Por: Daniel Aguilar Twitter: @Danny_aguilarm
Antes de iniciar quiero pedir una disculpa a todas las personas que se toman el tiempo de leer la presente columna, si es que les molesta. Porque creo que no debí escribir hasta saber que no generaría una inconformidad de su parte y tenía su aprobación.
Sí, no podía dejar pasar la oportunidad de hablar sobre el caso de Fernando Tatís Jr, incluso amigos y familiares me escribieron para saber mi opinión. Y creo fundamentalmente que no se necesitaba una situación así para fijar mi postura que es simple: las reglas no escritas del beisbol, por algo ¡no están escritas!
Crecí con la imagen de mi padre, quejándose cuando nuestro equipo perdía, cuestionando y exigiendo que el triunfo no se daba, maldiciendo al rival por lograr la victoria. Algo normal desde el punto de vista del aficionado, pero dentro del campo es otra historia.
Hace cuatro años, entrevistando a Manny Rodríguez, segunda base de los Pericos de Puebla, entendí el porqué disfrutan tanto su profesión los peloteros. Sí, tal vez exista una parte no del todo positiva, pues son empleados que están a las órdenes de su mánager al jugar y de su dueño para continuar o no en el equipo ¿Pero qué lo hace especial? Les pagan por hacer algo que muchos amamos, tienen la fortuna de llevar el sustento a casa después de jugar pelota ¿y qué implica eso? Divertirse, correr, emocionarse, gritar y, por supuesto, ganar. Y no, todo aquel que piense que como aficionado tienes derecho a exigirle el triunfo a tu equipo, estás completamente equivocado. Pagas por ver algo que te generará una emoción que tú mismo no controlas, que si quieres más emoción puedes jugar una quiniela o apostar. Pero que no te da derecho a cuestionar la derrota de tu equipo, porque ¿sabes qué tuvo que suceder para que llegara esa derrota? Que enfrente estuviera un rival con las mismas aspiraciones que tú, “ellos también traen un bate par darle a nuestros pitchers, y tienen sus guantes para agarrar lo que nosotros saquemos”, me dijo Manny aquella vez y lo pude entender. El rival tiene el mismo derecho y las mismas ganas de buscar el triunfo.
Bueno, eso debería entender cada aficionado, que las 108 costuras de la pelota van para los dos lados y que, afortunadamente, así es el beisbol es esencia. Eso lo entendí, creyendo que los peloteros estaban en la misma sintonía hasta que sucedió lo de Tatís.
Vamos por partes, al terreno de juego entraron dos equipos de jugadores profesionales a buscar el triunfo sin corromper las reglas de juego (irónicamente, debo aceptar hoy en día que se ven más caballeros los Astros, aguantando lo que ya sabíamos que iba a pasar). Y se vino una catástrofe dentro y fuera del terreno, por romper una “regla no escrita”, por Dios, ¿Quién rompió qué? Si no está escrita.
Fernando hizo lo que tenía que hacer, jugar para su equipo, en términos fríos, rendir para el patrón que le paga. No hay que buscarle más. Todo lo que no esté en el reglamento se puede jugar, así de simple, el umpire hizo lo correcto al marcar el cuadrangular.
Me tocó ver a Buster Posey tirado al lado del home, luego de un impacto y que llevó a modificar el reglamento, crear una regla por integridad de los jugadores. Habrá incluso quienes no estén de acuerdo con la regla de protección del catcher, pero si llega a pasar algo similar con lo sucedido entre Padres y Rangers, eso ya sería una verdadera estupidez.
El único error que cometió Tatís Jr fue ofrecer una disculpa. Un hecho triste, si hay dos disculpas que sigo esperando es la de su mánager por no apoyarlo y la de los Rangers involucrados que permitieron una pizarra tan abultada, la cual hizo escandaloso el grand slam del dominicano.
Sobre las “reglas no escritas”, alguna vez vi a Alex Rodríguez empujar a Dustin Pedroia sobre la barrida en segunda para evitar una doble matanza. También vi que le dieran a Barry Bonds una base por bola intencional ¡con las bases llenas! ¿Qué aplicó? Nada, porque no existe regla que impida algo en ambos casos ¿y quién ofreció disculpas? Exacto.
SÓLO ICHIRO Y TAL VEZ MATSUI
Para nadie es un secreto que en los últimos años las Rayas de Tampa Bay se han encargado de protagonizar grandes series frente a los Yankees, incluso, con amplio dominio. Esta semana, cuando los Bombarderos necesitaban un golpe de autoridad ante esta situación y mantener la cima de la división Este, subió a la loma el nipón Masahiro Tanaka.
No es que piense que Tanaka es malo, pero no es el as que los Yankees pensaron al desembolsar tantos billetes por un lanzador que como la mayoría de japoneses, no hacen la diferencia y muchos menos escriben su nombre en la historia.
Sólo Ichiro Suzuki cambió el juego, nos hizo brindarle un aplauso ante tanta entrega y buen beisbol. “El samurai” le hizo el honor a los Yankees, de vestir el uniforme a rayas, de las pocas ocasiones en las que la situación es al revés. Los Bombarderos tuvieron entre sus filas al más grande jugador en la historia de Japón y me atrevo a decir que de toda Asia.
Él es el referente que debemos tener de la pelota asiática y esperar, sino sus números, la entrega en cada jugador que venga del lejano Oriente. Nadie me va a contar, los he visto desfilar y ningún Nomo, Park, Matsuzaka, Igawa, Darvish, Kuroda y recientemente Otani ha marcado la diferencia. Tal vez, Hideki Matsui lo llegó a hacer, le dio a los Yankees su última Serie Mundial ganada y se metió a los libros como el único MVP del Clásico de Otoño, no nacido en América.
QUÉDATE EN CASA Y VE FILMES…
La situación del COVID-19 nos quitó de este fin de semana, una edición más de la Serie del Subway, y aunque hay grandes enfrentamientos como Astros contra Padres y Rockies midiéndose a los Dodgers, quiero recomendar la película “Un verano inolvidable”, de 2001.
El filme nos habla de la vida de Ryan Dunne, interpretado por Freddie Prinze Jr, un joven lanzador zurdo que busca impresionar a los buscadores de talento para lograr llegar a las Grandes Ligas.
Dunne se debe enfrentar a todos los obstáculos que se puedan imaginar, dentro y fuera del diamante. Desde tener como competencia directa a un diestro que ya fue buscado por un equipo de las Mayores, un padre viudo que confía en él pero debe apoyarlo en su negocio podando jardines y enamorarse de la chica rica del pueblo y tener que decidir entre ella o un juego sin hit ni carrera.
“Un verano inolvidable” nos regala los diversos escenarios que viven los jóvenes buscando el ansiado contrato.