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Ojo a la mejor barbería de América Latina

Está en Tecamachalco la matriz de Sanro Barber Company, que acaba de traer desde Europa el premio ganado por calidad y singular estrategia

Crónica Puebla por Crónica Puebla
4 junio, 2022
en Cultura
Ojo a la mejor barbería de América Latina

CHEQUE THE BARBER, UNA CELEBRIDAD EN BARCELONABajó del avión en Madrid, se trasladó a la capital de Cataluña y, un día después de recibir su premio, la expo de su ramo lo reconoció y aclamó

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Por: Dulce Liz Moreno

 

 —Amigo, aquí en Barcelona veo en redes sociales las fotos que barberos y peluqueros de alto nivel su­ben cuando terminan a un cliente.

—¿Y qué tal?

—Los cortes y los estilos no son mejores que los tu­yos. Métete a concursar; no te van a ganar. —Clic.

Ezequiel Román Gonzá­lez, de Tecamachalco, recibió esa llamada en enero de este año.

Le hizo caso a su colega cata­lán Vicenç Moretó.

Y su negocio, SANRO Barber Company, ganó el premio a la “Me­jor barbería de América Latina”.

Regresó de Barcelona con su trofeo, el aplauso de especialistas de dos continentes y la alegría de saber que 31 años de su vida han valido la pena, sobre todo por una razón: dedica 16 horas diarias a lo que –comprobado– está habilitado para hacer mejor.

TIJERA Y NAVAJA EN MANO

“¡Cheque!, tráele dos blocks a tu chamaco para que alcance”.

El cliente desde la puerta se reía, viendo al niño pararse de puntitas, estirar una mano, la otra, para alcanzar a hacerle el corte al hombre sentado en el si­llón. Y eso que el asiento estaba en el nivel más cercano al piso.

El papá, Ezequiel Cheque pri­mero, todavía dudaba que el niño hubiera decidido bien: rogó dejar de ir a la escuela y que le enseña­ra el arte de la navaja y la tijera.

Ezequiel –Cheque segundo– te­nía 12 años y terminó primero de secundaria arañando el ca­lendario escolar.

“Reprobé varias materias por­que no me gustaban las clases, no quería hacer la tarea; sólo me gus­taba la guitarra y era muy bue­no en la estudiantina. Pero todo lo demás me parecía un castigo”

Las noches de domingo, Che­que segundo lloraba en silencio. Horrible, que al otro día debía re­gresar a la escuela.

Habló con su mamá.

Ella y Cheque primero fueron a hablar con el director dos me­ses antes de que acabara el cur­so en 1991. Temían que el bull­ying fuera la razón por la que el hijo odiaba la secundaria.

“Pero nadie me molestaba. Simplemente, no fui hecho para la escuela”, se sincera con Cró­nica Puebla.

El papá buscó a la tutora del grupo. La mamá se quedó en la oficina del director.

“Señora, ¿qué le preocupa? Su hijo tiene bien claro qué quie­re hacer en la vida: cortar el pelo y ganar mucho dinero”.

Cheque segundo dice que es ver­dad. Que él quería tomar la tijera, aprender a usar la navaja. Que re­cuerda ver desde muy niño a su papá llegar a la casa, sacar bol­sas de dinero y contar. Revisarse el pantalón y sacar monedas.

Las peluquerías eran el nego­cio del hombre que nació en la pobreza más atribulada y, mayor de edad, su habilidad hizo que va­rios locales perdieran clientes y tuvieran que cerrar, de tan bueno su trabajo, moderno y original.

Pero esa harina es de otro costal.

EL COLEGA MÁS CERCANO Vicenç Moretó, de Barcelona, es el multipremiado barbero que ha hecho buenas migas con Cheque The Barber por su afinidad en los cortes ejecutivos

APRENDER, AGUANTAR Y PEDALEAR

Acabó el curso escolar y Cheque primero levantó a su hijo muy temprano. Ya vería que la vida es dura y regresaría a estudiar.

