Jesús Peña
Este día se cumplen 423 años del fallecimiento del beato fray Sebastián de Aparicio, religioso franciscano, creador de caminos, medios de transporte y gran aficionado a los caballos.
Su cuerpo, incorrupto, es exhibido en el templo de San Francisco de Puebla capital, en una urna de plata y cristal.
Es considerado fundador de la arriería en lo que hoy es México, primer transportista, primer carrocero y primer constructor de caminos.
En su juventud se divertía mancornando toros bravos (los derribaba tomándolos con las manos por los cuernos).
En 2011, el arzobispo de Puebla, Víctor Sánchez Espinosa, lo declaró patrono nacional de los charros, luego de escuchar a Andrés Limón, padre provincial de la orden de los Franciscanos, y al vicepostulador de la causa de canonización, Guillermo Rodríguez, considerar que:
“El beato fray Sebastián de Aparicio fue un hombre insigne que mucho aportó al avance de nuestros pueblos, fue quien introdujo el uso de la rueda, favoreció el transporte construyendo la carretera México-Puebla-Veracruz; así como la carretera Zacatecas-México. Fue, también, precursor de la charrería”.
SIN LETRAS, PERO CON DESTREZAS
Sebastián de Aparicio de Prado nació en La Gudiña, Reino de Galicia, el 20 de enero de 1502 y falleció el 25 de febrero de 1600, a los 98 años, en Puebla, México.
Hijo de Juan Aparicio y Teresa de Prado, pasó sus primeros años empleado en las labores del campo.
Como hijo de agricultores, nunca aprendió a leer ni a escribir, sólo recibió la formación necesaria para faenar el ganado.
Al rondar los 20 años y con los saberes de campesino y ganadero, se fue a trabajar a Salamanca, pero su camino lo llevó a Zafra, Guadalcanal (donde estuvo enfermo varios meses) y Sanlúcar de Barrameda, siempre ligado a la agricultura y la ganadería.
En 1535, tras juntar dote para sus dos hermanas mayores, se embarcó a la Nueva España.
Llegando al puerto de Veracruz, se encaminó a la ciudad de Puebla de los Ángeles, fundada apenas cuatro años antes por fray Toribio de Benavente, Motolinía.
Sebastián de Aparicio encontró el medio idóneo para dedicarse a los oficios del campo, aunque sus intentos de cultivar trigo y maíz no tuvieron éxito. Entonces vio en el acarreo de mercancías una actividad propicia, llevando carga en carretas desde la actual Ciudad de México a Puebla y Veracruz.
En esa época, los cargamentos eran transportados por interminables filas de indios tamemes y recuas de mulas.
Para que las carretas tiradas por bueyes tuvieran éxito, fue necesario no sólo domesticar parte del ganado vacuno cimarrón que proliferaba en la región, sino construir una flota de carros adecuada. También era necesario allanar los caminos al tránsito rodado.
Fue en estas labores que se destacó Sebastián de Aparicio como pionero en la Nueva España, en solitario o asociado con otros españoles. De esta etapa tomará la iconografía los atributos del futuro beato: la rueda, la carreta y el buey dominado.
NEGOCIANTE OPULENTO
En 1542, disuelve la compañía que tenía formada en Puebla y se traslada a la capital virreinal a fin de ampliar el negocio.
Pasados algunos años, el fin de la guerra del Mixtón y el descubrimiento de las minas de Zacatecas fomentaron enormemente las posibilidades de comercio con el norte de lo que hoy es México, a través del que fue conocido como Camino Real de la Tierra Adentro.
En 1552, tras 18 años como arriero, Aparicio vendió su flota de carros y se estableció en los alrededores de la capital de la Nueva España, para dedicarse a la agricultura y la cría de ganado.
Compró una estancia ganadera en Chapultepec y una finca de labor entre Azcapotzalco y Tlalnepantla, donde fijó su residencia.
Movido por una grave enfermedad y presiones sociales, Sebastián de Aparicio accedió a contraer matrimonio en 1562, a la edad de 60 años, en la iglesia del Convento Franciscano de Tacuba, pero el futuro beato señalaría que el matrimonio sería virginal y, por tanto, sin descendencia.
La falta de heredero que gozara del capital acumulado desagradó a los suegros, que le amenazaron con incoar un proceso que declarara judicialmente la nulidad del matrimonio.
Pero la joven esposa cayó enferma y falleció antes del primer aniversario de boda. El ahora viudo devolvió la dote de 2 mil pesos que había recibido y se trasladó a Azcapotzalco.
Dos años después, decidió casarse con otra joven de nombre María Esteban; cayó gravemente enfermo e hizo testamento en favor de su segunda esposa.
Poco tiempo después de recuperado, María Esteban murió herida por un árbol que cayó, ocho meses después de contraídas las nupcias.
Aparicio devolvió la dote y el ajuar a los padres de su difunta esposa, con quien –afirmó– tampoco sostuvo intimidad. Tras celebrar el funeral en la iglesia del convento dominico de Azcapotzalco, trasladó su residencia de nuevo a Tlalnepantla.
VIDA RELIGIOSA
Temeroso de una vejez desamparada, solicitó ingresar a la Orden Franciscana.
Al principio fue rechazado por su avanzada edad. Sus confesores le aconsejaron donar sus bienes al recién fundado convento de las clarisas, de la hoy Ciudad de México, a cambio de ser recibido como donado –quien entra a un monasterio sin hacer profesión–.
Así, Aparicio vendió sus bienes y juntó 20 mil pesos, de los cuales dejó mil para su propia disposición y el resto lo donó, el 20 de diciembre de 1573.
