Adolfo Flores Fragoso / [email protected]
Los siglos XVI y XVII generaron una abundante aportación musical a los territorios más cultos de la Nueva España.
Las capillas musicales promovían la enseñanza de las artes, especialmente en la música litúrgica y pagana, en las recién fundadas ciudades de Puebla, Guadalajara y Valladolid.
Maestros de capilla, organistas y ministriles, y los coros de infantes, eran los impulsores de la educación catedralicia en el virreinato.
Pero llegaron las pandemias, los diezmos terminaron por ser insuficientes y las pestes exterminaron lo que hoy podríamos reconocer como trascendentes programas educativos, basados en la formación musical y de otras artes.
El ritual sonoro del virreinato agonizó y murió entre pandemias y, tal vez, con grandes creadores que nunca conocimos.
Puebla tuvo su tradición musical local, con los grandes listados de músicos, cantores y maestros de la Catedral.
Pero las epidemias acabaron con tan buenas intenciones.
Omar Morales Abril, en su escrito denominado “Gaspar Fernández: su vida y obras como testimonio de la cultura musical novohispana a principios del siglo XVII”, reconstruye uno de los periodos poco conocidos de la cultura musical novohispana.
De origen guatemalteco –que no portugués, como alguien lo aseguró–, Fernández partió de Guatemala hacia Puebla, cuya Catedral le ofreció el puesto de maestro de capilla, y con un salario más que abundante. Ahí desarrollaría la mayor parte de su actividad como escritor de polifonía y copista de obras musicales.
La obra recopiladora de Gaspar Fernández, que contiene música y letras de autores españoles y americanos, es una muestra de los fuertes vínculos que unían ambos continentes, vínculos que permitían el tránsito de personas y obras, y que comunicaban musicalmente Catedrales tan distantes como Sevilla y Granada con Guatemala y Puebla.
Su proyecto fue ejemplar, hasta que las pestes aniquilaron un futuro que nunca sabremos.