Lo mandó con la pala a des­yerbar. Cheque segundo imploró que le enseñara el negocio de la peluquería.

Desconfiado, accedió. Era agosto, pleno verano.

“Agarré las tijeras y no las he podido soltar”, recuerda, son­riente y animado.

Salió quisquilloso el niño; co­mo le tocaba barrer y trapear, la ropa se le llenaba de trozos de ca­bello de los clientes y él se sacu­día todo el tiempo. “Me pasaba el día con el bledo en la mano” ce­pillándose para quitar pelo cami­sa, pantalón y manos.

Para diciembre del mismo 1991, Chequecito era titular a los 13 años.

“¡Y llegó la moda del corte de honguito en 1992!”, que sólo él sabía hacer en el municipio y en la región.

Vivió, entonces, lo que su pa­dre le advirtió como desventaja del trabajo: esclavizante, donde hay que estar de buenas pase lo que pase, abrir temprano, tarde cerrar, estar actualizado y con la herramienta al punto.

Ya había tenido una idea de eso, de niño.

En el local de Avenida Hidal­go 204 inició su papá en 1971, junto a la CFE. Su récord fue de 200 clientes un sábado de plaza.

Cheque segundo acompañaba a su mamá a hacer el manda­do y, cuando estaban cerca de la peluquería, avisaba: ahorita te alcanzo, voy a ver a mi papá.

Era 1985 y él estaba chapa­rrito, tenía seis años.

Pasaba entre las piernas de los clientes para llegar al sillón.

“Canijo chamaco, ¿qué haces por acá?”

Contar. Contar a la gente que atiborraba el sitio: tres personas alrededor de cada sillón en el lo­cal de seis por seis; 25 personas adentro esperando y, afuera, una fila de 50.

Pero eso le costaba a Cheque primero despertar antes que el sol y regresar a casa con los pies ardientes cuando la familia ya estaba dormida.

Cheque primero llegó a atender 62 personas en un día.

Cheque segundo, 65, el Sába­do de Gloria de 1999. “No tomé agua todo el día para no tener que ir al baño y corté cabello de nueve de la mañana a once de la noche”.

En 1994, papá lo envió de en­cargado al otro local.

Cheque segundo tuvo un chis­pazo: tengo que saber hacer más. Pero mucho más

De 1996 a 1997 estudió en Puebla capital estilismo en el instituto de Julia del Alba Velas­co, el más prestigiado por ser la primera escuela de cosmetología en el estado, en Puebla capital.

El alumno se independizó pa­ra abrir nueva línea de clientes. El 19 de abril del 98, inauguró el local en Avenida Juárez, a media calle del zócalo.

La incertidumbre que tuvo en las primeras horas se le di­sipó al cerrar el día: 24 clientes de tintes, bases, cortes y mani­curas.

“A los tres meses no me daba abasto con tantos cortes” y ofre­cía peinados y afeitados.

Contrató peluqueras.

Y le llegó otra moda: el cor­te que puso en lo alto David Bec­kham, que en Tecamachalco tu­vo los nombres de “mango chu­pado” y “Tizoc francés”.

Cuando tenía 30 a 40 perso­nas cada día, en 1998, se casó con Isabel Mier y tuvieron su pri­mera hija.

A los 20 años experimentó de todo: la urgencia de vivir en sitio prestado, trabajar 18 horas por día y tener que andar en bicicle­ta por falta de dinero hasta pa­ra la combi.

“Les digo hoy a los mucha­chos: piensen muy bien cuan­do decidan dejar de estudiar. No me arrepiento porque tengo una esposa maravillosa y unos hijos increíbles (Cheque tercero nació en 2003)”.

