Por: Dulce Liz Moreno
—Amigo, aquí en Barcelona veo en redes sociales las fotos que barberos y peluqueros de alto nivel suben cuando terminan a un cliente.
—¿Y qué tal?
—Los cortes y los estilos no son mejores que los tuyos. Métete a concursar; no te van a ganar. —Clic.
Ezequiel Román González, de Tecamachalco, recibió esa llamada en enero de este año.
Le hizo caso a su colega catalán Vicenç Moretó.
Y su negocio, SANRO Barber Company, ganó el premio a la “Mejor barbería de América Latina”.
Regresó de Barcelona con su trofeo, el aplauso de especialistas de dos continentes y la alegría de saber que 31 años de su vida han valido la pena, sobre todo por una razón: dedica 16 horas diarias a lo que –comprobado– está habilitado para hacer mejor.
TIJERA Y NAVAJA EN MANO
“¡Cheque!, tráele dos blocks a tu chamaco para que alcance”.
El cliente desde la puerta se reía, viendo al niño pararse de puntitas, estirar una mano, la otra, para alcanzar a hacerle el corte al hombre sentado en el sillón. Y eso que el asiento estaba en el nivel más cercano al piso.
El papá, Ezequiel Cheque primero, todavía dudaba que el niño hubiera decidido bien: rogó dejar de ir a la escuela y que le enseñara el arte de la navaja y la tijera.
Ezequiel –Cheque segundo– tenía 12 años y terminó primero de secundaria arañando el calendario escolar.
“Reprobé varias materias porque no me gustaban las clases, no quería hacer la tarea; sólo me gustaba la guitarra y era muy bueno en la estudiantina. Pero todo lo demás me parecía un castigo”
Las noches de domingo, Cheque segundo lloraba en silencio. Horrible, que al otro día debía regresar a la escuela.
Habló con su mamá.
Ella y Cheque primero fueron a hablar con el director dos meses antes de que acabara el curso en 1991. Temían que el bullying fuera la razón por la que el hijo odiaba la secundaria.
“Pero nadie me molestaba. Simplemente, no fui hecho para la escuela”, se sincera con Crónica Puebla.
El papá buscó a la tutora del grupo. La mamá se quedó en la oficina del director.
“Señora, ¿qué le preocupa? Su hijo tiene bien claro qué quiere hacer en la vida: cortar el pelo y ganar mucho dinero”.
Cheque segundo dice que es verdad. Que él quería tomar la tijera, aprender a usar la navaja. Que recuerda ver desde muy niño a su papá llegar a la casa, sacar bolsas de dinero y contar. Revisarse el pantalón y sacar monedas.
Las peluquerías eran el negocio del hombre que nació en la pobreza más atribulada y, mayor de edad, su habilidad hizo que varios locales perdieran clientes y tuvieran que cerrar, de tan bueno su trabajo, moderno y original.
Pero esa harina es de otro costal.
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APRENDER, AGUANTAR Y PEDALEAR
Acabó el curso escolar y Cheque primero levantó a su hijo muy temprano. Ya vería que la vida es dura y regresaría a estudiar.
Lo mandó con la pala a desyerbar. Cheque segundo imploró que le enseñara el negocio de la peluquería.
Desconfiado, accedió. Era agosto, pleno verano.
“Agarré las tijeras y no las he podido soltar”, recuerda, sonriente y animado.
Salió quisquilloso el niño; como le tocaba barrer y trapear, la ropa se le llenaba de trozos de cabello de los clientes y él se sacudía todo el tiempo. “Me pasaba el día con el bledo en la mano” cepillándose para quitar pelo camisa, pantalón y manos.
Para diciembre del mismo 1991, Chequecito era titular a los 13 años.
“¡Y llegó la moda del corte de honguito en 1992!”, que sólo él sabía hacer en el municipio y en la región.
Vivió, entonces, lo que su padre le advirtió como desventaja del trabajo: esclavizante, donde hay que estar de buenas pase lo que pase, abrir temprano, tarde cerrar, estar actualizado y con la herramienta al punto.
Ya había tenido una idea de eso, de niño.
En el local de Avenida Hidalgo 204 inició su papá en 1971, junto a la CFE. Su récord fue de 200 clientes un sábado de plaza.
Cheque segundo acompañaba a su mamá a hacer el mandado y, cuando estaban cerca de la peluquería, avisaba: ahorita te alcanzo, voy a ver a mi papá.
