Guillermo Antonio Iriarte define los casi 20 años de carrera que tuvo en el futbol con una sola palabra: perseverancia, ese rasgo de su personalidad que le permitió derribar las puertas que se le cerraban y que también le ayudó a reinventarse desde pequeño, cuando dejó las albercas para cambiarlas por la portería.
Reconocido como “Poblano Distinguido” en 2015 y criado en el barrio popular Los Remedios, fue portero del Puebla, de Lobos BUAP, también en Uruguay y Malta, además mundialista en futbol de playa, pero nada de eso lo hubiera logrado si se hubiera rendido al primer obstáculo que enfrentó.
DE COMPETIR CON JUAN JOSÉ VELOZ A LAS BÁSICAS DEL PUEBLA
Juan José Veloz es uno de los mejores nadadores que ha dado el país en los últimos años, prestigio que se ganó gracias a sus récords nacionales, además de ser tres veces olímpico, destacando en la distancia de 200 metros en estilo mariposa y combinado.
Cuando el capitalino recién daba sus primeras brazadas rumbo a construir su carrera, se llegó a medir ante los prospectos más destacados de la zona centro del país, como Iriarte.
“Todo empezó porque siempre mi mamá me inculcó a hacer deporte, me acuerdo que a los seis años me meten a la escuelita de natación, después a los seis o siete meses ya estaba compitiendo contra otras escuelas, al otro año ya competí representando a Puebla contra otros estados, me acuerdo que entrenábamos de lunes a viernes y competíamos los fines de semana, nos tocaba viajar desde pequeño a otros estados para representar a Puebla”.
“Varios de los que tuve como oponentes en mi generación llegaron a destacar, incluso fueron a Juegos Olímpicos, como Juan José Veloz, entonces yo creo que sí tenía nivel, pienso que sí la podía haber roto, pero pues la verdad eran muchas horas de alto rendimiento, me acuerdo que iba en la noche, era de ocho a diez de la noche, en lo que llegábamos a la casa y al otro día salir a la escuela. Sí era complicado, entonces, la verdad me fastidió un poco y dije: ‘sabes qué mamá, ya no quiero seguir nadando’, fue un duro golpe para ella pero me dijo: ‘busca otro deporte, porque no quiero que en las tardes estés en la casa sin hacer nada’”, recordó.
Fue así que, tras seis años como tritón, cambió las albercas por las canchas de futbol e ingresó a una academia de Pumas, a unos pasos del estadio Cuauhtémoc donde entrenaba su amado Puebla.
“De los seis a los 12 estuve nadando, después a los 12 había una escuelita de los Pumas en la Unidad Deportiva, Pumas SEP, ahí voy, me inscriben, empiezo con el proceso, si bien ya jugaba futbol en la escuela, en el recreo, o afuera de mi casa, empecé a tomarlo en forma ahí. Después me mandan a Pumas México y me quedo, pero sufro una fractura de tibia y peroné, tenía 13 años, pero me ponían a jugar contra los de 15 años, había diferencia en el físico y en un choque en una salida me fracturo y ahí me tuvieron que operar, poner una placa que posteriormente me la quitaron, pues ya me regresaron otra vez para Puebla, estuve en Pumas Puebla otros seis meses y es cuando hacen las fuerzas básicas de Puebla, con Gustavo Moscoso y Chelís”, recordó.
La fractura le impidió probarse en Pumas, pero lo incentivó para incorporarse al Puebla, en donde lo recibieron Gustavo Moscoso, exjugador camotero en la década de los 80, y José Luis Sánchez Solá Chelís, quienes habían dado vida al primer proyecto de Fuerzas Básicas en La Franja.
“Feliz, porque desde chiquito mi familia le va al Puebla, pero antes no había Fuerzas Básicas, entonces cuando hacen el proyecto un profesor me dijo que me fuera a probar allá y sin conocer a nadie, fui a las pruebas que hicieron en el Colegio Andes, me acuerdo que fueron un montón de niños, y me quedé, pasé todos los filtros y ya estuve en fuerzas básicas seis meses, iba entrar a la prepa, tenía 15 años, me tuve que pasar en la tarde para poder entrenar en la mañana y debuté en Tercera División”.