ESTILO DE LOS AÑOS 30El barbero, segunda generación de la profesión en su familia, se decantó por el tratamiento clásico que puso de moda el glamur de Hollywood

AL MISMO NIVEL QUE EUROPA

Tras el auge de las estéticas so­bre las peluquerías, en 2010 re­surge la barbería en Europa y lle­ga el estilo hipster con ceras y pomadas para peinar y cosméti­ca masculina dedicada al cuida­do de la piel, relata el dueño de SANRO Barber Company.

En 2014, expertos españoles deciden formar el grupo “Barbe­rías con encanto” para premiar y hacer que no vuelva a decaer el arte de estilizar y cuidar bar­ba y cabello.

Vicenc Moretó y Ezequiel Ro­mán González se hicieron ami­gos vía redes sociales desde 2012. Se entendieron porque trabajan el mismo estilo: enfo­cado a cortes ejecutivos y depor­tivos, alejados de la “barbería ur­bana” de grecas y dibujos.

En 2002, Cheque segundo abrió otro local, en la carretera que conectaba con Serdán. Hi­zo 28 cotes el primer día, relata, y el éxito lo llevó a un local más grande, tres años después, fren­te a una gasolinera.

Para 2012 se cambió de local a la vuelta, calle y media sobre avenida Hidalgo 1204. La mis­ma calle donde estuvo la pelu­quería de su papá, pero en el nú­mero 204.

En febrero de 2015, el hom­bre de Tecamachalco tomó un seminario largo en Guadalajara con el experto español en barbas hípster Lord Jack Knife y descu­brió lo suyo: enseñar los secretos de la barbería.

Pidió un préstamo al banco para pagar el costo.

En el autobús ETN, en su ca­beza tarareaba: “Saaaleeee loco de contento con su cargamento para la ciudad…”

“Llevaba mil ideas, regresé con 50 mil: el que va a dar cur­sos soy yo”.

En septiembre, tocó la puer­ta de un cliente recién gradua­do de Diseño Gráfico y salió con su marca personal: Cheque The Barber.

Siguió el camino de sus cole­gas españoles, que daban cur­sos a escuelas de estilismo, pe­ro en febrero de 2016 los insti­tutos asentados en Puebla capi­tal lo escucharon con desinterés.

En la última que visitó, le compraron un curso. Luego otro. Lo llamaron de Toluca, lue­go de Veracruz.

Al final de cada seminario, los alumnos le preguntaban dón­de estaba su escuela, para seguir aprendiendo.

“Vi que Dios me estaba po­niendo en los ojos un cartel grande” y, como todo lo impor­tante que pasa en casa de los Ro­mán Mier, los cuatro discutieron en la mesa del comedor esa idea.

Habilitaron un departamen­to y el 16 de junio de 2016 in­auguraron la escuela con dos ra­mas: estilismo y barbería… con solo dos alumnas y una nómina de maestras. “Pero un cliente, expresidente de Palmar de Bra­vo, me dijo: no te preocupes, la mejor publicidad que vas a ha­cer vas a ser tú mismo. Puse un cartel en mis locales y para sep­tiembre teníamos 12 alumnos; y el siguiente año, 28”.

En enero de este año, su ami­go catalán lo llamó por teléfo­no para animarlo a postularse al concurso internacional.

¡Todos al comedor! La fami­lia decidió que sí y el 7 de abril le dieron la noticia: era el ganador.

Su calidad fue aplaudida y premiada por los mejores barbe­ros de Europa.


UN REGALO ESPONTÁNEO Los muchachos de ahí atrás son los cantineros que atendieron la barra la noche de la premiación y a su modo festejaron al ganador

 ¿Por qué es el mejor de América Latina?

En plena crisis de cierre total por el coronavirus, el maestro barbero tuvo una idea: con los clientes confinados en sus ca­sas, había tiempo y modo para rediseñar el espacio de trabajo.

Usó los ahorros y compró si­llones antiguos. Sobresalen uno de 1910 y otro hecho en 1950; restauró, dio mantenimiento a las partes originales y los hizo brillar.