Era 1985 y él estaba chaparrito, tenía seis años.
Pasaba entre las piernas de los clientes para llegar al sillón.
“Canijo chamaco, ¿qué haces por acá?”
Contar. Contar a la gente que atiborraba el sitio: tres personas alrededor de cada sillón en el local de seis por seis; 25 personas adentro esperando y, afuera, una fila de 50.
Pero eso le costaba a Cheque primero despertar antes que el sol y regresar a casa con los pies ardientes cuando la familia ya estaba dormida.
Cheque primero llegó a atender 62 personas en un día.
Cheque segundo, 65, el Sábado de Gloria de 1999. “No tomé agua todo el día para no tener que ir al baño y corté cabello de nueve de la mañana a once de la noche”.
En 1994, papá lo envió de encargado al otro local.
Cheque segundo tuvo un chispazo: tengo que saber hacer más. Pero mucho más
De 1996 a 1997 estudió en Puebla capital estilismo en el instituto de Julia del Alba Velasco, el más prestigiado por ser la primera escuela de cosmetología en el estado, en Puebla capital.
El alumno se independizó para abrir nueva línea de clientes. El 19 de abril del 98, inauguró el local en Avenida Juárez, a media calle del zócalo.
La incertidumbre que tuvo en las primeras horas se le disipó al cerrar el día: 24 clientes de tintes, bases, cortes y manicuras.
“A los tres meses no me daba abasto con tantos cortes” y ofrecía peinados y afeitados.
Contrató peluqueras.
Y le llegó otra moda: el corte que puso en lo alto David Beckham, que en Tecamachalco tuvo los nombres de “mango chupado” y “Tizoc francés”.
Cuando tenía 30 a 40 personas cada día, en 1998, se casó con Isabel Mier y tuvieron su primera hija.
A los 20 años experimentó de todo: la urgencia de vivir en sitio prestado, trabajar 18 horas por día y tener que andar en bicicleta por falta de dinero hasta para la combi.
“Les digo hoy a los muchachos: piensen muy bien cuando decidan dejar de estudiar. No me arrepiento porque tengo una esposa maravillosa y unos hijos increíbles (Cheque tercero nació en 2003)”.
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AL MISMO NIVEL QUE EUROPA
Tras el auge de las estéticas sobre las peluquerías, en 2010 resurge la barbería en Europa y llega el estilo hipster con ceras y pomadas para peinar y cosmética masculina dedicada al cuidado de la piel, relata el dueño de SANRO Barber Company.
En 2014, expertos españoles deciden formar el grupo “Barberías con encanto” para premiar y hacer que no vuelva a decaer el arte de estilizar y cuidar barba y cabello.
Vicenc Moretó y Ezequiel Román González se hicieron amigos vía redes sociales desde 2012. Se entendieron porque trabajan el mismo estilo: enfocado a cortes ejecutivos y deportivos, alejados de la “barbería urbana” de grecas y dibujos.
En 2002, Cheque segundo abrió otro local, en la carretera que conectaba con Serdán. Hizo 28 cotes el primer día, relata, y el éxito lo llevó a un local más grande, tres años después, frente a una gasolinera.
Para 2012 se cambió de local a la vuelta, calle y media sobre avenida Hidalgo 1204. La misma calle donde estuvo la peluquería de su papá, pero en el número 204.
En febrero de 2015, el hombre de Tecamachalco tomó un seminario largo en Guadalajara con el experto español en barbas hípster Lord Jack Knife y descubrió lo suyo: enseñar los secretos de la barbería.
Pidió un préstamo al banco para pagar el costo.
En el autobús ETN, en su cabeza tarareaba: “Saaaleeee loco de contento con su cargamento para la ciudad…”
“Llevaba mil ideas, regresé con 50 mil: el que va a dar cursos soy yo”.
En septiembre, tocó la puerta de un cliente recién graduado de Diseño Gráfico y salió con su marca personal: Cheque The Barber.
Siguió el camino de sus colegas españoles, que daban cursos a escuelas de estilismo, pero en febrero de 2016 los institutos asentados en Puebla capital lo escucharon con desinterés.
En la última que visitó, le compraron un curso. Luego otro. Lo llamaron de Toluca, luego de Veracruz.
Al final de cada seminario, los alumnos le preguntaban dónde estaba su escuela, para seguir aprendiendo.