Por menos de un año permaneció sirviendo como portero y criado en el convento de Santa Clara, hasta que finalmente fue admitido a ingresar en la orden, siendo el 9 de junio de 1574 cuando tomó el hábito de novicio en el convento de San Francisco de México.
Su nula instrucción escolar se convirtió en grave obstáculo para su formación en el oficio sagrado y sus hermanos de comunidad rechazaron siempre su ordenación.
Pese a todo, el 13 de junio de 1575 hizo la profesión de fe, cuya acta ni siquiera pudo firmar por ser analfabeto, siendo signada en su nombre por fray Alonso Peinado.
Su superior lo envió entonces al convento de Santiago de Tecali, a seis leguas de Puebla, ciudad a la que regresaba a la edad de 73 años, destinado a guardar la portería, a cuidar de la cocina y de la huerta.
En 1577 fue destinado al gran convento de Las Llagas de Nuestro Seráfico Padre San Francisco en Puebla de los Ángeles, donde hacía falta un limosnero –quien pide donaciones para la orden religiosa–.
Contaba el convento con más de un centenar de frailes, más los alumnos de su estudio, los pacientes recogidos en la enfermería y los franciscanos que en él se hospedaban de paso.
El trabajo asignado a fray Sebastián le obligaba a recorrer los campos circundantes recogiendo alimentos y provisiones suficientes para tan numerosa comunidad.
Con las limosnas, se hizo de algunos bueyes y carretas para emplearse mejor en su función. Con ello fue ganándose la simpatía y el afecto de gente humilde y pequeños propietarios, mientras comenzaba su fama de santidad, que lo acompañaría los últimos 23 años de vida.
A pesar de sus desvelos como limosnero, Aparicio nunca consiguió el respeto de sus hermanos, pues desconocía el calendario litúrgico, era incapaz de atender a la misa, desmemoriado en sus oraciones e irrespetuoso con las normas de la comunidad –más por ignorancia que por desobediencia–.
Aparicio llevaba prácticamente una vida casi independiente del convento, pero cuando permanecía allí era reprendido por sus superiores, a tal grado que el padre guardián le ordenó regresar al noviciado, donde el maestro puso su empeño en intentar que aprendiera las oraciones de memoria. No lo logró.
SANTIDAD
No obstante, hasta el final de su vida, los paisanos de Puebla lo vieron día a día en su quehacer de limosnero, como un ejemplo de abnegación en un trabajo rudo: no dudaba en uncir él mismo las bestias, recorrer infatigablemente los caminos y dormir a la intemperie cuando le sorprendía la noche en los páramos.
La gente resaltaba su dominio aparentemente sobrenatural sobre animales indómitos, su fuerza sobrehumana, el poder para conjurar tormentas y erradicar plagas de las cosechas o la capacidad curativa de su humilde cordón de franciscano.
Igualmente, adornó su estela de santidad su ejemplo de vida penitente, la fortaleza con que asumía las privaciones de su vida de carretero y los muchos hechos señalados de caridad que fueron recogidos por sus primeras y tempranas biografías.
De todos sus milagros destaca el que obró al conducir una carreta cargada de leña, a la que se le había roto el eje, desde el monte de La Malinche hasta el convento de Puebla y, desde allí, de vuelta hasta Tepeaca.
Asimismo, se dice que voló en una carreta cargada de leña por encima de la barranca de Quautzazaloyan (hoy en día Barranca de Los Pilares), obstruida por dos carros descompuestos. También se le atribuye la resurrección milagrosa de un niño de 14 meses que había sido atropellado por una carreta en Huejotzingo.
El 20 de febrero de 1600, regresando con un cargamento desde Tlaxcala, se sintió desfallecer al entrar en el convento. Con una hernia estrangulada, fue atendido por su paisano fray Juan de San Buenaventura y el padre guardián dispuso su traslado a la enfermería, sin que pudiera siquiera recibir la comunión.
Tras administrársele la extremaunción, murió el 25 de febrero. Tuvo que ser amortajado varias veces, pues la multitud que acudió al velatorio durante cuatro días desgarraba su hábito para llevarse reliquias.
Enterrado en la iglesia del Convento de San Francisco, los milagros que se atribuían a su intercesión se multiplicaron, sumando 590 en la encuesta ordinaria de 1608 cuando se abrió el proceso de beatificación y mil 200 en el proceso apostólico de 1628-1630. Fue declarado beato por el papa Pío VI el 17 de mayo de 1789, concediendo oficio y misa a la orden franciscana con la facultad de celebrar su fiesta el 25 de marzo.
Fuente:
Real Academia de la Historia, trabajo basado en la siguiente bibliografía:
• J. de Torquemada, Vida y milagros del santo confesor de Cristo, fray Sebastián de Aparicio, fraile lego de la orden del seráfico padre San Francisco de la provincia del Santo Evangelio, Valladolid, en casa de Pedro Lasso, 1605.
• D. de Leyva, Virtudes y milagros en vida y muerte del Venerable padre fray Sebastián de Aparicio, Sevilla, Lucas Martínez, 1687.
• J. M. Rodríguez, Vida prodigiosa del V. siervo de Dios fray Sebastián de Aparicio, religioso lego de la Regular Observancia de NSPS Francisco e hijo de la provincia del Santo Evangelio de México, Imprenta de Felipe de Zúñiga y Ontiveros, 1769.
• F. Chevalier, Signification sociale de la fondation de Puebla de los Ángeles, en Revista de Historia de América, Vol. 23 (1947), págs. 105-130.
• P. Ragon, Sebastián de Aparicio: un santo mediterráneo en el altiplano mexicano, en Estudios de Historia Novohispana, 23 (2000), págs. 17-45).