De la mano de decorador profesional, el sitio se transfor­mó con las dos piezas principa­les como foco de atención.

Cuando cedió la primera ola de COVID-19, los clientes co­menzaron a regresar. Prime­ro, los que viajaban 100 kiló­metros para arreglarse de nue­vo con Cheque The Barber: los de Orizaba.

Lo animaron a abrir sucur­sal en la ciudad de la lluvia per­petua.

“Desde que entré al local, me gustó la vibra, la localización, el espacio”.

Y cómo no, si está en la Ave­nida Cri-Cri, una de la más im­portante de la ciudad: la que le da la vuelta completa y donde se encuentra la Plaza Valle.

Como otros empresarios en­trones, pagó la nómina de su gente.

E hizo un esfuerzo adicional: contrató nuevo personal para Orizaba.

Quienes trabajan en el nue­vo SANRO Barber Company son exalumnos de la escuela que Ezequiel segundo inaugu­ró en 2016, con dos vertientes: estilismo y barbería.

Además, la atención al clien­te destaca por el protocolo sani­tario que se aplica para evitar contagios de COVID-19.

La estrategia de organiza­ción y el espacio especial reser­vado para atender a los clientes que hacen cita resulta una in­novación en este continente y en el Europeo.

Como la calidad de los cortes de cabello y de los tratamientos y arreglo de bigote y barba está a la par de los mejores estable­cimientos europeos, fue convo­cado en 2020 como invitado es­pecial de los premios “Barberías con encanto”, que en Barcelo­na reúne y reconoce a los mejo­res establecimientos del mundo.

Por todos estos rasgos del esfuerzo de toda una vida del hombre de Tecamachalco, el mes pasado, ganó el premio a “Mejor barbería de América La­tina”.

Y fue a Barcelona a recibirlo.

Tan nervioso estaba al llegar a la ceremonia de premiación, que se acercó a la barra de be­bidas. “Vi una botella de gine­bra especial: “BarberGin; pedí un gin tonic para probar”.

Glu, glu, glu.

“Un poco más relajado, pedí el segundo”.

La gala comenzó.

Anunciaron la barbería del mexicano como la más des­tacada de Latinoamérica. Los otros tres finalistas fueron Trois de Brasil, Mar Brava de Chile, y Karlana Ayala de Guadalupe, Nuevo León.

Alex Artero, director de la empresa más afamada en pro­ducción de herramientas de corte de alta tecnología y ma­teriales innovadores le entregó una tijera grabada.

Bajó del escenario y los bar­tenders que le habían servido los tragos le regalaron una bo­tella completa.

Al día siguiente, tomado de la mano de Isabel, recorrió la expo Cosmo Beauty de Barce­lona para comprar aparejos modernos. En los stands don­de pedía información por ob­jetos, sustancias y tratamien­tos, los vendedores pregunta­ban: ¿eres el mexicano que ga­nó anoche? Y le pidieron posar para las fotos.

El vendedor del kiosko le re­galó la mejor revista con tal de que entrara en su selfie.


EL PREMIO 2022Arriba, Isabel Mier y Cheque The Barber muestran el reconocimiento a sus barberías y escuela de profesionalización

 La harina del otro costal

El hombre mayor destila en lá­grimas el recuerdo que nunca se le esfumará.

Afuera de su cuarto, de los úl­timos de la vecindad, habló con su vecino bolero.

“Te voy a recomendar”, le prometió, con el cajón de made­ra al lado.

Ezequiel Román acababa de llegar a Puebla, desde Tecama­chalco.

Tenía 17 años y fue a buscar a su hermana grande, emplea­da doméstica en el rumbo de Los Fuertes.

Los dos, de niños, padecie­ron miseria junto con su madre y otros cuatro hermanos.

El papá, ferrocarrilero, aban­donó a la familia cuando Cheque primero tenía cuatro años y era el más menudo y delgado.