“Vi que Dios me estaba poniendo en los ojos un cartel grande” y, como todo lo importante que pasa en casa de los Román Mier, los cuatro discutieron en la mesa del comedor esa idea.
Habilitaron un departamento y el 16 de junio de 2016 inauguraron la escuela con dos ramas: estilismo y barbería… con solo dos alumnas y una nómina de maestras. “Pero un cliente, expresidente de Palmar de Bravo, me dijo: no te preocupes, la mejor publicidad que vas a hacer vas a ser tú mismo. Puse un cartel en mis locales y para septiembre teníamos 12 alumnos; y el siguiente año, 28”.
En enero de este año, su amigo catalán lo llamó por teléfono para animarlo a postularse al concurso internacional.
¡Todos al comedor! La familia decidió que sí y el 7 de abril le dieron la noticia: era el ganador.
Su calidad fue aplaudida y premiada por los mejores barberos de Europa.
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UN REGALO ESPONTÁNEO Los muchachos de ahí atrás son los cantineros que atendieron la barra la noche de la premiación y a su modo festejaron al ganador
¿Por qué es el mejor de América Latina?
En plena crisis de cierre total por el coronavirus, el maestro barbero tuvo una idea: con los clientes confinados en sus casas, había tiempo y modo para rediseñar el espacio de trabajo.
Usó los ahorros y compró sillones antiguos. Sobresalen uno de 1910 y otro hecho en 1950; restauró, dio mantenimiento a las partes originales y los hizo brillar.
De la mano de decorador profesional, el sitio se transformó con las dos piezas principales como foco de atención.
Cuando cedió la primera ola de COVID-19, los clientes comenzaron a regresar. Primero, los que viajaban 100 kilómetros para arreglarse de nuevo con Cheque The Barber: los de Orizaba.
Lo animaron a abrir sucursal en la ciudad de la lluvia perpetua.
“Desde que entré al local, me gustó la vibra, la localización, el espacio”.
Y cómo no, si está en la Avenida Cri-Cri, una de la más importante de la ciudad: la que le da la vuelta completa y donde se encuentra la Plaza Valle.
Como otros empresarios entrones, pagó la nómina de su gente.
E hizo un esfuerzo adicional: contrató nuevo personal para Orizaba.
Quienes trabajan en el nuevo SANRO Barber Company son exalumnos de la escuela que Ezequiel segundo inauguró en 2016, con dos vertientes: estilismo y barbería.
Además, la atención al cliente destaca por el protocolo sanitario que se aplica para evitar contagios de COVID-19.
La estrategia de organización y el espacio especial reservado para atender a los clientes que hacen cita resulta una innovación en este continente y en el Europeo.
Como la calidad de los cortes de cabello y de los tratamientos y arreglo de bigote y barba está a la par de los mejores establecimientos europeos, fue convocado en 2020 como invitado especial de los premios “Barberías con encanto”, que en Barcelona reúne y reconoce a los mejores establecimientos del mundo.
Por todos estos rasgos del esfuerzo de toda una vida del hombre de Tecamachalco, el mes pasado, ganó el premio a “Mejor barbería de América Latina”.
Y fue a Barcelona a recibirlo.
Tan nervioso estaba al llegar a la ceremonia de premiación, que se acercó a la barra de bebidas. “Vi una botella de ginebra especial: “BarberGin; pedí un gin tonic para probar”.
Glu, glu, glu.
“Un poco más relajado, pedí el segundo”.
La gala comenzó.
Anunciaron la barbería del mexicano como la más destacada de Latinoamérica. Los otros tres finalistas fueron Trois de Brasil, Mar Brava de Chile, y Karlana Ayala de Guadalupe, Nuevo León.
Alex Artero, director de la empresa más afamada en producción de herramientas de corte de alta tecnología y materiales innovadores le entregó una tijera grabada.
Bajó del escenario y los bartenders que le habían servido los tragos le regalaron una botella completa.
Al día siguiente, tomado de la mano de Isabel, recorrió la expo Cosmo Beauty de Barcelona para comprar aparejos modernos. En los stands donde pedía información por objetos, sustancias y tratamientos, los vendedores preguntaban: ¿eres el mexicano que ganó anoche? Y le pidieron posar para las fotos.
El vendedor del kiosko le regaló la mejor revista con tal de que entrara en su selfie.
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EL PREMIO 2022Arriba, Isabel Mier y Cheque The Barber muestran el reconocimiento a sus barberías y escuela de profesionalización
La harina del otro costal
El hombre mayor destila en lágrimas el recuerdo que nunca se le esfumará.