Tenía 17 años y cursaba su último año de preparatoria en el Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec, por lo que Iriarte combinaba los entrenamientos en el primer equipo camotero con su vida escolar, vistiéndose de futbolista por las mañanas y saliendo del estadio Cuauhtémoc con el uniforme de preparatoriano.
“A los 17 años me suben a entrenar con Primera, me sube Ignacio Palou, era el entrenador de porteros, pero fue complicado, me acuerdo que el primer día que llegué a entrenar no me dejaron entrar al vestidor, me cambié como dos semanas en las bancas del estadio, antes la vieja escuela era muy difícil que te dejara entrar, me acuerdo que estaban Cristian Martínez, Gilberto Jiménez, el Morocho (Joaquín Velázquez), Adrián Sánchez, el Ratón Zárate, Adomaitis, Capetillo. Ya después te ganas el derecho de piso y ya me metían al vestidor, era el más chico, me acuerdo que todavía iba la prepa, entraba a las 2 de la tarde, entonces acababa el entrenamiento, me ponía el uniforme y me hacían burla. Salía del estadio, tomaba la 72 y me llevaba al Cenhch o muchas veces varios me daban raite, como Óscar Mascorro o (Óscar) Dautt”, señaló.
POR FALTA DE OPORTUNIDADES SE FUE A LOBOS BUAP
Por años estuvo picando piedra, pero la posibilidad de debutar con el Puebla nunca se le presentó, a pesar del buen nivel que mostraba, mismo que lo llevó a ser seleccionado Sub 20. Esta contrariedad lo orilló a tomar la decisión de dejar a los blanquiazules y sumarse al otro equipo de la ciudad, Lobos BUAP, que en ese momento pertenecía a la Segunda División y soñaba con ascender a la entonces llamada Primera A.
“Cuando estuve entrenando en el primer equipo del Puebla me llamaron a Selección Sub 20 de México, para jugar en Costa Rica unas eliminatorias para el Mundial en Costa Rica, nos fue bien, pero yo seguía sin oportunidades en el Puebla. Después vino Lobos, que estaba buscando chavos que tenían la edad para jugar en Segunda División, que tuvieran experiencia para ascender al equipo”, dijo.
Esa hambre de trascender lo llevó a dejar a un equipo de Primera División para unirse a una escuadra de dos categorías abajo, donde encontró lo que buscaba, continuidad y protagonismo, siendo vital del equipo que en 2003 logró el ascenso a la Primera A, en una final ante Cuautitlán que se llevó a cabo en el estadio Cuauhtémoc y que registró una entrada de 48 mil personas, récord en la división.
“A mí me afectó porque muchos compañeros de selección ya estaban debutando y yo no porque estaba en Puebla, los otros estaban en Cruz Azul, América, Pumas, en otros equipos y estaba más fácil, entonces llega la oportunidad y nos vamos a Segunda, quedamos campeones, ascendemos y ya me quedo en ascenso con Lobos y me fue bien, a veces inclusive me tocaba hacer los minutos de menor, entonces eso me ayudaba mucho a mí, ahí tuve de compañeros al Rambo (Sosa), Raúl Rodrigo Lara, Luis Hernández, entre otros”.
ESTANCARASE O IRSE A URUGUAY
Por años estuvo defendiendo la portería lobuna en lo que fue su primera aventura en la división de plata del futbol mexicano, una etapa en que el equipo peregrinó entre el estadio Cuauhtémoc y la obra negra del Estadio Universitario, construido al interior de la BUAP.
Sin embargo, su crecimiento encontró un tope que el mismo club, por lo que en busca de nuevos aires. Así, en 2012 aceptó una propuesta de viajar a Uruguay para incorporarse al Club Atlético Progreso, un equipo con 103 años de existencia, el cual le brindó la oportunidad de probar las mieles del máximo circuito, a la par de conocer las precarias condiciones en las que se desarrolla el futbol en Sudamérica.
“Yo veía que me estancaba y no veía un futuro, hasta que llegó un uruguayo a jugar a Lobos, estuvo seis meses y se fue, pero mantuve contacto con él en redes sociales, por Facebook, y platicando le dije que no me sentía a gusto y no veía futuro, por lo que me invitó para ir a jugar a Uruguay y le dije que sí”.
