Por: Daniel Aguilar Twitter: @Danny_aguilarm
2, 2 y 2
Hay muchas historias que contar cuando se trata de hablar de mi abuelo, en días recientes trascendió a la eternidad, se ha reunido con sus papás y, sobre todo, con su viejo amigo Aurelio López, El Buitre de Tecamachalco.
Hace unos meses dediqué este espacio con motivo del Día del Abuelo, hoy no encuentro mejor manera que honrar su memoria hablando de la pelota. En el hospital pude hablar con él por última vez y sus palabras fueron “¿cómo va el beis?”, fanático y con un sentimiento arraigado por los equipos locales. No importaba el uniforme, si representaba a Puebla, él estaría ahí apoyando.
Recuerdo el campeonato de los Tigres, nunca simpaticé con ellos; nadie me va a venir a hablar del manejo de jugadores entre “equipos hermanos”. Aquel sexto juego en el Hermanos Serdán los felinos tenían la ventaja en la serie frente a los Saraperos, mi papá compró boleto para mí, todos lo sabíamos: esa era la gran noche, los poderosos y mexicanísimos Tigres ya habían desplumado durante la temporada a su hermano para tener un equipo contendiente.
En fin, no quise ir y le obsequié el boleto a mi abuelo. Tomé la mejor decisión, no era mi equipo y si alguien tenía que ver un título era él.
Sin embargo, siempre tuvo un lugar especial en su corazón para los verdes, cada año me repetía la misma inquietante pregunta: “¿se van a llevar a los Pericos?”, los rumores de la venta de la novena verde son una tradición. Era aquel lejano año 2000, cuando luego de la sequía sin pelota, la ciudad de Puebla volvía a ver los Pericos en acción en la Liga Mexicana de Beisbol. Íbamos a ver a esos emplumados, que no tenían muchas alas para volar, pero eran nuestro equipo. Se enojaba ante los malos resultados y, evidentemente, los comparaba y añoraba aquellas novenas que le tocó ver.
Tengo muy presente un triunfo de los Verdes por pizarra de 1-0 gracias a un cuadrangular de Lorenzo de la Cruz, él no paraba de decirme: “Está bueno el juego”.
De las pláticas que más he disfrutado ha sido sin duda sobre el título de 2016, porque ambos los esperábamos y se dio. Luego del título ante los Toros de Tijuana me comentó, a manera de broma: “Ahora sí ya se pueden llevar a los Pericos”.
MIS ANÉCDOTAS FAVORITAS
Sin duda, el viaje a Córdoba es la historia que siempre me gusta escuchar desde la versión de mi abuela. Un amigo le quedó mal a mi abuelo en su aventura de ir siguiendo a su equipo en la postemporada, pero quien nunca lo dejó solo fue su fiel esposa, en un acto de amor, mi abuela lo acompañó y viajó hasta el Caníbal Park, como tuvo a bien bautizar Cananea Reyes. “Nos aventaron de todo, aunque yo espero que sólo haya sido agua”, me contaba siempre.
Y, sobre todo, los 18 años de mi mamá. A unos 70 kilómetros de la capital poblana se encuentran los orígenes de mi abuelo, la tierra del primer poblano que logró lanzar en las Grandes Ligas. El Buitre de Tecamachalco es el culpable de que mi abuelo se ausentara de la fiesta de mi mamá. En la celebración, ella buscaba al hombre más importante de su vida, su señor padre, pero no lo encontraban. Mi abuelo estaba encerrado, viendo la Serie Mundial de 1984, donde los Tigres de Detroit se alzaban ante los Padres de San Diego. El resultado era lo de menos para él, ahí estaba su amigo, en la narración de Pedro El Mago Septién, que decía “las campanas de la Catedral de Puebla suenan, porque Aurelio viene al centro del diamante”. El oriundo de Tecamachalco conquistaba el Clásico de Otoño. Un mexicano más que lo lograba, El Buitre, el amigo de mi abuelo.
Un día caminando por el Hermanos Serdán vi a mi padre responder una encuesta, le pregunté de qué era y me dijo que era una votación para cambiar el nombre del estadio: dejarlo así o llamarlo Aurelio López. Volteamos y sabíamos que el poblano, justo en ese momento, había recibido un voto.