Mario Galeana
A principios de los dos miles, José Luis Gutiérrez Téllez volvió al barrio de Xonaca tras 35 años de ausencia. Había trabajado como ingeniero químico en Ciudad de México y ahora volvía a su terruño para pasar su jubilación en el lugar de su infancia.
Pero nada parecía en su sitio. La construcción de un bulevar había segmentado al barrio en los años ochenta, y de los nombres y los rostros que recordaba cuando niño ya quedaban pocos, muy pocos.
Lo que más le había preocupado a su regreso era la delincuencia. A diario se sabía de alguien a quien habían robado o golpeado, y él mismo había tenido que perseguir a un ladrón que había terminado escondiéndose en una antigua casona en ruinas que se ubica en el corazón del barrio.
A José Luis le inquietaba particularmente el estado de esa casona. Los vecinos y él habían visto que allí se alojaban muchas personas que se dedicaban a delinquir, y su ubicación estratégica, a un costado del Templo de la Candelaria, entre dos de las calles principales del barrio, les permitía una vía de escape ante cualquier persecución.
“Tiraron una puerta de la casa para meter carros y terminar de saquearla. Saquearon los pisos de cantera, las rejas de hierro forjado, la talavera de la cocina. La dejaron saqueada”, insiste.
José Luis tenía muy buenos recuerdos de infancia en aquel lugar. Algunas tardes se solazaba junto a otros niños entre la sombra de los árboles frutales sembrados en el jardín de la construcción, o remojaba los pies en un estanque enorme que en el pasado había sido un manantial.
Toda la gente del barrio solía llamar a aquella construcción La Quinta o La casa del obispo, porque había sido propiedad del obispo Francisco Pablo Vázquez y Sánchez Vizcaíno.
También se sabía que en aquella casa se habían hospedado muchas veces Maximiliano y Carlota, y que a ella le gustaba remar sobre el estanque.
Después, la casa había quedado abandonada, había sido vendida a la fundación Humboldt, que la prestaba a sus maestros para que descansaran en ella; había sido vendida nuevamente, esta vez a Grupo Walmart, que había construido un restaurante; y, finalmente, había quedado abandonada de nuevo, convertida en un cascarón despojado de su historia.
Pasó una década para que José Luis y algunos otros vecinos del barrio de Xonaca decidieran actuar.
Y su primera acción fue aparentemente sencilla: ocupar la casa del mismo modo en que otros la habían ocupado. Pero no como guarida, sino como residencia de talleres culturales y educativos para los jóvenes del barrio.
Así nació el Centro de Bienestar Social Xonaca.
CINCO AÑOS DE EXISTENCIA
No fue cómodo ese primer encuentro entre okupas y vecinos del barrio. “Teníamos enfrentamientos, a mí personalmente me amenazaron. Pero nunca fueron más allá de eso, afortunadamente”, recuerda José Luis.
Era el 2017. Poco a poco, los vecinos fueron ganando terreno en la casa de La Quinta y, cuando descubrieron, ya eran los únicos inquilinos.
La intención de José Luis y los vecinos era clara: “Queremos ofrecer alternativa a los jóvenes para que no se sumen a la delincuencia. Lamentablemente hay zonas que se han convertido en cotos de poder para este tipo de actividades, y eso ha alterado mucho el tejido social del barrio. Hemos visto a jóvenes de 13 o de 15 años migrar hacia esas zonas. Y no queríamos permitirlo”.
Comenzaron a limpiar la casa desde la primera hasta la última esquina. Retiraron la maleza, repararon las ventanas, levantaron un par de puertas. Y, en ese proceso, reapareció el dueño de la propiedad.
“Le hablamos del proyecto, le dijimos que queríamos hacer un centro comunitario sin fines de lucro, sólo para dar talleres de salud, educación y cultura a la gente. Y nos dio el visto bueno”, cuenta.
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Algunos meses después, sin embargo, apareció otro grupo de dueños con órdenes de desalojarlos. A la fecha, el juicio entre los dos posibles dueños continúa su curso y eso ha permitido que continúen las actividades en el Centro de Bienestar Social Xonaca.
En el centro se imparten 24 talleres. Cuenta con un convenio de alfabetización, educación primaria y secundaria con el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA) y la Universidad Iberoamericana.
También dan talleres gratuitos de educación para el trabajo, en carpintería, bordado y tejido; además de talleres de educación para la salud, con charlas de nutrición, primeros auxilios y comida saludable y primeros auxilios.
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Social Xonaca
Los talleres de educación ecológica incluyen prácticas en huertos urbanos y criadero de otras plantas; en tanto que los talleres artísticos contemplan teatro, danza, cine, música, guitarra y coro.
Las decisiones del Centro de Bienestar se toman entre los veinte integrantes que forman parte de su consejo consultivo, pero todos son voluntarios y rotan sus deberes de mantenimiento.
“A la semana hay por lo menos 200 personas que vienen y participan en estos talleres, y no sólo es gente de Xonaca, también vienen de El Alto, o de
Analco, o de zonas en el sur de la ciudad”, explica.
—¿Y cree que en este tiempo han conseguido que más jóvenes se acerquen al centro de bienestar?
—Mira, tengo un recuerdo: hace algunos años recuerdo que nos asomamos a un campo deportivo del barrio donde había, fácil, 25 chamacos drogándose. Los invitamos para que vinieran a los talleres… y al menos tres siguen viniendo. También hemos tenido experiencias de jóvenes que al principio venían, pero han terminado yéndose para allá. Tenemos casos difíciles, pero también satisfactorios.
Para celebrar su quinto aniversario, el Centro de Bienestar Social Xonaca ha preparado este 2 de febrero un festival que incluye la exposición de dos pintores oriundos del barrio, Luis Olivares Guzmán y Faustino Salazar, fundador del Barrio del Artista.
También se presentarán los guitarristas Esteban Peña y Karla Palacios, además de los grupos Teporingos, Zyanya e Imperfecto. Se celebrará una huapangueada, una sesión de danzón y ballet folklórico y se presentará El ropero xonaquero, un montaje teatral que recupera algunas historias del barrio.