Mario Galeana
En la oscuridad de la sala de la Cinemateca Luis Buñuel, el sonido arroja luz y dibuja en nuestras mentes todo lo que no podemos ver.
La película se llama Los Lobos y es la historia de una madre que arrastra a sus dos hijos hacia una nueva vida al otro lado de la frontera, en Albuquerque, Nuevo México. Ella les promete que algún día, cuando hablen bien el inglés, cuando la vida sea un poco menos dura, los llevará a Disneylandia.
No vemos ni el condominio, ni a los niños, ni a la madre. Pero estamos escuchando sus voces, y eso es suficiente para saber que ella es joven, que a veces exhala de desesperación o de cansancio, y que ellos son unos chiquillos, un par de niños traviesos que siempre encuentran la forma de distraerse mientras su madre trabaja y ellos están solos.
Todo lo que el sonido no nos cuenta, es decir, todo lo que las voces de los actores y el ruido de la propia película no alcanza a describir, nos lo cuenta un narrador. “El suéter que viste es rojo”, dice. “Atardece y están asomados a la ventana”, explica.
Las descripciones del narrador son así, breves, concisas, apenas lo necesario para que las personas ciegas y aquellos que tenemos los ojos cubiertos en la sala entendamos e imaginemos lo que transcurre en la pantalla.
La proyección de la película es organizada por el colectivo Cine para todos, que ha realizado ciclos de cine como estos desde hace más de una década. Es decir, adaptaciones a través de postproducción para que las películas sean accesibles para todas las personas.
Dana Albicker, una de las fundadoras de Cine para imaginar, me explicó que la primera vez que repartieron antifaces o lentes de cartón antes de la proyección de una película fue en 2010, el mismo año en que el colectivo fue fundado.
No lo hicieron para que las personas sin discapacidades se pusieran en el lugar de las que sí las tienen, sino para entendieran cómo funcionaba la audiodescripción en el mundo del cine.
Cuando la película lleva más de una hora, descubro mis ojos y, a mi alrededor, ya casi nadie lleva puesto el antifaz. Entonces noto que en la pantalla también está impostada una persona que interpreta los diálogos y los sonidos de la película en lengua de señas mexicanas.
Al final, mientras las luces se encienden, al escenario de la cinemateca suben Moisés García, Katy y Omar, integrantes del colectivo. “¿Alguien aquí es sordo?”, pregunta Moisés con su voz, pero también con sus manos. Solo una mujer alza la mano y de ahí distingo que hay otra más en silla de ruedas y al menos dos personas más con baja visión que son auxiliadas por sus acompañantes.
“Recuerden que la lengua de señas es la lengua materna de las personas sordas; algunas saben español y otras no. Por eso hubo una mediadora en la misma película durante toda la pantalla”, explica Moisés y Katy media las palabras a través de sus manos.
Moisés explica que Omar, quien es una persona sorda, forma parte del colectivo. “Este es un trabajo que hacemos en equipo”, nos dice Omar, con sus manos, y esta vez Kati media para el resto a través de su voz.
Este nuevo ciclo de Cine para imaginar contempla nueve películas que se exhiben desde el 13 de octubre hasta el 1 de diciembre en la Cinemateca Luis Buñuel de la Casa de la Cultura.
El colectivo logró fondear la mediación y accesibilidad de estas películas mediante un fondo entregado por el Instituto Mexicano de Cinematografía, a través del Programa de Fomento al Cine Mexicano (Focine).
Al final de la función, cuando salimos de la sala, ya hay más de una veintena de personas que aguardan para entrar a ver Nudo Mixteco, la siguiente función que Cine para imaginar a preparado.
En ese intermedio, Andrea, de 23 años, me dice: “Al principio fue raro. Sentí que ver el cine de este modo… o bueno, más bien escuchar el cine, era parecido a cuando te leen un cuento en voz alta y tú le pones cara a los personajes y te imaginas cómo son. Pero después me di cuenta de que no era lo mismo, porque el cuento no suena y el cine sí. Es como una versión aumentada de un cuento en voz alta”.
–¿Viste toda la película con los ojos cubiertos? –le pregunto.
–No. Me los quité al final. Y fue una sorpresa, porque los actores no eran como yo los había imaginado, pero al mismo tiempo me resultaron muy familiares. Como si realmente hubiera visto la película.