CUENTA CÓMO SUS SEIS AMIGOS RECORRIERON EL ESTADO DE PUEBLA CON MÚSICA, ENTUSIASMO Y FE; SE HA JUBILADO COMO SOBRESALIENTE MÉDICO EN CANADÁ
Textos: Dulce Liz Moreno
Fotos: Margarito García
En vísperas de su cumpleaños 90, Job Vela-Martínez vino a su ciudad natal, Puebla, a su colegio –que cumple 150 de fundado– su alma mater, la hoy BUAP, y hasta al comedor donde celebró su graduación de médico, en el Hotel Colonial.
Y, punto notable, el templo metodista Emmanuel, en la 2 Poniente y 5 Norte, donde fue uno de Los Siete Vanguardistas: adolescentes y veinteañeros que caminaron el estado de Puebla para contagiar-compartir música, entusiasmo y fe.
Tocaba el acordeón.
Instrumento al hombro, recorrió Tlancualpicán –municipio de Chiautla–, donde vivió sus primeros años, la ruta del Popocatépetl, la del sur del Pico de Orizaba, la Mixteca.
Con sus amigos, seis contemporáneos dispuestos a caminar.
Titulado médico cirujano, habiendo hecho residencia en el norte del país, concursó y ganó sitio laboral en Canadá, en la plantilla del Royal Victoria Hospital en Montreal.
Se ha jubilado como uno de los mejores médicos familiares de aquel país.
En su visita de precumpleaños, accede a contar episodios de su historia y la de sus amigos.
Agradece a la familia que lo recibió en Puebla capital, la de Miguel Leal Rojas, cuando tenía 10 años, a fin de que pudiera estudiar como becario en el Instituto Mexicano Madero, para hacer más llevadero el ir y venir de la calurosa Mixteca.
De los mejores episodios destaca el que cimbró su vida, a los 31 años: conocer a Donna, dulce chica de 21 años y ojos azules.
A través de Estrella, su hermana que también vivía en Canadá, el médico conoció a la bella estudiante de enfermería:
“Su sonrisa, su alegría, me dejaron tan bien impresionado que nos hicimos muy buenos amigos de inmediato y para 1966, le propuse casarnos”.
Pero el padre de ella desconfiaba. El aspirante a yerno pertenecía a otra cultura, tenía 10 años más que ella…
Así que la novia llegó sola a Puebla para la boda en octubre.
Pero muy convencida de que compartir su vida con el médico poblano era su mejor proyecto. Lo ha sido.
Él ya cumplió los 90. Le juega rudo la presión de repente baja, pero muy entero. Y contento.
Siete, y vanguardistas
Eran amigos, se veían en el templo de la 2 Poniente y 5 Norte, de Puebla capital, el inmueble donde nació Aquiles Serdán.
Luis Velázquez, que estaba en vías de graduarse ingeniero, tuvo una idea:
Potenciar el tiempo que sus compañeros de fe dedicaban al ejercicio de su credo en reuniones con otros.
Y se volvieron una especie de misioneros en todos los rincones del estado de Puebla.
Ayudaban a ministros que atravesaban por apuros, llevaban sus voces y sus instrumentos a congregaciones rurales que se animaban en su compañía, porque el canto comunitario es pilar de la liturgia.
En la imagen principal de esta edición, se encuentran, de izquierda a derecha, Luis Velázquez, Armando García, Pepe Corte, Jorge Archundia, Ponciano Moreno, Job Vela y Bernardino Antúnez, quien falleció a los 91 años el mes pasado.
Aún vive, también, Jorge Archundia Ruiz. Motociclista audaz, tuvo taller-tienda de batas médicas en un local de la 5 Sur, entre 3 Poniente y Reforma, a un lado de lo que hoy es la librería León.
El colegio cumple siglo y medio
El Instituto Mexicano Madero fue fundado en 1874.
Proyecto de los esposos Guillermo y Clementina Butler, misioneros estadounidenses financiados por la Iglesia Metodista del país vecino, lo crearon como orfanatorio.
Fue seminario de teología y, en simultáneo, preparatoria.
Incluyó programa de Normal para docentes hasta 1893.
En 1894 cambió de nombre a Instituto Metodista Mexicano y, en 1927, Instituto Mexicano de Maestros (IMM).
Guardó armas para los antirreeleccionstas previo al estallido de la Revolución.
Desde 1934 se llama Instituto Mexicano Madero.
Esforzados, en la capital mexicana del básquet
En el Instituto Mexicano Madero se jugó básquetbol por primera vez en el país.
Ahí en el inmueble histórico, de la manzana de la 17 Poniente entre 3 y 5 Sur, se rebotó el balón hace 122 años.
Job Vela-Martínez y sus amigos no podían desaprovechar semejante herencia.
Hicieron suyo el deporte.
En la imagen, se ven los integrantes del equipo “Malta”, de jóvenes que se congregaban en el templo metodista del centro de Puebla capital.
“En los años 40 y 50, no teníamos dinero para comprar balón, pero éramos los primeros en apuntarnos en los torneos municipales y estatales”.
Así que, antes de clases, hacia las cinco de la mañana, los chicos tocaban la puerta más próxima a la casa del conserje.
Y él les dejaba usar los balones del equipo escolar y la duela, para poder entrenar.