Sus maestros inventariaron las singularidades del sonido vocal con que nació: cálido, redondo, con impostación y vibrato moderados; pero sus oyentes no especializados le reiteraban una analogía muy especial
Mario Galeana
Una vez le preguntaron a la soprano Elisa Ávalos Martínez cómo definiría su voz.
Ella respondió que la suya había sido privilegiada desde el nacimiento y pulida en coros desde que era niña.
Por eso sonaba tan natural.
“Técnicamente”, dijo, “mi timbre es redondo, cálido, con impostación y vibrato moderados, a menudo me dicen que tengo voz de ángel”.
Dominaba un amplio repertorio que incluía ópera, un gran acervo mexicano de concierto y tradicional, aunque la música antigua la conectaba de manera más directa a ese mundo sacro, angelical. Cantaba obras renacentistas en iglesias y catedrales.
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Y en esas noches de concierto en escenarios religiosos monumentales se deshacía la barrera que separa al presente del sonido y la resonancia sentidos por la audiencia cuatro siglos atrás.
Su voz se deslizaba a través de los poros del tiempo.
Hace un mes, compartió una selfie situada en el coro de la Capilla del Rosario, la joya más brillante de la Puebla barroca. A sus espaldas aparecen los relieves de querubines, con sus trompetas y cabellos rizados, que adornan los muros. Con sentido del humor, tituló la imagen “entre colegas”.
La soprano Elisa Ávalos Martínez falleció el domingo pasado, 22 de septiembre .
Empezaba a andar su cuarta década de vida.
En su homenaje luctuoso, al centro del Museo San Pedro de Arte, algunos de los mejores músicos de Puebla tocaron en su memoria el adagio más triste de Gustav Mahler.
Una pieza que haría llorar hasta a los mismos ángeles.
…
Aprendió a hablar el mismo día en que aprendió a cantar.
En el hogar de sus padres, la música ocupaba un sitio especial y creció rodeada de furiosas notas de mariachis tanto como de gorjeos barrocos.
Por eso estudiar canto fue una decisión natural.
Inició su formación musical en el Conservatorio de Música de Puebla, y después estudió la licenciatura en Canto en la cátedra de la maestra Maritza Alemán, en la Escuela Superior de Música del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), de la que se graduó en marzo de 2007.
Cuatro años antes ya había recibido el primer lugar en el concurso de esa misma escuela, y para septiembre de 2009, a los 28 años de edad, se granjeó tres reconocimientos más
El premio Gilda Morelli a la mejor interpretación y el premio ProÓpera, otorgado por el público en el XVII Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli. y el segundo lugar en el primer certamen, también para todo el país: Las voces jóvenes del bel canto en México”.
Desde entonces le interesaba la música antigua.
Dedicó la tesina de su maestría al estudio de tres piezas del compositor napolitano Ignacio de Jerusalem y Stella, que llegó a ser maestro de capilla de la Catedral de México a mediados del siglo XVIII.
Y lideró los grupos “Los tonos humanos” y “Concentus antiqua musica”, con los que realizó giras en el mapa nacional y en el extranjero.
Encabezó este esfuerzo de concertar voces e instrumentos de su repertorio predilecto junto con el compositor, instrumentista y director de orquesta Omar Ruiz García, su esposo, el hombre que la acompañó hasta el último día de su vida.
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…
Una vez le preguntaron a la soprano Elisa Ávalos Martínez quiénes eran sus compositores favoritos.
Ella eligió:
“La sencillez, transparencia e ingenuidad de Merula, Encina, Dowland, Sanz, Hidalgo, Gutiérrez de Padilla, Jerusalem, Sumaya. Lo conmovedor, descriptivo de Monteverdi, Purcell, Vivaldi. Lo entrelazado, complejo e intenso de Bach, Handel, Beethoven, Rameau, Mozart, Bizet. Lo delicado, impresionista, sutil, bello de Debussy, Strauss, Schumann, Fauré. Lo sentimental, romántico, pasional, claro, de Pucinni, Ponce, Grever, Castro, G. Enríquez, Márquez, Coral. Lo nacionalista de Revueltas…”
…
Al mediodía del martes pasado, cayó una ligera lluvia otoñal sobre las calles del Centro Histórico de Puebla.
Sobre el patio central del Museo San Pedro de Arte azotó un aguacero: minutos enteros de aplausos para homenajear la vida de la soprano Elisa Ávalos.
Allí estaba su familia y muy cerca la acompañaron sus amigos, seguidores, músicos y autoridades locales de cultura, una multitud de cientos.
También la Orquesta Sinfónica del Estado de Puebla, que tocó el Adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler en honor a la soprano.
Diez minutos de cuerdas y arpas que hicieron henchir el pecho de los asistentes.
Durante el homenaje, el maestro Omar Ruiz García dijo que Elisa viviría siempre entre las personas que la escucharon.
“Elisa no ha muerto. Ha trascendido en todos los que la conocimos y en los que se dejaron tocar el alma por su voz”, dijo.
Sí, su cálida, eufónica y redonda voz. Una voz que convocaba ángeles.
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