Afuera de su cuarto, de los últimos de la vecindad, habló con su vecino bolero.
“Te voy a recomendar”, le prometió, con el cajón de madera al lado.
Ezequiel Román acababa de llegar a Puebla, desde Tecamachalco.
Tenía 17 años y fue a buscar a su hermana grande, empleada doméstica en el rumbo de Los Fuertes.
Los dos, de niños, padecieron miseria junto con su madre y otros cuatro hermanos.
El papá, ferrocarrilero, abandonó a la familia cuando Cheque primero tenía cuatro años y era el más menudo y delgado.
Comían lo que se podía siendo titicheros –quienes recogen las mazorcas de mala calidad que quedan tiradas o en la milpa, que fueron desdeñadas por quienes hicieron la pisca– y nunca alcanzaba para quedar satisfechos.
Por la carencia, a los 14, Cheque primero sólo había terminado tercero de primaria.
Doña Petra Castro veía tan flaquito a ese hijo que no lo mandó al campo ni quiso que siguiera a los hermanos albañiles.
Lo llevó con Don Gabriel, el peluquero.
—Enséñele, por favor.
—Petrita, cómo no. Pero deme dos pesos diarios. Se pagan cada día a la hora de empezar.
Ella redobló el trabajo. Iba por canastas a Oaxaca, vendía en Tehuacán.
Cheque primero salió buen alumno. Pero Don Gabriel no le perdonó que faltara; lo quería trabajando aunque estuviera enfermo.
Corrido, contó los pesos y tomó el Suriano para Puebla.
Una vez que platicó con su hermana, por Los Fuertes, empezó a caminar para pescar el camión de regreso.
Pero pidiendo trabajo de puerta en puerta, de local en local.
Caminó hasta el bulevar Atlixco.
Nadie lo quiso emplear. “No te conoce nadie”, “no traes recomendación”.
Pero se negó a tomar el autobús de regreso a su casa.
En una peluquería humilde, de barrio, lo tomó el dueño como ayudante.
El primer día que se quedó solo, de encargado, cruzó la puerta un cliente con los pelos parados, lisos, gruesos, con varios remolinos.
“De esos señores que sólo se ven bien con un flap top”, el corte que usan los soldados, de arriba cuadrado.
Con dudas, aceptó la oferta del muchacho: “Déjeme cortarle yo; no espere al maestro. Si no le gusta, no me paga”, refiere el hijo de Cheque primero.
Visto al espejo, el hombre del pelo recio quedó encantado.
“Estás malgastando tu trabajo, es muy fino. Tienes que irte al centro”, aconsejó el cliente con un propinón.
“Él le abrió los ojos a mi papá, pero no conocía a nadie, y menos en el centro”.
Esa tarde, los planetas se le pusieron en fila india.
Afuera de su cuarto rentado donde sólo cabían catre y parrilla, su vecino bolero prometió presentarlo con el dueño de la peluquería de la 2 Oriente, cerca del Hotel Gilfer, donde limpiaba calzado a los más elegantes caballeros de la ciudad.
¿A poco sí vienes de Tecamachalco? ¿Conoces a Óscar Hidalgo, a Tomás Bañuelos?, le preguntó Don Martín, el maestro peluquero.
Cheque primero a todo contestó que sí.
Necesito que traigas tu máquina, tijeras, peines y bata blanca, condicionó.
“Don Martín, ayúdeme; soy muy pobre. Pero no quiero regresar a mi pueblo sin haber triunfado”.
El maestro se quitó su filipina y se la puso en las manos. Le dio la herramienta “y esta máquina no es regalo; poco a poco me la vas pagando”.
Aprendió del mejor. Cortes nuevos, estilizados. Diseños que nunca había visto, los dominó de inmediato.
Regresó a Tecamachalco y en 1971 abrió su primera peluquería.
Estar disponible de siete de la mañana a once de la noche y su dominio de la moda setentera, influída por Los Beatles, dejó en el pasado a los demás con su “casquete pelón”.
Enseñó a sus hermanos y primos, y entre cinco peluqueros diario atendían a 50 clientes. Años después, abrió sucursales.
Por falta de usuarios, el tal Don Gabriel tuvo que cerrar.
¿Cómo no iba a tener, Cheque segundo, ejemplo de lucha de donde copiar?