Comían lo que se podía sien­do titicheros –quienes recogen las mazorcas de mala calidad que quedan tiradas o en la milpa, que fueron desdeñadas por quienes hicieron la pisca– y nunca alcan­zaba para quedar satisfechos.

Por la carencia, a los 14, Che­que primero sólo había termina­do tercero de primaria.

Doña Petra Castro veía tan flaquito a ese hijo que no lo man­dó al campo ni quiso que siguie­ra a los hermanos albañiles.

Lo llevó con Don Gabriel, el peluquero.

—Enséñele, por favor.

—Petrita, cómo no. Pero de­me dos pesos diarios. Se pagan cada día a la hora de empezar.

Ella redobló el trabajo. Iba por canastas a Oaxaca, vendía en Te­huacán.

Cheque primero salió buen alumno. Pero Don Gabriel no le perdonó que faltara; lo que­ría trabajando aunque estuvie­ra enfermo.

Corrido, contó los pesos y to­mó el Suriano para Puebla.

Una vez que platicó con su hermana, por Los Fuertes, em­pezó a caminar para pescar el camión de regreso.

Pero pidiendo trabajo de puer­ta en puerta, de local en local.

Caminó hasta el bulevar At­lixco.

Nadie lo quiso emplear. “No te conoce nadie”, “no traes re­comendación”.

Pero se negó a tomar el auto­bús de regreso a su casa.

En una peluquería humilde, de barrio, lo tomó el dueño co­mo ayudante.

El primer día que se quedó so­lo, de encargado, cruzó la puer­ta un cliente con los pelos para­dos, lisos, gruesos, con varios re­molinos.

“De esos señores que sólo se ven bien con un flap top”, el cor­te que usan los soldados, de arri­ba cuadrado.

Con dudas, aceptó la oferta del muchacho: “Déjeme cortar­le yo; no espere al maestro. Si no le gusta, no me paga”, refiere el hijo de Cheque primero.

Visto al espejo, el hombre del pelo recio quedó encantado.

“Estás malgastando tu traba­jo, es muy fino. Tienes que irte al centro”, aconsejó el cliente con un propinón.

“Él le abrió los ojos a mi papá, pero no conocía a nadie, y me­nos en el centro”.

Esa tarde, los planetas se le pusieron en fila india.

Afuera de su cuarto rentado donde sólo cabían catre y parri­lla, su vecino bolero prometió presentarlo con el dueño de la peluquería de la 2 Oriente, cerca del Hotel Gilfer, donde limpiaba calzado a los más elegantes ca­balleros de la ciudad.

¿A poco sí vienes de Tecama­chalco? ¿Conoces a Óscar Hidalgo, a Tomás Bañuelos?, le preguntó Don Martín, el maestro peluquero.

Cheque primero a todo contes­tó que sí.

Necesito que traigas tu má­quina, tijeras, peines y bata blanca, condicionó.

“Don Martín, ayúdeme; soy muy pobre. Pero no quiero re­gresar a mi pueblo sin haber triunfado”.

El maestro se quitó su filipina y se la puso en las manos. Le dio la herramienta “y esta máquina no es regalo; poco a poco me la vas pagando”.

Aprendió del mejor. Cortes nuevos, estilizados. Diseños que nunca había visto, los dominó de inmediato.

Regresó a Tecamachalco y en 1971 abrió su primera pelu­quería.

Estar disponible de siete de la mañana a once de la noche y su dominio de la moda setente­ra, influída por Los Beatles, dejó en el pasado a los demás con su “casquete pelón”.

Enseñó a sus hermanos y pri­mos, y entre cinco peluqueros diario atendían a 50 clientes. Años después, abrió sucursales.

Por falta de usuarios, el tal Don Gabriel tuvo que cerrar.

¿Cómo no iba a tener, Che­que segundo, ejemplo de lucha de donde copiar?

Etiquetas: Ezequiel Ro­mán GonzálezSANRO Barber CompanyVicenc Moretó

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