Por: Iván Mercado @ivanmercadonews/ FB IvánMercado
Las razones se multiplican para sostener que las elecciones del próximo 6 de junio serán claves para definir la clase de país y modelo de gobierno que regirán la vida de 120 millones de mexicanos, quienes en los últimos meses hemos sido testigos de todo tipo de acciones, propuestas, eventualidades, tragedias y estrategias (muy poco ortodoxas) para evitar la reacción natural de un pueblo sacudido por la grave realidad que somete al país.
Heredado o no, en este México acorralado nadie ignora los graves niveles de violencia e inseguridad que lastiman cada día a decenas de miles, la crisis económica que somete a millones, la corrupción que prevalece a pesar de las promesas, y la impunidad rampante que nos obliga a admitir que este país y esta sociedad viven uno de los peores capítulos de su historia.
Las circunstancias no son favorables para recuperar la vertical como nación y, aunado a todo esto, surgen un par de preguntas obligadas: ¿los mexicanos estamos viviendo lo más grave?, ¿o podríamos estar mucho peor?.
Las inconsistencias se multiplican y se acumulan ante la mirada desconcertada incluso de los más incondicionales a un régimen que sigue teniendo como su principal motor el empuje y la convicción de un solo hombre rodeado de colaboradores cada vez más incapaces o, incluso, autolimitados.
Evento por evento, la 4T se ve cada vez más cuestionada en sus resultados, pero no por una oposición que hoy disimula descaradamente, sino por sus propios tropiezos, ante la enorme cantidad de improvisaciones y, sobre todo, por la falta de estrategias capaces de contener eficazmente los daños dejados, por ejemplo, en la tragedia de la Línea 12 del Metro en CDMX.
Los accidentes, evidentemente, no avisan, pero sí se contemplan y se contienen desde una política preventiva y, cuando aun así estos ocurren, las consecuencias se solventanlo antes posible para evitar la onda expansiva de los daños colaterales.
Veinticinco muertos y más de 60 heridos fue el saldo fatal de un accidente desafortunado en un momento inoportuno y con una historia que hoy no puede ser capitalizada con la sistemática estrategia de culpar a los perversos y corruptos del pasado (que sin duda los hay).
En esta ocasión, en este penoso acontecimiento, hacerlo implicaría señalar al mismo grupo que ostenta el poder.
Ese fue el saldo de la negligencia, pero aún falta conocer si esta evidente falla pasará factura en lo político a un partido que en esta ocasión no puede culpar al pasado, ni evocar a la corrupción de los neoliberales o llamar por su nombre al fenómeno que tiene hundido hasta el cuello a este país: la corrupción.
Aunado a lo evidente y de manera poco favorable para la verdad histórica, la mayoría del partido en el poder en la cámara baja votó en contra a la creación de una comisión especial para investigar las causas reales del accidente de la Línea 12 del Metro y, con ello, evitar el cuestionamiento público sobre personajes clave de la llamada cuarta transformación.
La decisión es comprensible desde la óptica de quienes ostentan el poder, sin embargo esta acción de mayoriteo parlamentario para proteger al grupo lastima premisas fundamentales como “nada ni nadie por encima de la ley”.
En esta ocasión, esa seductora promesa también fue guardada en el cajón de las circunstancias y las conveniencias.
El ofrecimiento para llegar “hasta las últimas consecuencias” y esclarecer los hechos advertidos con antelación por los propios vecinos de Tláhuac resultan estériles, porque ya son parte de las eternas promesas de justicia que los mexicanos han escuchado en un desgastado catálogo de posturas políticas.
Lo cierto es que, más allá de los pronunciamientos de apoyo y las ofertas para encontrar las causas reales de la tragedia, hoy no hay comisiones constituidas para citar a comparecer a protagonistas del nuevo régimen, pero tampoco hay ni una sola renuncia y, por lo tanto, tampoco hay responsables inmediatos.
Lo que sí existe y ya es imborrable es un accidente advertido por diferentes dictámenes e informes que guardan un sinfín de observaciones. Lo que sí pesa es la desgracia que enluta a 25 familias y limita a, por lo menos, otras 60 familias más.
De nueva cuenta, es importante subrayar que los accidentes ocurren. Sin embargo, la omisión, la falta de empatía con las victimas, la resistencia a desenmarañar las potenciales causas de una tragedia en una obra ampliamente cuestionada; eso es lo que siembra la duda y ensombrece la insistente afirmación de “nosotros no somos iguales…”.
Así de claro. En este, como en otros asuntos relevantes para el país, no pasará nada que no sea motivado por los propios mexicanos, porque la oposición política en México se ha quedado corta.
Históricamente, las elecciones intermedias en México han estado marcadas por una baja participación de los votantes en las urnas; los números apenas alcanzan a rozar el 40% de participación.
Sin embargo, las elecciones del 6 de junio son estratégicas y definitorias.
Se eligen 15 gubernaturas, 500 diputados federales, mil 962 alcaldes y mil 63 diputados en 30 congresos estatales; pero, más importante aun: se definirá si la cuarta transformación es el camino que la mayoría quiere para México o si ésta es una opción que debe ser replanteada desde una verdadera división de poderes y equilibrio de fuerzas.
A partir de este lunes, faltan exactamente 28 días para que más de 90 millones de votantes comprendan todo lo que está en juego y salgan a elegir en ésta que podría ser la última votación convocada por un organismo autónomo.
Por un lado está el movimiento de la 4T, que busca consolidar un cambio de régimen para este México que, aún hoy, sigue siendo vapuleado, y, por el otro lado, se asoma una ruta, sin duda difícil, donde parece que se han agotado las opciones; donde la confianza en los actores de la política ha sido defraudada una y otra vez.
Las mexicanas y los mexicanos estamos llamados a tomar la decisión libre más importante de nuestras vidas como sociedad contemporánea. Estamos llamados a decantarnos por cualquiera de las dos opciones, con la pasión de rescatar la única patria que tenemos.
Estamos llamados a decidir por nosotros y por nuestras futuras generaciones; estamos llamados a derrotar con convicción la apatía que abre la puerta al abstencionismo; estamos llamados a ser, como nunca, mucho más ciudadanos y no sólo simples habitantes.