De los años 50 a 70, esta doble profesionista descubrió y estudió dos tumbas prehispánicas y otros vestigios en san francisco totimehuacan, pero su obra fue sepultada por arqueólogos varones
Mario Galeana / Fotos: cortesía de los entrevistados
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A finales de 1956, la maestra normalista María Elena Landa Ábrego localizó dos enterramientos prehispánicos en la zona arqueológica de Tepalcayotl, en la junta auxiliar de San Francisco Totimehuacan.
En el primero se encontraban los restos de dos ancianos que habían sido sepultados con vasijas llenas de alimento destinado para su viaje al más allá. En el segundo se halló un esqueleto y una ofrenda de cerámica que incluía un recipiente en forma de tlacuache.
Las siete piezas fueron entregadas al entonces Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Puebla, que a su vez terminó cediéndolos a la delegación en Puebla del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Allí estuvieron desaparecidas durante décadas, entre más de 25 mil objetos históricos. O al menos eso se creía.
Ahora, la reciente localización de las piezas ha servido para restituir también el legado de Landa Ábrego, cuya trayectoria había sido invisibilizada por prejuicios ligados a su formación académica y al ser mujer en un área de dominio masculino.
“Aquellas mujeres que decidieron dedicarse a la arqueología en esos primeros años enfrentaron la incredulidad respecto a que estuvieran dotadas de fortaleza física suficiente, o incluso la crítica por salir en largas jornadas de trabajo de investigación en grupos mixtos”, explica Edna Mallely Bravo Luis, subdirectora del Instituto de Investigaciones y Estudios de la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de Puebla.
Landa Ábrego fue la tercera de cinco hijas de una familia conservadora y, a la vez, propietaria de la primera cementera en Puebla. Tras divorciarse, retomó su formación académica a los 33 años, consiguiendo el título de maestra normalista en Historia y licenciada en Educación.
Entre los años 50 y 60, se dedicó al estudio de vestigios prehispánicos, documentado fachadas, columnas y códices del mundo antiguo en México y el extranjero. El capital de su familia y su interés por la arqueología la llevó a ser comisionada en trabajos de prospección como el de la zona arqueológica de Tepalcayotl.
Sin embargo, su trabajo siempre fue puesto en entredicho por la élite académica de la época, a decir de Bravo Luis.
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“Las vasijas que ella localizó ni siquiera están restauradas; revelan que, en su momento, no se dio el valor que el hallazgo merecía”, explica la investigadora.
Landa Ábrego solía firmar con su nombre el fondo de las piezas que ella había localizado, y fue eso lo que, décadas más tarde, permitió la localización de las siete vasijas perdidas entre las colecciones del Museo Regional de Puebla (MUREP).
Según explica Eric Márquez Pérez, del Departamento de Atención a Colecciones del MUREP, durante los años 80 fueron entregadas a la institución miles de piezas históricas de distintos museos que no fueron debidamente registradas.
“En el acervo tenemos alrededor de 25 mil piezas que se encuentran en la bodega. Localizar estas piezas fue una labor titánica, y ahora pasarán a la sala de exhibición permanente, donde merecen estar”, sostiene.
La búsqueda de estas piezas arqueológicas surgió a raíz de una denuncia ciudadana ante la CDH que presentaron vecinos de San Francisco Totimehuacan, debido a la falta de protección del sitito arqueológico.
El sitio del Tepalcayotl fue ocupado entre los años 400 a.C. y 100 d.C, y se compone de siete pirámides. Sin embargo, la zona se encuentra en disputa entre empresas inmobiliarias y vecinos que apelan por la conservación de los vestigios.
Ahora, la CDH y el INAH realizan una investigación conjunta sobre la zona arqueológica, con la intención de garantizar el derecho humano a la cultura entre los habitantes de aquella junta auxiliar localizada al extremo sur de la ciudad de Puebla.
Este trabajo ha revelado la importancia del trabajo que realizó la maestra normalista María Elena Landa Ábrego, quien falleció el 5 de abril de 2003 en Chihuahua, a la edad de 89 años.
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En su archivo personal, que su familia ha conservado, hay fotografías de otras mujeres con las que colaboró en distintos trabajos arqueológicos a lo largo de su vida.
“Hay nombres como los de Georgina Orvañanos o Teresa Benítez, mujeres que también colaboraron en esa temprana etapa de la arqueología. Esto da pie a que sigamos investigando la presencia femenina en el inicio de esta profesión”, concluye Bravo Luis.
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