Mario Galeana
Gota a gota, un hilillo de sangre entrelaza las pinturas barrocas de Caravaggio, los lienzos expresionistas de Francisco de Goya, las obras surrealistas de Frida Kahlo y los cuadros hiperrealistas de la británica Jenny Saville.
La sangre es el vínculo de este viaje de casi medio milenio por la historia del arte, que es conducido por el artista Artemio Narro Aguilar en una exposición tan imposible como minimalista.
“Artemio. Sangre” es la réplica de 47 obras pintadas entre el siglo XVI y XXI, donde todo, salvo aquel flujo carmesí, ha quedado evaporado de cada obra. Como si se tratara de un negativo fotográfico en donde sólo la sangre de aquellos cuadros ha sido revelada, a veces en torrentes y otras sólo en gotas salpicadas a lo largo del lienzo.
“Digo que es una exposición imposible, porque no hay otra forma en que las pinturas que se representan en estos cuadros puedan ser exhibidas en el mismo lugar y al mismo tiempo. Entonces es una exposición imposible, cuya columna vertebral fue la presencia de la sangre, tras una revisión no exhaustiva, ni absoluta, pero sí de un periodo de tiempo bastante amplio”, explicó Artemio desde el Museo Amparo, donde la muestra permanecerá hasta el 28 de agosto.
Las dos obras más antiguas que inspiraron el inicio de esta exploración artística son los cuadros alusivos a la decapitación de Holofernes, realizados por los pintores Caravaggio y Artemisia Gentileschi a principios del siglo XVII.
Y la más contemporánea corresponde a la artista Jenny Saville, que consiste en un autorretrato elaborado durante el año 2003.
En medio de estas tres obras, Artemio reconfigura las creaciones de autores como Velázquez, Dalí, Magritte, Rubens, Kahlo, Luis David, Rembrandt, Tiziano, en salas que se dividen entre temas como la violencia de género, los Cristos –porque las obras novohispanas religiosas son, ante todo, un registro de la violencia–, las decapitaciones y otros tópicos en donde todo gira alrededor del poder.
Destacan obras canónicas para la historia del arte como La cabeza de Medusa (1597) de Caravaggio y Salomé (1889) de Leon Herbo; así como otras que nos permiten reconocer la influencia que la sangre tiene en el imaginario mexicano como Episodios de la Conquista: La matanza de Cholula (1877) de Félix Parra, o Unos cuantos piquetitos (1935) de Frida Kahlo.
“Mi criterio al elegir las obras fue que no hubiera bodegones, porque no me importaba la representación de lo muerto, y que hubiera una situación que involucrara violencia y poder. Porque creo que la búsqueda del poder es nuestra verdadera diferencia de los animales o las plantas”, explica.
Una broma de los 90
Reunir todo este compendio de pinturas atravesadas por la sangre le ha tomado a Artemio cuatro años, un archivo de más de 200 obras de entre las cuales ha elegido casi una cuarta parte, y quizá una disculpa artística.
Artemio es un artista de formación autodidacta nacido en los setenta, que se ha desempeñado en la plástica y el cine, así como curador. Dice que los artistas que conoció durante su generación crecieron repudiando la pintura.
Quizá por eso, durante sus primeros años, dejó la pintura para experimentar con la fotografía, que tampoco terminó por convencerlo. Hasta que una tarde, mientras veía una película rentada de un Blockbuster, se le ocurrió una broma.
“Comencé a rentar las películas y a adulterarlas; lo hice con cientos, pero las más importantes para mí fueron las de Disney, especialmente la de Bambi. Borré el trauma infantil de esa película, quité el incendio en el que la madre de Bambi muere, y así devolví el VSH a la tienda. Era un Bambi light”, cuenta.
Con ayuda de sus amigos, rentó y reescribió todas esas películas. Una gran influencia en ese proceso fue la artista Teresa Margolles, a la que había conocido muchos años atrás. “Ella hacía videos de leones comiéndose a un turista, cosas que en los noventa, entre la cultura underground, se consumía mucho”, dice.
Entonces, cuando el villano de la película estaba a punto de revelar su plan maestro, aparecía la mano de Artemio y, en lugar del plan, aparecían los leones. Borró cientos de cintas de todo tipo, desde Winnie Pooh hasta Gladiador.
Todo permanecía como una broma hasta que el Museo Carrillo Gil lo invitó a proyectar una de sus creaciones y presentó una versión de Rambo sin violencia, con una duración de 15 minutos en los que se ve a Silvester Stallone correr, tropezarse, llorar y no más.
De pronto, como había ocurrido años atrás, le sucedió una revelación. Mientras veía una de esas películas de Avengers, se dio cuenta de que la destrucción de las ciudades era catastrófica, pero los actores casi nunca sangraban. Tenían raspones, algunas heridas, pero no más. Era el cataclismo sin una gota de sangre.
“Así surgió la idea de este proyecto. Pensé en hacer pinturas con imágenes sangrientas de escenas de películas, pero decidí llevarlo a lo más básico, que resultó ser la pintura a partir del Renacimiento, que es cuando surge la idea de la autoría. Mi idea era tomar las pinturas de autores importantes, alterarlas y tener esa nueva versión”, abunda.
Sin embargo, descubrió que tenía una deuda con la pintura que quería replicar, y viajó a Europa para ver directamente aquellos cuadros que, durante su juventud, se había empeñado en rechazar.
“Me di cuenta de que aquellos años de negación habían sido absurdos y un fracaso, porque el arte contemporáneo le debe demasiado a sus predecesores. No podríamos entender lo que hacemos sin entender lo que ya pasó. No era hablar de Warhol o Duchamp, sino hablar de aquellos que les movieron la cabeza a quienes nos movieron la cabeza a nosotros. Estaba pagando una deuda”.
Artemio Narro (Ciudad de México, 1976)
AKA: Artemio “El Rolls Royce del arte mexicano”
De formación autodidacta, es artista visual, cineasta y curador. Desde el arte conceptual trabaja en diversos formatos como: instalación, video y foto, entre otros medios. Su obra gira en torno al cuestionamiento de la violencia, de las estructuras de poder y de las relaciones que generan; propone diferentes relecturas de la cultura pop.
Fue codirector de La Panadería de 1998 a 1999 y de 2001 a 2002. Ha tenido exposiciones individuales en museos y galerías en México, Estados Unidos y Londres. Ha realizado dos largometrajes, Me quedo contigo y ColOZio, mismos que han recibido distintos reconocimientos en los festivales en los que han participado.