El libro Leyendas enfranjadas, escrito por Mario Riestra, retrata 100 figuras históricas del Club Puebla. El autor comparte algunas de ellas en este espacio, cada semana
Patricio hereda la pasión por el futbol de su papá, quien lo lleva todos los fines de semana a que vea sus partidos (es medio ofensivo en un equipo local) y a que juegue con otros niños en el medio tiempo. Nunca dejará de apoyar a su hijo y de ayudarlo con sacrificios a construir su carrera.
Desde muy chico, Patricio acostumbra jugar en la escuela, pero, al entrar a secundaria, se queda sin equipo. Empieza a entrenar solo, guiado por un preparador, sin poder jugar. Estos obstáculos lo animan a ser futbolista profesional, se forja un carácter y madura más rápido que el resto.
Un día, recibe una invitación de Atlas Colima, de tercera división, para unirse a sus filas como medio de contención. Patricio acepta y se involucra mucho más con su condición física, pues tiene algo de sobrepeso, el cual entorpece su desarrollo futbolístico y daña su salud. Se pone a subir y bajar escaleras y le agarra el gusto a hacer todas las rutinas que le ponen, hasta de más. Gracias a esto, destacará como uno de los jugadores de la liga que más kilómetros recorre.
Recibe su primera convocatoria a la selección sub-17, lo que significa desplazarse a Guadalajara para entrenar y perder tres días de escuela. El esfuerzo es enorme, tanto de su papá, para llevarlo, como de Patricio, para no atrasarse en sus estudios.
En enero de 2003, un terremoto produce daños considerables en Colima. Pero, de la desgracia surge una oportunidad, pues se organiza un partido de beneficencia entre el equipo de Patricio y las Chivas, cuyos entrenadores se acercan al joven talento para invitarlo a hacer unas pruebas. Patricio y su padre llegan al campamento chiva, donde no encuentran a su contacto y nadie los atiende. “Vámonos”, dice un cabizbajo Patricio. “No”, le responde su papá, “de aquí no nos movemos hasta que nos hagan caso”. Esa perseverancia da sus frutos: reciben al muchacho, lo evalúan y le ofrecen un contrato con el equipo de segunda división.
Viene entonces el sueño dorado. En octubre de 2005, tras un proceso arduo, concienzudo y enfocado en inculcar una mentalidad ganadora, la selección sub17 gana la Copa del Mundo. Patricio recibe el trofeo por ser el capitán, un honor que le confiere Jesús Ramírez desde el inicio de la preparación, marcada por la convicción del técnico de privilegiar el compromiso y la actitud por encima del talento. La noche anterior a la final, Patricio sueña con jugadas que horas más tarde se materializarán en la cancha.
De regreso a Guadalajara, lo suben de categoría, debuta en primera división ante Morelia y, en diciembre de 2006, se corona campeón de liga. En 2015, abandona El Rebaño para unirse a La Franja, donde técnico, jugadores y afición lo hacen sentirse como en casa. Se gana el gafete de capitán y ayuda al equipo a regresar a la liguilla.
Patricio siente que en Puebla vivió los mejores años de su vida futbolística, aunque le habría gustado darle más satisfacciones a una afición tan fiel. Para volver a la senda del éxito, pide a los poblanos creérsela de verdad y mentalizarse para el triunfo. Para él, La Franja no merece otra cosa, pues no es un equipo del montón, sino uno de los más emblemáticos del país.