Por: Daniel Aguilar /Twitter: @Danny_aguilarm
2, 2 y 2
El mundo del beisbol está de luto, ya que este viernes amanecimos con la triste noticia de que a la edad de 84 años el enigmático Hank Aaron había pasado a la inmortalidad celestial, quien por muchos años fuera considerado el Rey del Home Run.
Aaron llegó al mejor beisbol del mundo en la ola de peloteros que siguieron a Jackie Robinson, luego de que el número 42 rompiera la barrera del racismo, Hank fue de los afortunados en pasar de las Ligas Negras a las Ligas Mayores.
Evidentemente no lo vi jugar, pero el jardinero cobró fama con los Bravos y los Cerveceros, donde en ambas novenas el número 44 está retirado en su honor. Posee infinidad de récords, es miembro del Salón de la Fama en su clase de 1982, 25 veces seleccionado al Juego de las Estrellas, MVP, tres guantes de oro, dos títulos de bateo, un anillo de Serie Mundial y por muchos años vi la tabla de vuelacercas en todos los tiempos y difícilmente creía que alguien pudiera romper esa marca, 755 veces para la calle era un número monstruoso.
Hank tuvo que imponerse a más situaciones que los lanzadores rivales, ya que cuando estaba cerca de romper el récord de 714 vuelacercas, establecidos por Babe Ruth, recibió amenazas de muerte. Por el simple hecho de acechar la marca del rostro del beisbol, del hombre que hizo especial el deporte y que para muchos es considerado un Dios.
Y no es que Aaron no mereciera tener el récord, al contrario, era un pelotero sumamente constante; si bien nunca tuvo una temporada de 50 o más cuadrangulares, su consistencia fue lo que lo llevó a poner los números que lo tienen en Cooperstown, pero al igual que Roger Maris simplemente se topó al fantasma de Babe.
Nadie olvidará el día que conectó el 715 y escribía su nombre con letras de oro, logró conseguir el récord y, después, seguir sumando para la calle y dejar un impensable 755, algo que –insisto– parecía sumamente imposible, tal vez Ken Griffey Jr o Rodríguez Navarro llegaron a aspirar a batirlo en sus jóvenes carreras, sin embargo, años después llegó Barry Bonds y el resto es historia.
A DOS AÑOS DE LA UNANIMIDAD
Hace un par de años, cuando se dieron a conocer los resultados de los nuevos inmortales al Salón de la Fama de las Ligas Mayores sucedió algo histórico. Era exaltado por primera vez un pelotero de manera unánime, el Orgullo de Panamá y toda América Latina, lo hacía.
Mariano Rivera es y será, por siempre, el más grande cerrador en el beisbol, efectivo, dominante, tranquilo y sobre todas las cosas, humilde. Ya muchos conocemos la historia de Mo, cuando de pequeño su guante para jugar pelota era una caja de leche y todas esas historias increíbles del Istmeño.
Así como todos esos logros con la organización de los Yank’s donde destacan cinco títulos de Serie Mundial, parte del Núcleo de los Cuatro y ser el lanzador con el mayor número de juegos salvados en la historia. Probablemente la piedra en el zapato de la carrera de Mariano siempre será Luis González, en aquel séptimo juego del Clásico de Otoño de 2001, pero para los creyentes sólo Dios es perfecto.
También, el panameño pudo dejar mejores números, tal vez llegar a los 700 salvamentos sino fuera por la terrible lesión en 2012, cuando fildeando en una práctica de bateo en casa de Reales paralizó el mundo, creímos que Mo decía adiós de una manera muy triste. “Voy a regresar. Escríbanlo con letra grande. No me voy a ir así”, dijo Mariano Rivera y lo cumplió. Para 2013 regresó siendo… Mariano, con Metallica tocando en su homenaje en Yankee Stadium, el Juego de Estrellas rendido ante él y cada estadio que visitaba le hacía su despedida.
¿Él? Agradeciendo y haciendo su trabajo de la manera más ejemplar y humilde que ha visto el beisbol. El día que se retiró todos lo recordamos, a Andy Pettitte y Derek Jeter saliendo de la cueva del enigmático Yankee Stadium para decirle “es hora de irse” y, fundidos en un abrazo, las lágrimas de Rivera reflejaban el sentimiento de todos los fanáticos de la pelota. Se iba y con él una generación completa.
Una época donde los Yankees dominaron el beisbol y él se encargaba de apagar la luz. Hace dos años, el beisbol le hizo honor a su brillante carrera, siendo el primero y el único en lograrlo. Aquel que hoy en día nos podemos referir como el que sí era una cerrador.