Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB IvánMercado
México sigue reportando más de 20 mil contagios de coronavirus cada 24 horas desde el pasado 4 de agosto, cuando las cifras oficiales reventaron los 20 mil 685 casos. El acumulado de este fin de semana superó los 60 mil positivos y las mil 400 muertes en apenas 72 horas.
La pandemia no cede y su variante denominada Delta se ha convertido en el principal catalizador de la enfermedad, acelerando de manera drástica las cadenas de contagios por todo el planeta.
Con una población que triplica al número de mexicanos, EU reporta en la primera semana de agosto un promedio de 100 mil infectados por día y sus científicos y políticos tienen perfectamente claro que su única oportunidad es alcanzar una inmunidad colectiva estimada en 85% de sus adolescentes y adultos, antes de que el otoño e invierno los acorrale nuevamente.
Las autoridades de la Unión Americana han elevado al máximo sus metas para inocular a cada sector de su población, en un plazo no mayor a 100 días, y el nuevo récord de hospitalizaciones alcanzado en La Florida es un duro recordatorio del riesgo latente que acecha a la nación más poderosa del mundo.
En el mismo escenario de aceleración descontrolada se ubican otras naciones que creían haber derrotado o por lo menos “controlado” al virus y sus variantes. China ordenó recientemente el confinamiento inmediato de decenas de millones de habitantes, tras la confirmación de nuevos casos de COVID-19 precisamente en su variante Delta.
La comunidad científica internacional y la propia Organización Mundial de la Salud han lanzado fuertes advertencias sobre el grave riesgo de que Delta mute y se fortalezca de forma insospechada, ante la ineficacia en las estrategias de vacunación mundial.
El temor de que la variante B.1.617 encuentre nuevas formas de mutación es fundado y ello significaría que el trabajo desarrollado para lanzar a la población mundial diferentes vacunas experimentales habría sido completamente en vano.
Una nueva supervariante podría estarse gestando ya, y el riesgo es que las vacunas que hoy nos protegen medianamente no signifiquen barrera alguna para un virus fortalecido y presente en el planeta.
Sin embargo, en México nada de esta información parece importar, porque en nuestro país se ha determinado vivir en una especie de realidad alterna, donde los hechos poco convenientes para el sistema son sólo intentos fallidos de una resistencia imaginaria que busca, a toda costa, desestabilizar un proyecto político cada vez más y más cuestionado, dados sus magros resultados.
De manera insólita ha comenzado a repetirse la misma historia de indolencia e irresponsabilidad, en la que unos cuantos (no más de 4) han decidido maquillar nuevamente los riesgos para una población que, entre mentiras, crisis y molinos de viento, ha decidido dar rienda suelta a su “hartazgo” y enfrentar al virus sin la menor precaución.
Es cierto, hoy es sumamente fácil escuchar esas voces que convenientemente afirman que la tercera ola de COVID no es responsabilidad de las autoridades, ni consecuencia de una mala estrategia de vacunación nacional, no, ya se sostiene que es por culpa de la gente, esa que “ya le vale madres si se enferma o se muere”.
Sin embargo, los actuales números del tercer embate en México no obedecen sólo a la irresponsabilidad colectiva.
A partir de este lunes, las autoridades sanitarias federales harán oficial los inevitables cambios en su cuestionado semáforo epidemiológico, para reubicar a por lo menos siete estados de la República Mexicana en tono rojo, ese que es el status más grave y comprometedor de su propia escala de valoración.
El riesgo máximo aplicará con sus consecuencias para los territorios de Colima, Guerrero, Jalisco, Nayarit Nuevo León, Sinaloa y Ciudad de México, no obstante, el gobierno de la capital emitió un comunicado pocos minutos después para aclarar que a pesar de ser el foco de contagios y hospitalizaciones más severo del país, determinaron mantenerse en la posición ficticia del color naranja.
La propia jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, intentó salir al paso de la cuestionada decisión, al afirmar que no se trata de una orden basada en meras ocurrencias, sino en “datos científicos basados” en el comportamiento de la pandemia en la capital del país.
Es así que del 9 al 22 de agosto, en el momento más delicado y peligroso de la tercera ola impulsada por la variante Delta, seis estados pasan al código rojo (máximo riesgo), 15 se mantienen momentáneamente el tono naranja (que significa un riesgo alto de propagación), nueve entidades conservan el tono ámbar (de peligro medio), Chiapas mantiene su color verde y la Ciudad de México decide desmarcarse de su propio semáforo, evadirse de la realidad y meter en graves problemas a millones y millones de habitantes.
La impertinente realidad pandémica se vuelve a imponer al movimiento político por el que atraviesa México y nos lleva rápidamente a un escenario complejo y cada vez más dividido, en el que la postura oficial es que la tercera ola “no está tan grave”, sin embargo, a diferencia de las dos anteriores, los mexicanos (ciertamente más fastidiados, pero también más jodidos), tendrán que decidir si en esta ocasión le creen a los científicos de la 4T o deciden ignorarlos para privilegiar la salud de sus hijos al atravesarse, de manera casi exacta, el inicio de un nuevo ciclo escolar presencial, con el “pico” más alto de contagios y, por lo tanto, de riesgo, justo para la población que no cuenta con la vacuna.
Nuevamente los tiempos pandemia no empatan ni son generosos con los planes de la llamada 4T, pero tampoco lo son para los habitantes de este país.