“Rescindí contrato con Lobos. En Uruguay estuve en 2012-2013, si bien en Lobos tenía algo seguro, tranquilo, jugando, rescindí y me fui la aventura, porque dije: ‘si yo puedo jugar en Uruguay, puedo jugar en cualquier parte del mundo, ellos están en todos lados, ¿por qué el mexicano no lo puede lograr?’”, señaló.
Toño pasó de tener un buen sueldo, la comodidad de vivir en su ciudad, estar cerca de su familia, a radicar a más de siete mil kilómetros de distancia ganando mil dólares al mes y moviéndose en transporte público, pero con una evolución exponencial que lo colocó como uno de los mejores cancerberos de la Liga uruguaya.
“Llego a Uruguay y las carencias fueron muy grandes, cuando no estás en Peñarol, Nacional, Danubio, en los demás equipos sí es bastante complicado, estuve en Atlético Progreso que recién había ascendido, si en Uruguay los equipos son pobres, yo estaba en el más pobre , de pagos, de infraestructura, llegaban paquetes de ayuda de la FIFA que mandaban a los países con menos recursos, eran cajas con barritas, casacas, chocolate, porque no hay nada, de hecho los lunes y los viernes entrenábamos en un parque público, digamos el Parque Ecológico en Puebla. Yo ganaba mil dólares, andaba en camión o me daban raite los compañeros, y antes de los juegos en el vestidor te daban un yogurt y unas galletas”.
“En lo deportivo me fue muy bien porque cuando llegué los uruguayos no me querían, porque le estaba quitando un lugar a uno de ellos, entonces era bastante complicado, pero ya después con los entrenamientos me os fui ganando y son excelentes personas con una gran mentalidad, ese torneo yo salgo como mejor portero de la Liga salí como seis veces en el once ideal, fue una gran temporada”, recordó.
Tras un año de ensueño bajo los tres palos, pero de sumos sacrificios fuera de la cancha, cayó en la seductora oferta que le hizo Carlos López, hijo de Carlos López Chargoy, a quien había conocido en Lobos BUAP y que lo llamó para fichar por el Puebla, el equipo que lo formó como jugador, pero que 10 años atrás le había cerrado las puertas.
“Después de ese gran torneo me hicieron un reportaje y gracias a eso varios equipos me buscaron, pero entre esos estuvo Charly Chargoy, que yo lo había tenido como directivo en Lobos y ya estaba en Puebla, me dijo: ‘vente pa’cá’, y pues yo decía: ‘es mi ciudad, es al equipo al que le voy y regresé al Puebla’, tenía ofertas de Argentina, de Colombia, Turquía y de Italia de la Serie B, yo creo que fue de los errores en mi carrera, de las decisiones de las que aprendí, son decisiones que tomas sin pensar, porque en ese momento en Uruguay se me acercaban los representantes y me preguntaban que si tenía el pasaporte europeo y les decía que no porque soy mexicano, y me decían ¿qué hace un mexicano acá? y les contestaba: ‘demostrar que podemos jugar en cualquier lado’”, recordó.
Mientras él desechó la posibilidad de seguir jugando en el extranjero e incluso la oportunidad de brincar el charco para irse a Europa, varios de sus compañeros uruguayos hicieron las maletas una vez acabó la temporada y tomaron diferentes destinos.
“Me acuerdo que ese torneo con Progreso nos quedamos a tres o cuatro puntos de jugar Copa Sudamericana, haciendo milagros, y entonces ahí aprovechan y empiezan a vender como locos, el entrenador que teníamos nosotros (Leonardo Ramos) se fue al Danubio y al siguiente año quedó campeón dos veces, después se fue al Barcelona de Ecuador y quedó campeón, después se fue a Arabia y quedó campeón, teníamos un chavo (Maximiliano Amondarain) que estaba en Selección Sub 20, de Progreso lo llevaron a la Premier League a jugar al Cardiff, es una cosa que cómo les cambia la vida, ese torneo salimos como siete del equipo y todos fueron a diferentes países”, apuntó.
Lo desatinada de su decisión se evidenció cuando llegó al Puebla para el segundo semestre de 2013 y se encontró, como cuando era adolescente, con nulas oportunidades y sólo aguantó un torneo.
“A pesar de que entrenaba al máximo, no jugaba; a pesar de que venía de Uruguay, no jugaba; estuve un torneo y dije: ‘yo me voy de acá’, porque eran cosas que estaban fuera de mis manos, entonces me fui a Malta, a un equipo que se llama San Gwann FC”.
