e instituciones, de manera que consiguieron atraer la atención de los medios.
No fue el acto en sí mismo, sino la presencia de elementos que le otorgaron valor noticiable al hecho lo que consiguió posicionarlo ante la mirada pública. Protestas enérgicas en redes sociales en las que no sólo se ha lamentado la muerte de Mariana, sino que han incluido denuncias contra médicos y profesores por acoso y faltas continuas de respeto, el dictamen inicial de la Fiscalía, así como marchas en la capital chiapaneca tornaron visible a Mariana y dieron lugar a una nueva ola de indignación que habrá de desaparecer una vez que cumpla su ciclo.
Mariana pasará así, de ser la imagen de una justificada ira por la violencia de género, a un número más en las estadísticas del horror de nuestro país. En segundo lugar, grupos de activismo feminista han vuelto a tomar las calles para expresar su sincero y profundo repudio al estado de cosas de nuestra sociedad que hace posible que la opresión femenina, por cotidiana, termine por ser percibida como natural.
Como suele ocurrir en cada uno de los momentos en que la irracional crueldad masculina pone fin a la vida de una mujer, las consignas en contra de la cultura patriarcal inundan las calles.
“Ni una más” se repite más como manifestación de dolor y como recordatorio que la ignominia es registrada en catálogos de desesperación, que como declaración de guerra. Los colectivos activistas perderán visibilidad una vez que el tiempo transcurra; sus discursos, cargados de verdades, no habrán tenido el efecto buscado, el efecto que todos deseamos que tuviera.
Por último, las vidas de las mujeres, sus aportaciones, su relevancia social volverán a ser ignoradas hasta en tanto otra bestia no ultime de nuevo a una de ellas.
El sustento estructural y cultural de la violencia de género, del odio incontenible contra las mujeres permanecerá, allí quedará y volverá a surgir.
Muchas mujeres serán víctimas del odio masculino este año. ¿Cómo detenerlo? ¿Es posible? Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de CEPAL, ha sostenido varias veces que el levantamiento de estadísticas y la promulgación de leyes, aún cuando útiles y necesarias, no pondrán fin a la terrible realidad que padecen las mujeres en este mundo construido por hombres y para ellos.
Es necesario –ha dicho– elaborar políticas públicas integrales que atiendan las diferentes dimensiones del fenómeno. Lamentablemente, la forma en la que los medios, los expertos, los grupos activistas y el público abordan estos sucesos no conduce ni conducirá a la creación de proyectos socio-culturales que detengan y, con el tiempo, pongan fin a este terrible fenómeno.
¿Qué debe ocurrir para que las autoridades decidan cambiar sus enfoques sobre el problema y convoquen a los grupos de la sociedad civil, a las expertas y los expertos de las universidades, al público general a construir respuestas? ¿Qué hace falta para que la consigna “ni una más” se vuelva verdad? No es imaginación, porque la hay, abunda.
Tampoco conocimiento; múltiples instancias lo han construido. Lo que hace falta es voluntad. Y esa, lamentablemente, es inexistente.