En el sitio que en el siglo XIX habitó el pintor Agustín Arrieta caben 400 años de historia de la Angelópolis; investigadores la revelan en un libro
Mario Galeana
La vida de las ciudades es la vida de sus inmuebles. Y en la Casa Arrieta caben 400 años de la historia poblana.
Construida en el siglo XVI por el conquistador Alonso Valiente, primo de Hernán Cortés, la casona se convirtió siglos después en vecindad que habitó José Agustín Arrieta, pintor que se convirtió en biógrafo del pueblo, al denunciar las desigualdades de la Puebla decimonónica. Más tarde, la casa fue convertida en sede del organismo que vela por los derechos humanos en el estado.
La huella de este sitio en el curso de los acontecimientos históricos de Puebla ha sido documentada en el libro Casa Arrieta, editado por el gobierno estatal.
Reúne ensayos de las investigadoras Mariana Durán-Márquez, María de Lourdes Herrera Feria, Delia Domínguez Cuanalo, María José Rojas Rendón, Franscisco Antares Rodríguez Sánchez y del ombudsperson José Félix Cerezo Vélez sobre la historia de la fundación de Puebla, Alonso Valiente, el convulso siglo XIX, la mirada del pintor costumbrista mexicano y la historia reciente de los derechos humanos en el estado.
El coordinador de la obra, José Ángel Perea Balbuena, indica:
“La historia de la casa no puede desmarcarse de su entorno. Se describen las condiciones arquitectónicas de la casa y la obra de Agustín Arrieta, que indirectamente fue un defensor de los derechos humanos”, abunda en entrevista.
En el primer capítulo, Durán-Márquez apunta que Francisco Martínez Mejía fue el constructor, quien adopta el nombre de Alonso Valiente.
La calle tomó el nombre de Valiente, uno de los primeros fundadores de la ciudad.
El patio principal se encuentra sostenido por cinco arcos de medio punto soportados por cuatro columnas toscanas, a la usanza de las casonas españolas. Los pisos son lajas de cantera y hasta hoy se conserva un oratorio doméstico estilo barroco.
En el siglo XIX, los salones fueron decorados con pinturas de colores pastel con motivos alegóricos de música, paisajes con frutas y formas geométricas, según el canon neoclásico.
Valiente estuvo casado con Juana Mancilla, cuyos restos reposan en la Iglesia de Santo Domingo. Él terminó estableciéndose en Tecamachalco, donde falleció el 6 de enero de 1563, tras ser designado encomendero.
Herrera Feria describe la compleja situación social y económica de la Angelópolis durante el siglo XIX, aunque era considerada la segunda ciudad más importante de la Nueva España.
En ese siglo, la ciudad vivió por lo menos nueve sitios y eran constantes las revueltas y los ataques entre las facciones políticas, lo cual agudizó la pobreza y la hambruna.
“Quienes normalmente pasaban por Puebla hacia la Ciudad de México, se referían con frecuencia a la pobreza de la ciudad y sus habitantes”, apunta.
La pintura de Arrieta
En ese contexto aparece José Agustín Arrieta, quien se convertiría en el emblema de la pintura costumbrista en México.
Nacido el 29 de agosto de 1803 en Santa Ana Chiautempan, Tlaxcala, llegó a Puebla junto a su familia a la edad de cuatro años y murió el 22 de diciembre de 1874.
Estudió en la Academia de Bellas Artes de Puebla y alcanzó rápidamente la consagración académica debido a su facilidad para la composición. Eso le valió cierto prestigio entre políticos, militares, coleccionistas, empresarios y el clero.
Esta diversidad también alcanzó su pictórica: Arrieta hizo pintura religiosa, retrato, alegoría, cuadros de costumbres y naturaleza muerta, lo que terminó convirtiéndolo en un referente de la pintura en México.
Y su actitud le valió el mote del biógrafo del pueblo.
Domínguez Cuanalo apunta: “Arrieta era sensible a la poesía de los temas locales y a la verdad sencilla que aparece en la vida del pueblo. Hizo suya la puebla del siglo XIX a través de la sociedad que lo acompañaba. Entendió el barroco en su expresión más auténtica (…) apreció las risas estridentes, los modales poco refinados, la pobreza y la plasmó en lienzos que perpetúan una sociedad carente de recursos económicos”.
Los biógrafos no han determinado si Arrieta era una persona rica o pobre, pero sí está plenamente documentado que prefirió tener una vida austera. Así llegó a habitar aquella casa ubicada en la calle 5 Poniente, que tras haber pasado a manos de la iglesia, fue adquirida por Miguel Limón con fines habitacionales, gracias a la Ley de desamortización de bienes eclesiásticos del 25 de junio de 1856.
Son célebres, por ejemplo, sus pinturas El costeño, que retrata a un muchacho de ascendencia africana; Tertulia de pulquería, que incluye algunos panfletos que se imprimían en la época; y bodegones como Cuadro de comedor.
Recuperación del inmueble
La Casa Arrieta cayó en un deterioro notable. A finales de 1992, el entonces gobernador Guillermo Jiménez Morales la donó a la Asociación de Artistas Plásticos de Puebla, con la intención de convertirla en museo vivo.
Pero el proyecto nunca se materializó y, durante casi 20 años, la arquitecta Cándida Peña aprovechó el inmueble para su uso personal, de acuerdo con la investigación.
Fue durante el sexenio de Manuel Bartlett cuando la casa pasó a propiedad del estado una vez más y, en 2012, fue reacondicionada para convertirse en sede de la Comisión de Derechos Humanos del Estado.
“El centro está despierto, se recupera de mutilaciones, de fragmentaciones(…) Sigue siendo el valle donde los ángeles trazaron la ciudad, los españoles la fundaron, los indios la construyeron y Arrieta la plasmó”, afirma Domínguez Cuanalo.