“Lo que más me gustaba de estar en el extranjero fue aprender toda su cultura y mentalidad, saber qué tenían los otros cuates ¿no?, y toda la filosofía que aprendí de la personalidad de Sudamérica de los uruguayos y los europeos de cómo siempre tratar de ser siempre los mejores eso fue lo que siempre me ayudó bastante. En Malta estuve un torneo, pero como en Puebla tuve buena relación con Raúl Arias, para 2015 me llama para ir al San Luis en Liga de Ascenso”, recordó.
HIZO HISTORIA CON LOBOS BUAP
Luego de un paso por San Luis y Leones Negros de la Universidad de Guadalajara, en 2016 se dio su regreso a Lobos BUAP, al que había dejado cuatro años atrás. En esta segunda etapa se encargó de hacer historia, ya que se convirtió en el primer jugador que lograba ascender a un mismo club de Segunda División a Liga de Ascenso y luego a Primera División, tras el campeonato de 2017.
“En San Luis me fue bien, llegamos hasta semifinales de Copa, después estuve en Leones Negros, pero como mis derechos en México seguían siendo de Lobos BUAP y con el pacto de caballeros, me regresé al equipo, primero con Miguel Fuentes como técnico y ya después con Rafa Puente y en 2017 fue cuando logramos el ascenso a Liga MX”.
“Yo no sabía que estaba haciendo historia, pero en Femexfut sacaron un reportaje donde me señalaban como el único jugador que había pasado los dos ascensos, de Segunda a Ascenso y de Ascenso a Liga MX, algo que fue importantísimo porque aparte yo estudié en la BUAP Comercio Internacional”, indicó.
LA CONSTRUCCIÓN, SU NUEVA VIDA
Al no entrar en planes con la Jauría para la aventura en el máximo circuito, se contrató con el que iba a ser el último equipo de su carrera, jugó en Bravos de Juárez en el Apertura 2017 en el Ascenso MX hasta su retiro con 35 años.
“Después del ascenso me voy a Juárez y me fue bastante bien, llegamos a la final en el Ascenso MX, pero ahí la perdemos contra Alebrijes y ahí fue cuando dije: ‘hasta aquí’. Ya traía otras metas, me ayudó bastante el seguir estudiando porque me daba cuenta que la vida del futbolista tiene una caducidad y después de eso sales de una burbuja y sales a la vida real, entonces ya tenía visto más o menos lo que tenía que hacer e inicié con una bodega de venta de materiales para construcción, empecé a construir casas y las vendía y a eso es a lo que me sigo dedicando”, reveló.
Entusiasmado con la maestría en Gestión Deportiva que estudia en el Johan Cruyff Institute México, Antonio Iriarte tiene en mente volver a involucrarse en el deporte, pero desde el rol de dirigente, ya sea en algún equipo profesional o dentro de una dependencia gubernamental, con el anhelo de encaminar a los jóvenes hacia una vida productiva teniendo como impulso el deporte.
“Me gustaría ser directivo de un equipo, me llama mucho la atención, o estar en la sección del deporte público para ayudar a los chavos, porque yo vengo de una familia muy humilde y el deporte me cambió la vida completamente tanto a mi como a mi familia, entonces si a mí me pudo cambiar yo puedo apoyar a los chavos, no simplemente a jugadores de futbol sino cualquier deporte, orientarlos a que lo combinen con el estudio”, dijo.
Guillermo Antonio Iriarte González, el que del barrio Los Remedios se movía al estadio Cuauhtémoc para entrenar con el Puebla y después se iba al Cench para estudiar. El que jugando con Lobos BUAP en 2008 asistió a un Mundial de Futbol de Playa en Francia. El que se transportaba en camión o de raite en Uruguay, pero fue el mejor portero de la Liga. El que logró todo esto gracias a su perseverancia.
“Yo creo que es perseverancia, yo resumiría mi carrera en perseverancia, porque muchas veces me cerraban una puerta y busca y buscaba, me movía y abría otra, eso es súper importante, yo sé que le van a decir a muchos chavos que no muchas veces, pero si realmente tiene un sueño es luchar por él, porque realmente muchos equipos te van a decir que no, pero tienen que seguir buscando, no se deben venir abajo”, declaró.